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Invitación a la playa

19 de octubre de 2013

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La excursión no les costaría ni un centavo en cualquiera de las monedas. Hasta les suplicaban que aceptaran. Comisionaron a los nietos en calidad de representantes del convencimiento. Los muchachos apelaron a todas las mañas posibles. Resolvieron el cuidado del perro durante esos tres días en la vecina casa amiga. Los ancianos pidieron una tregua. Al día siguiente responderían.
Esa noche ni la TV ni el DVD funcionaron. Parecía una decisión de vida o muerte. Al principio permanecieron callados. Por separado, sumergidos en los pensamientos. Cerrados a los intercambios, procuraban librarse de las influencias del otro en la decisión. Constituían un matrimonio triunfador en los reveses de una convivencia por mas de cuarenta años. Lo consiguieron gracias al respeto a las individualidades de la pareja. Ella con los pies bien afianzados en la tierra, quizás porque la mujer en sus genes conserva la obligación primera, la de cuidar el fuego de la supervivencia. Él, mas arriesgado, en ocasiones con exceso de sueños, los posibles y los imposibles, cargaba los genes del riesgo de la aventura.
Aquella playa, la conocían. La disfrutaron de solteros, de recién casados, cuando los hijos eran pequeños. Decían que había cambiado. Y cuando algún amigo de los nietos contaba de una reciente estancia, preguntaban por aquellos sitios conocidos y que el novel turista nunca encontró y que no le preocupó encontrarlos. Para sus apenas cumplidos veinte años, aquello era un paraíso.
La voz de ella, la primera en escucharse. Prevenía de los normales inconvenientes creados por ellos. Alguna dolencia imprevista, a menudo pura consecuencia de la vejez. Ofertas alimentarias deliciosas y provocadoras de malestares en dos estómagos envejecidos. El exceso de sol aun debajo de pamelas, gorras o sombrillas. El ajuste al ritmo de los nietos para no entorpecerles el deambular curioso. El aumento del costo de la excursión al agregarlos a ellos. El anciano, convencido para la aceptación desde un principio, le permitió desenrollar las opciones negativas. Se sabía poseedor de la carta de triunfo. Al terminar la anciana la retahíla de prejuicios que la suponían vencedora en el rotundo ¡no! A la invitación, en pocas palabras le destruyó las conjeturas. Como negarse al deseo de la familia de compartir juntos estos días de recreación merecida. Como negarse ante estos hijos y nietos que no los apartaban por ser un par de viejos achacosos.
Era agradable el clima del ómnibus con destino a la playa. En un tono bajo, la canción de Sabina sobre las alegres conversaciones de los excursionistas. El anciano participaba animoso. Ella, disfrazada en una sonrisa, atendía a la voz carrasposa del cantautor. La letra repetía más o menos la causa oculta de la negativa de la anciana al paseo. Nunca regreses al lugar donde fuiste feliz.

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