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Jean Luc Godard

18 de mayo de 2017

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Jean-Luc-Godard. (Small)

 

“Mi estancia en Cuba obedece a dos razones: la primera por haber sido invitado al Congreso Cultural de La Habana y no poder estar a tiempo porque filmaba, y la segunda porque dentro de un mes debo ir a los Estados Unidos, donde realizaré una gira por diversas universidades y considero que es imposible visitar primero los Estados Unidos sin llegar previamente a Cuba”.

Jean Luc Godard, a quien pertenecen las declaraciones anteriores (publicadas en el semanario Bohemia del 23 de febrero de 1968), se hallaba en La Habana en el mes de enero de 1968. Comentó también: “Me gustaría realizar un filme en Cuba. Si algún día lo hago, tendrá que responder al deseo de expresarnos cinematográficamente tanto el cine cubano como yo”.

El cineasta tenía por aquellas fechas 38 años y gozaba de gran reputación en el panorama internacional, reputación que se expresaba en una enorme influencia como integrante de la llamada nouvelle vague, caracterizada por su acidez crítica y por la poesía de sus imágenes.

En el cine de Godard se observaban tres elementos fundamentales: el amor, la mecanización y la obsesión de la muerte. No eran muchos los filmes suyos vistos en Cuba hasta esa fecha, pero sí Vivir su vida, episodios de Los siete pecados capitales, Rogopag, Lejos de Vietnam, La Chinoise y Pierrot el loco. También pesaban grandemente en su currículum el premio especial del jurado y el de la crítica de la Mostra de Venecia (por Vivir su vida), el Oso de Oro de Berlín (por Alphaville) y el premio especial del jurado de nuevo en la Mostra de Venecia (por La Chinoise).

Crítico de arte en sus inicios y además actor, Godard recorrió el camino completo de la realización cinematográfica con una obra iniciada en 1954 con un documental.

He aquí una de las propuestas expresadas por Godard al periodista de Bohemia:

“No todo en cine es caballería, guerra o amantes en una cama. Esto cuesta muy caro. Hoy, para un cineasta amateur lo que cuesta caro es el sonido sincrónico y esto viene de una idea vieja de que hay que filmar a la gente que habla; filmen a la gente que escucha, se resuelve el diálogo y es tan importante como la gente que habla. Hay que estar claros de que el cine no es un arte para profesionales: debe ser un arte para todo el mundo”.

Polémico en varias de sus producciones, otras matizadas por una orientación política de izquierda, vanguardista y experimental, Jean Luc Godard se ha convertido con tantos años de hacer tanto buen cine en un clásico del séptimo arte.

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