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Joaquín Payret

16 de febrero de 2022

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La historia del empresario Joaquín Payret se nos pierde, “tragada” por el tiempo  transcurrido y la inmanencia de la obra que don Joaquín nos legó: su teatro. Se sabe que era natural de Barcelona, que vivió entre 1829 y 1884, y que llegó a Cuba para establecerse en La Habana cuando tenía alrededor de 15 años. Era entonces pobre, bien pobre, y no resulta difícil imaginarlo calzando un par de alpargatas, vistiendo una camisa clara de mangas  recogidas a la altura de los codos y portando una gorra, como tantos inmigrantes.

Laborioso, tenaz y emprendedor tuvo que ser el joven catalán para que al cabo de poco más de treinta años estuviera asistiendo, el 21 de enero de 1877, en condición de dueño, a la inauguración del teatro Payret. En 1878, tras los sucesos del Pacto del Zanjón que puso fin a la Guerra de los Diez Años, se le llamó también Teatro de la Paz.

Al asumir la costosa inversión, a Payret se le calculaba un capital de más de medio millón de pesos. Cuenta el cronista Álvaro de la Iglesia que primero consiguió hacerse de un café,  luego de otro mayor, y que afianzó su presencia en el comercio con una carnicería y otros establecimientos que lo convirtieron en Don Joaquín, lo que hoy llamaríamos un potentado.

En cuanto al teatro, Payret invirtió cuanto tenía para dotarlo de los adelantos de la época, no de aire acondicionado porque no existía pero si de un sistema de ventilación que permitía mantener regulada la temperatura. El empresario tenía que hacer así para competir con los otros teatros edificados (algunos desde antes) en la zona: el Tacón, a unos pasos por Prado; el Albisu (desaparecido) y el Irijoa, hoy Martí.

El inmueble sufrió varios contratiempos, unos fortuitos y otros de índole constructiva. El derrumbe años más tarde de una de sus esquinas (se alegan diversas causas) tomó  a su propietario en momentos en que había perdido su poderío económico, dejó de pagar los impuestos y perdió la edificación.  Payret murió en la ruina, amparado por la ayuda que recibía de la Sociedad de Beneficencia de los Naturales de Cataluña.

Reedificado, el Payret —que conservó su nombre—, echó a andar nuevamente en 1890. Larga, muy larga historia tiene para contar el coliseo fundado por el no muy favorecido por el azar don Joaquín Payret.

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