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Humor en la línea divisoria: llevar al espectador hasta el límite y traerlo de vuelta

31 de mayo de 2021

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Osvaldo Doimeadios 1. Foto LLL-Laura Flores

 

A Osvaldo Doimeadiós lo hemos visto transitar convincentemente, con total organicidad, desde los espectáculos teatrales a la televisión y el cine, desde populares personajes humorísticos a logradas caracterizaciones dramáticas. Hoy, tanto los críticos como el público lo reconocen como uno de los mejores humoristas y –sin que implique contradicción alguna, más bien lógica articulación– uno de los más serios actores cubanos.

Graduado de la Facultad de Artes Escénicas del Instituto Superior de Arte en 1987, Doimeadiós dirigió el Centro Promotor del Humor durante los años noventa y hasta 2002. Le hemos podido disfrutar en el grupo Salamanca, en programas televisivos como Sabadazo –que nos hizo reír en los duros años del Periodo especial–, con Teatro El Público y en varios largometrajes de ficción durante los últimos tiempos. Es, sin dudas, una voz autorizada para hablar del humor cubano en la actualidad, cuando hay tantos humoristas, más espacios televisivos que hace una década y una mayor apertura en los temas y en los modos de hacer y, sin embargo, se usa con frecuencia la palabra «crisis» para describir el estado en que se encuentra este género.

 

Doimeadiós, para llegar al presente sería bueno ir a los inicios de esta historia. ¿Qué paradigmas, qué hitos reconoces en el devenir del humor en Cuba?

 

Sin que tenga la intención de historiar el proceso del humor, sería justo señalar que el desarrollo del género está marcado por el teatro, la plástica, la gráfica y la música, además de la literatura. Todo el humor de nuestro país viene gestado desde esas manifestaciones, generalmente con un lenguaje paródico, quizás hasta de choteo –aunque no todo el tiempo–, y a través de elementos de la gráfica. El teatro bufo es un paradigma en el devenir del humor cubano. En la literatura no se puede olvidar a Eladio Secades, un humorista que escribió crónicas costumbristas, y en la plástica y la gráfica a Abela, Chago y otros. En el género teatral tenemos lo que se hacía en el Martí y el Alhambra, y a grandes actores cubanos, desde Francisco Covarrubias, en el siglo xix, hasta Candita Quintana, Alicia Rico y Carlos Pous, en el siglo xx. Serían innumerables. Entre los escritores también está Enrique Núñez Rodríguez, uno de los grandes autores de sainetes, parodias, que, además, eran obras que demandaban urgencia porque el público quería actualidad.

Como el género estaba apoyado sobre un soporte paródico, intentaba ir a la par de la vida política, económica y cultural del país. En el cine también hay grandes momentos del humor cubano, como en algunas películas de Tomás Gutiérrez Alea, que es un paradigma de lo que se puede hacer en materia de humor cinematográfico y dejó filmes de gran envergadura y vuelo artístico como La muerte de un burócrata y Las doce sillas. Esa línea la han continuado realizadores como Juan Carlos Tabío (Se permuta, Plaff, Lista de espera, Guantanamera) y Juan Padrón, este último en las aventuras de Elpidio Valdés y el largometraje animado Vampiros en La Habana. En el humorismo gráfico ha habido publicaciones importantes, entre las que señalaría Dedeté y Palante. Otras tuvieron más corta vida, pero aportaron mucho al género.

 

 Y en los ochenta llegarían el Conjunto Nacional de Espectáculos y aquellos maratones de humor y mucho más que tanto recuerdan los cubanos.

 

Carmita Ruiz y Carlos Ruiz de la Tejera en Génesis según Virulo.

Carmita Ruiz y Carlos Ruiz de la Tejera en Génesis según Virulo.

 

A finales de los ochenta surgió en las universidades un movimiento humorístico influenciado, en gran medida, por el trabajo de Alejandro García, Virulo, en el Conjunto Nacional de Espectáculos, donde se reunió un grupo de actores, músicos, bailarines y escritores entre los que habría que destacar a Héctor Zumbado, un paradigma del humor cubano en los últimos 40 años. De las universidades salieron muchos grupos, entre ellos nuestro Salamanca, y hubo un boom en el humor. También influyó el contacto de la escena cubana con grupos como Les Luthiers, de Argentina, que vino a La Habana en 1985 y 1986. Un momento significativo fue el festival internacional que organizó Virulo en 1988, el Primer Encuentro Latinoamericano de Humor, al que asistieron figuras como el uruguayo Leo Maslíah, el argentino Roberto Fontanarrosa –recientemente fallecido, uno de los escritores de humor más importantes de nuestro continente– y el mexicano Andrés Bustamante. Eran personas que hacían humor de una manera muy diferente, no el más fácil y vendible que se consume habitualmente en el mundo, sino un humor alternativo, de pensamiento. Creo que fue una etapa importante y dejó una huella en muchos de los que hacíamos humor por entonces.

