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Ideas del joven José Martí acerca de la mujer

8 de marzo de 2024

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Aldo Soler S/T, 2003 Acrílico sobre tela 100 x 120 cm

Aldo Soler, S/T, 2003, Acrílico sobre tela, 100 x 120 cm

 

Las mujeres ocupan un espacio importante en la obra martiana. Quizás en ello haya influido durante su niñez y adolescencia la figura de su madre, Leonor Pérez, una persona inteligente y decidida, como lo demostró aprendiendo a leer y a escribir por su cuenta ya que en el entorno de aquella familia rural no era costumbre que las niñas adquirieran semejantes conocimientos: bastaba con que supieran atender las tareas del hogar y que ayudaran a los varones en la tareas agrícolas, tan dificultosas en las Islas Canarias de entonces.

También es probable que al ser el primogénito y estar rodeado de hermanas se le inculcara la responsabilidad de atender a los asuntos de ellas y contribuir a su formación, como parecen indicarlo sus cartas a las más jóvenes en las que trasmitía consejos y recomendaciones de conducta.

La difícil adolescencia, transcurrida en parte en la prisión y los trabajos forzados en las canteras a que fuera judicialmente condenado, moldeó algunas de sus opiniones en torno a la mujer, bien cercanas a las predominantes entonces en las sociedades de raíz hispánica. Así, en carta a la madre desde la cárcel, del 10 de noviembre de 1869, escribe acerca del rechazo que le provocaban las visitas de prostitutas: “El cuerpo de las mujeres se hizo para mí de piedra.” Tres años después las ideas dominantes en la cultura de raíz española influyen en la primera versión de su drama titulado Adúltera en el que condena a la protagonista que comete el adulterio y que le hace declarar: “mujer manchada por el deseo, ¡es carne, es polvo, es fango, es vil!” Sin embargo, también ofrece en esa pieza un enjuiciamiento muy favorable a la significación de la mujer al decir: “… el ser humano no está completo en el hombre: es que la mujer lo completa.”

Durante su estancia en México donde se reunió con su familia, tiende a presentar a la mujer en términos favorables. En uno de sus “Boletines” para la Revista Universal proclama: “Vagabundo y como sin objeto nada el ser vivo por la tierra si no tiene, en cada encuentro rudo, para su frente sudorosa y herida, asilo en algún seno de mujer.” No deja de exponer conductas diferentes para cada sexo predominantes en aquellos tiempos: la mujer como asilo del hombre que trabaja, que es el creador, aunque reconoce a la mujer esa capacidad positiva de ofrecer tal asilo.

En el mismo año de 1875, ya con 22 años de edad, Martí apunta una diferencia entre la forma de referirse a ellas y prefiere el genérico nombre de mujer que a los nombres alusivos a su estado social: “mujer. Es bella, es mucho más bella que señorita y señora.” Y bajo el seudónimo de Orestes abundan sus juicios favorables a ellas: “Seres de desventuras son en todo las mujeres, pocas veces felices, y capaces siempre de hacer la felicidad de los demás.” Y en un texto de marzo de 1876 en El Federalista, titulado “Pilar Belaval”, dedicado a esa artista de teatro española afirma: “Es mujer, copia feliz de cuánto hay de animado y de bello, y artista es realce del entusiasmo y la grandeza.” En ese escrito también señaló: “Dícese mujer, y se adivinan ternuras, abnegaciones, divinas locuras y promesas. “ Mas también en el mismo diario había admitido antes una idea que se repetía entonces al comparar a la mujer con el hombre: “La mujer siente primero y piensa después.”

El joven que ya expone en México sus ideas al público lector revela respeto hacia la mujer y su sensibilidad, aunque no deja de adscribirse a los juicios en boga que otorgaban cierta superioridad al hombre. Sus experiencias de vida posteriores en otras sociedades modificarían tal apreciación.

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