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Inteligencia emocional

6 de febrero de 2015

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inteligencia-emocional-1¿Una mala noticia puede provocar un infarto u otra reacción fatal?  La imaginería popular se llena de relatos que así lo afirman, y la ciencia confirma la posibilidad de tales reacciones, generadas  por  respuestas psicosomáticas.
La Organización Mundial de la Salud (OMS), plantea “ninguno de los componentes biopsicosociales queda indemne del impacto de la vida emocional, comprometiendo el bienestar subjetivo y enrareciendo tanto las relaciones interpersonales como el desempeño social”.
Las “emociones negativas” afectan el funcionamiento biológico de alguna manera. Por ejemplo, la cólera, se asocia con daños al sistema cardiovascular; y si se trata de la cólera inerte, -una gran irritación mantenida  horas o días- se relaciona con los accidentes cerebro vascular; incluso, la emoción callada, esa que se “traga” sin hablar,  la vinculan a problemas gastrointestinales cuando no se logra una especie de “drenaje” emocional.
La ciencia establece dos vías para el análisis de ese daño sobre la salud:
Vías directas: Las emociones negativas, definidas como “no sanas” (ansiedad, depresión, cólera, envidia, culpa), de ser intensas y sostenidas, impactan en los sistemas autónomo, endocrino e inmunológico. Los expertos  reconocen que la tristeza extrema deprime el sistema inmunológico haciendo vulnerable al organismo a múltiples infecciones. Y si de ansiedad se trata, el sistema endocrino afecta a las gónadas y lacera la potencia sexual masculina; por último, la cólera explosiva no solo altera el sistema autónomo, sino que también puede llegar a colapsar a las coronarias.
Vías indirectas: Se refieren a quienes controlan la emoción negativa, apelando  a “tranquilizantes”, aunque con consecuencias virulentos para la salud: el cigarro, que supuestamente relaja -además de  invadir de  toxinas su cuerpo-, y no solo a nivel pulmonar; otros, “ahogan las penas” en alcohol, sin comprender que liquidan también su hígado. Y no obviamos a los casos que se saturan de fármacos, cuyos efectos químicos pasan cuenta al organismo.
Es más, dichas emociones negativas pueden dañar a largo plazo. Por ejemplo, si el niño enferma, inquieta a los padres, quienes empiezan a manifestar insomnio, pérdidas del apetito, y otros síntomas como respuesta a  la alarma del organismo; una vez que el pequeño mejora, sus padres vuelven a la normalidad.
No ocurre así con una situación crónica sostenida largo tiempo. Son típicas las personas amargadas, pesimistas, que viven “contra todas las banderas”, intoxicadas emocionalmente, su organismo estalla por úlceras, hipertensión, o lesiones dermatológicas.
No podemos obviar a los casos de hipocondría, seres temerosos que  viven en perpetua vigilancia de su organismo y a la más mínima señal, acuden al médico, incluso, si el diagnóstico no se corresponde con su punto de vista, insisten con otro galeno que reafirme sus síntomas. Paradójicamente, los excesivamente optimistas no prestan atención a determinadas alertas, y, sin proponérselo, dejan que se agrave su sistema.
No obstante, es válido reconocer que un buen estado de salud se ajusta a la antigua frase de “mente sana en cuerpo sano”. Lo importante es conocer bien el organismo y la influencia con los estados de ánimo, y algo importante, en las peores circunstancias, la voluntad deviene aliada cuando se sobrepone a esos estados de ánimo, apelando a la llamada resiliencia, termino asumido por la psicología y que refleja la ductilidad del hierro que sometido a  altas temperaturas, puede recuperar  su forma original.
Oportuna moraleja puede ser… una apropiada dosis de inteligencia emocional facilita el camino para una buena salud.

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