 

Humor entre cubanos

 

Cuando preguntamos a transeúntes en las calles de La Habana Vieja qué distingue el humor del cubano, nos dijeron que «tiende un poco a la burla, al choteo, muchas veces cae en lo superficial. Nos reímos de lo más elemental, del que tropieza y se cae o del que tiene una camisa que no pega con el pantalón. No nos caracteriza el humor más inteligente».

Además, que «se basa, mayormente, en reírse de lo peor, de una mala situación, o crear una situación buena y reírse de todo», pero también que lo distinguen «la espontaneidad, un poco de costumbrismo, en ocasiones excedido. A veces falta sutileza, inteligencia, explorar temas nuevos, políticos, sociales». En esta línea, escuchamos que nuestro humor «llegó a un punto en el que está encerrado en sí mismo, se repite, no se abre hacia un enfoque más inteligente», y que «en el humor televisivo se cae mucho en el choteo, en lo superficial. En los espectáculos se explota lo bufonesco; se apoyan muchas veces en el físico, arremeten contra el público». Sin embargo, hay reconocimiento al humor original e inteligente de creadores como Zumbado y Juan Padrón, y orgullo porque «el cubano es muy humorístico. No sé si será igual en otros países, pero aquí se saca un chiste de todo, el humor está muy presente en la vida cotidiana». Para uno de los entrevistados, hoy «se están abordando temáticas que antes no se veían mucho; temas folclóricos, campesinos». Otro consideró que «el humor tiene que ser espontáneo, no puede perder su frescura. Cuando vemos humor rebuscado ya no es humor, es ecuación matemática. Hay variedad, tenemos muy buenos humoristas».

 

 Doimeadiós, ¿cuán acertadas son estas opiniones?

 

Hay opiniones diversas, incluso contradictorias, y eso hace el debate más rico. Hay comentarios acerca de que nuestro humor es más bien epidérmico, se queda en lo superficial. Es que somos un poco espontáneos, y eso es justamente lo que hace que se pierda profundidad, que no se incursione en temas difíciles. Difiero del que afirmaba que el humor debe ser espontáneo.

 

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El humor tiene que parecer espontáneo, pero no tiene por qué serlo del todo, porque un arte, para que lo sea, debe tener pautas, técnicas, maneras de elaboración. El arte puede verse  fresco y espontáneo, pero en realidad no es tan así. Eso de que nos distinguimos por burlarnos de nosotros mismos, de nuestros defectos, lo he visto en muchos de los países a los que he ido y de los que he leído. No es exclusivo de una cultura o país determinados.

 

Es propio de la condición humana.

 

Es muy común en los latinos, pero, por ejemplo, los ingleses son así, y también los judíos. Tienen un humor que se burla constantemente de ellos mismos. Alguien decía que el humor había llegado a un circuito cerrado, y yo creo que, efectivamente, quizás nos estamos cocinando demasiado en determinados tópicos. El humor no puede apelar únicamente a la carcajada, al astracán o a las cosas más gruesas; también se puede apelar a la sonrisa. Recuerdo haber leído textos escritos con un sentido del humor del que no me río a carcajadas, pero sí me sonrío y lo recuerdo gratamente. El humor es también un ejercicio de inteligencia que utiliza la ironía, la sutileza… A veces uno pasa por la calle, ve una cosa que difiere extrañamente de otra y sonríe, y quizás ni se hizo con la intención de hacer humor. Tampoco el humor es privativo de una clase social ni un grupo de personas. Está tan relacionado con el ser humano en su singularidad, que hay personas que viven en zonas rurales apartadas y quizás no tienen un nivel de instrucción elevado, pero sí un gran sentido del humor por su agudeza al observar. Y el humor también es mucha agudeza al mirar un fenómeno o las relaciones humanas.

 

Uno siempre espera que el humor se parezca al contexto y la época. ¿Hasta qué punto el humor que se hace hoy identifica a los cubanos? ¿Es atinado el juicio de que se queda en un límite que no trasciende ciertos estereotipos?

