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Isadora Duncan

5 de diciembre de 2018

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Isadora Duncan arribó a La Habana durante el invierno, entre finales de 1916 y comienzos de 1917. Es lo que se colige de la lectura de su autobiografía Mi vida, un libro vertido a varios idiomas y leído con la amenidad de un best seller por la profusión de datos de interés que su autora incluyó.

A diferencia de otros artistas, Isadora llegó por razones personales y no por dictámenes de contrato alguno. No hubo publicidad en torno a su estancia habanera, enmarcada dentro de la más estricta privacidad, pues era su intención recuperar parte de la estabilidad emocional perdida tras la muerte de sus dos hijos en accidente ocurrido en abril de 1913.

Entre 1926 y 1927 Isadora preparó sus memorias, o sea, unos 10 años después de su visita, pero recordaba nítidamente los pormenores de sus días en la capital cubana, ocasión en que captó la belleza de los campos y del mar, también la pobreza de los sectores marginales de la población y la proliferación de los vicios. Las tres semanas que pasamos en La Habana las invertimos en pasear a caballo por la costa y en contemplar sus pintorescos alrededores, apuntó ella.

La Duncan se relacionó con algunas personalidades de la sociedad cubana de entonces y visitó la quinta de Rosalía Abreu, una de las damas más distinguidas y ricas, quien tenía su residencia en la barriada de Palatino, hoy municipio del Cerro. Isadora no menciona el nombre de Rosalía, si bien el pasaje reproducido a continuación no deja dudas acerca de la identidad de la propietaria de tan curiosa mansión, conocida en toda la ciudad debido a su pasión por los monos:

“Visitamos una casa que estaba habitada por una dama de las más rancias familias cubanas, que tenía la manía de los monos y los gorilas. El jardín de la casona estaba lleno de jaulas, donde guardaba a sus animales favoritos. Era esta casa uno de los sitios más curiosos para visitantes. La dueña dispensaba a éstos la más pródiga hospitalidad. Los recibía con un mono sobre el hombro y con un gorila que llevaba de la mano”.

Una noche de fiesta, después de su habitual paseo a orillas del mar, Isadora decidió entrar en uno de los cafés del entorno portuario habanero, donde halló a un pianista desconocido y totalmente ebrio que tocó a Chopin con exquisita profesionalidad. Incapaz de resistirse ante el embrujo de aquella música, “me entró –escribe en su autobiografía– el deseo frenético de bailar para aquel extraño concurso. Me envolví en mi capa, di algunas instrucciones al pianista y bailé al ritmo de algunos de los Preludios hasta el amanecer, y cuando terminé me abrazaron”.

Isadora murió trágicamente en Niza, Francia, el 14 de septiembre de 1927, estrangulada al enredarse su chal entre las ruedas del automóvil. Además de Mi vida, los artículos que dejó se reunieron y publicaron con el título El arte de la danza.

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