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Jaime Valls: “Un animador de tipos afrocubanos” (I)

10 de enero de 2014

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Fue en octubre del 2005 cuando en el Museo de Arte Colonial, en La Habana, se inauguró la muestra “Jaime Valls, sus primeros pasos”, la que, en honor a la verdad, no fue advertida entonces como se merecía.
Asunto muy de lamentar pues dedicada al artista en el aniversario 55 de su muerte, el acercamiento a su obra necesitaba de una revisión completa, como afirmó el reconocido especialista Ramón Vázquez.
Sin embargo, no es menos cierto, que tal suceso contribuyó al redescubrimiento de este creador injustamente olvidado, apreciado por muchos como el iniciador del anuncio artístico en Cuba y de la pintura afrocubana.
“Y quien –como dicen los estudiosos-  vivió intensamente su vida personal y profesional. Fue testigo y protagonista en tiempos de transición.  Estuvo atento a los cambios, a veces  vertiginosos, que se sucedían a su alrededor y trató de ponerse a tono con ellos sin dejar de ser él mismo. En cierto sentido, su obra total es el reflejo de los vaivenes de una modernidad que fue adoptando diversas caras sucesivas”.
Nacido el 23 de febrero de 1883, en 1883 en Tarragona, España, Jaime Valls fue formado en la Barcelona del Modernismo, donde estudió Escultura y Pintura.
Ya en La Habana, adonde llegó con 18 años de edad junto a sus padres y hermanas, esculpió en 1904 el escudo de los productos de jabonería de Crusellas para la exposición de Sant Louis, Estados Unidos.
No pasará mucho tiempo, sin embargo, para que el escultor oriente su quehacer hacia el periodismo gráfico, la cartelística y la naciente propaganda ilustrada. Todo transcurre tan rápido que ya en 1905 es director artístico del semanario El Chato Cómico y aparecen ilustraciones suyas en El Fígaro.
En aquellos días la prensa se transformaba, se introducían nuevas técnicas de impresión y surgía la publicidad moderna. De estos cambios se beneficiaría el dibujante que se convierte, a su vez, en uno de sus animadores más activos.
Es de suponer entonces que aunque Valls se vincula a algunas instituciones oficiales –como la Academia de Artes y Letras- esté ausente de los conservadores Salones de Bellas Artes y se muestra indiferente a San Alejandro. En menos de una década avanza desde el anonimato hacia su consagración crítica y su afirmación como figura reconocida entre el público.
Así, cuando un periódico publica en 1913 un reportaje sobre la casa-estudio del pintor, el cronista comenta que “en los últimos tiempos la fama de Valls ha alcanzado un grado verdaderamente envidiable. No hay una sola revista ni un solo diario capitalino en que no figuren dibujos del popular artista, sobre todo, los que él titula ‘dibujos industriales’, que son los que ilustran anuncios”.
El elogio del cronista no es exagerado. Los primeros pasos de Valls, bien conducidos, lo han llevado a esta posición. Entre ilustraciones al uso, cuyo tono se debió de seguro a imposiciones del encargo, va surgiendo un artista más seguro y  más creativo. Sus tempranas caricaturas, como las de Morúa Delgado y Juan Gualberto Gómez fueron elogiadas por El Fígaro en 1911 como “dos soberbias exageraciones”.
Es de recordar también su premiada labor como cartelista reconocida como la de un adelantado para el medio habanero. En cuanto a los anuncios, a ellos dedicará Jaime Valls su mayor esfuerzo en lo adelante.

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