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Iglesia Nuestra Señora de la Merced (I)

5 de agosto de 2016

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La arquitectura del siglo XIX – como apunta el arquitecto Joaquín Weiss – es la cortejada por gobernantes y propietarios para quienes comenzaba una nueva época al tratar de satisfacer sus demandas. Por tanto, si no halla mayor elegancia, al menos un nuevo género de elegancia, en las formas más refinadas y académicas del neoclasicismo. En La Habana, la arquitectura religiosa apenas produjo ejemplos que pudieran emular en prestancia arquitectónica con sus predecesores, en tanto en el interior, se erigieron obras eclesiásticas interesantes, especialmente en los pueblos nuevos. No obstante, en La Habana se terminaron o reedificaron algunas obras como la iglesia de Nuestra Señora de la Merced.
Ubicada en la calle Cuba entre Merced y Leonor Pérez, en La Habana Vieja, este templo se levantó frente a una plazuela que permite apreciar su imponente fachada, la cual remeda elementos del barroco donde se destaca su puerta principal de arco abocinado y un nicho central. Consta de tres naves separadas por arcadas de medio punto, profusamente decoradas. Al final de las naves laterales hay dos capillas, una dedicada a la Virgen de Lourdes y la otra dedicada al Espíritu Santo, en ambas resaltan sus valores artísticos. La Capilla de Lourdes, inaugurada en 1876, está decorada con pinturas murales de Chartrand y Melero, notables pintores cubanos del siglo XIX. Su convento anexo, accesible como el templo, llama la atención por la belleza de su patio claustral, entre arcadas altas de medio punto, esculturas, plantas ornamentales y robustos árboles.

 

 

 

Sobre la decoración de la Capilla de Lourdes, a la que han llamado “capilla sextina del arte religioso cubano”, el padre Ángel Gaztelu, la ha descrito sensiblemente, según referencias de Manuel Fernández de Santelices: “En la primera etapa de su construcción de 1878, pintaron el conocido paisajista matancero Esteban Chartrand, reproduciendo los bellos paisajes pirenaicos de las cercanías de Lourdes (recuerdo tal vez de su estadía en Francia) y M. Didier Petit, quien recorriendo todo el zócalo, imitando a modo de friso o bajo-relieve en sepias, blancos y sombras, plasmó la popular procesión del Santísimo de Lourdes. En la segunda etapa de la construcción referida de 1883, para darle más vista y altura, fue sustituido el techo por una cúpula y su lucernario; y fueron contratados para pintarla y decorarla D. Miguel Melero y D. Antonio Herrera, Director y Catedrático, respectivamente, de la Academia San Alejandro de La Habana. Melero nos dejó en esta capilla los frescos «La Potestad de las llaves», una escena de la vida de San Pablo y, amén de las decoraciones, que las hizo en colaboración de sus discípulos, entre los que se encontraba su hijo Miguel Ángel, las figuras de los profetas David, Isaías, Jeremías y Elías. Todas estas pinturas son dignas del mayor interés y marcan un momento de la expresión pictórica de la época – la academia – y con académica plasticidad están ejecutadas.”

 

 
Tomando las referencias de Weiss, la fundación de esta institución comenzó a gestionarse desde principios de 1638, cuando fray Jerónimo de Alfaro solicitó del Cabildo licencia para establecer una hospedería en unas casas que había comprado en el barrio que entonces llamaban de Campeche, lo que evidentemente era un pretexto para encubrir la fundación de un nuevo convento, ya que el Cabildo había condicionado la licencia solicitada a que no se debía intentar fundar iglesia y convento luego de la pobreza pasada con el de las monjas clarisas. Sin autorización real y con las precarias condiciones del hospicio, la iglesia funciona clandestinamente hasta que es cerrada por orden del Rey.
No es hasta 1754 que obtiene la real licencia y tras reiterados intentos comienza la fábrica de la iglesia en 1755, continuándose lentamente en los años posteriores junto con la obra de los dos claustros del convento. Con el impulso dado por el prelado Santiago José de Echeverría, en 1792 se terminan las naves de la iglesia hasta el crucero y una parte del convento.

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