 

Creo que en sentido general lo que se está haciendo se ha vuelto un poco retórico, con toda esa psicología de las necesidades. El humor debe tener puntos de anclaje en la realidad porque lo demandan el propio género y el público, pero al humor cubano le falta un poco de luz larga, mirar más al mundo y no solo al «micromundo», que es válido hacerlo, pero también con otros ojos, mirando a cómo estamos insertados nosotros en el mundo y cómo el mundo se inserta en nosotros. Creo que falta alcance, hay que tirar la piedra un poco más lejos y vendrán más cosas. Pienso que al humor le falta un poco de cultura general. Muchas cosas que se hacen en los medios y en presentaciones en vivo están carentes de elaboración. Cuando uno se para en un escenario es responsable de lo que hace. El público nos lee de pies a cabeza. Uno es la persona y su circunstancia, y en esa circunstancia confluyen la educación, la cultura, la manera en que uno aborda al espectador. Recordando la canción de Sabina, creo que el humor tiene que aprender a vivir en la línea divisoria y conocer bien sus límites, porque alguien que vea un espectáculo o un programa televisivo de humor debe terminar con un buen gusto en los labios.

El humor tiene que ir a lo mejor del ser humano, no puede ser tan corrosivo; hay formas que son corrosivas, muy mordaces, como la farsa y la sátira social, pero al final tiene que quedar un buen sabor. Tú no puedes lanzar al espectador del otro lado de la línea divisoria y dejarlo allá, tienes que llevarlo y volverlo a traer. La tarea de nosotros al armar un espectáculo es esa: llevar al espectador hasta el límite y traerlo de vuelta con nosotros, asomarlo a las cosas feas, pero traerlo al mundo que uno quiere para sí mismo y para el espectador.

 

Hablabas de falta de cultura general. ¿Puede decirse que el movimiento humorista cubano se ha movido más por las dotes empíricas de algunos de sus exponentes que por la formación académica? ¿Es necesario pasar la academia de actuación para lograr la excelencia?

 

No necesariamente. He visto que, excepcionalmente, personas con mucha intuición y vocación han hecho una carrera, y puedo mencionar a muchas grandes figuras del cine, la literatura y el teatro cuya formación no fue extensa ni erudita, pero han hecho cosas muy buenas. Creo que todo está en el empeño que las personas pongan, no hay que confiar tanto en las condiciones naturales; hay que pensar en cómo insertarse en la sociedad, en la historia de un país. Para insertarse en cualquier lugar hay que conocerlo. Nos toca a nosotros dignificar nuestra profesión. Si lo hacemos de una manera apresurada, si no nos preparamos ni profundizamos, no lograremos nada perdurable. Una buena técnica es que no se note la técnica, que lo que se hace parezca espontáneo, que tenga la impronta del momento, del aquí y el ahora. Es la tarea de nosotros los humoristas, pero igualmente le toca a un actor, un bailarín, un pintor o un escritor.

 

Volviendo a las opiniones que buscamos siempre en la calle, escuchamos adjetivos como «manido» para el humor en televisión, y «detestable» para el que se hace en cabarets.  «El humor de la televisión es pujón, no es el humor criollo, costumbrista, bufo, que ves en las calles, el espontáneo. La gente buena del teatro vernáculo cubano decía lo que estaba de verdad en la calle», nos dijo alguien. Hubo elogios para Ulises Toirac y Chivichana, para Churrisco. Y uno de los entrevistados afirmó que «respeto y quiero a Doimeadiós, es muy cubano y muy audaz, reúne grandes condiciones». El tema que prevalece es la televisión, ¿crees que hay sobresaturación en la televisión? ¿Ha asumido el humor televisivo una función social que ha quedado rezagada en la prensa?

 

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La presencia no es igual. El espacio del humor en la prensa escrita es muy poco y en otros momentos era muy habitual encontrarte más tiras cómicas dentro de los diarios en nuestro país. También sucede que en la actualidad circulan menos diarios que hace 20 años. Los espacios especializados de prensa gráfica como Dedeté y Palante sufrieron una contracción en el Periodo especial. La televisión es el medio más masivo, al igual que la radio; lo que ha pasado con la radio es que ha habido atisbos de programas humorísticos que no se han mantenido de manera sistemática. Tanto en radio como en televisión son necesarios equipos de guionistas y nos hemos acostumbrado, por cuestiones económicas, a contratar a un solo guionista, o quizás dos, en ocasiones. Cuando te fijas en los créditos de alguna comedia de situación o un programa extranjero de temporadas largas, ves que tienen equipos de hasta 6 guionistas. Nosotros tenemos ese problema económico por resolver. Durante muchos años se presentaba un solo programa humorístico en la televisión y no podía satisfacer las necesidades de distintos públicos. En cuestiones de gusto todo es muy diverso y obedece a patrones culturales, niveles de preferencia, expectativas que tiene cada segmento de público.

 

Es que el humor puede ser tan versátil como la diversidad del público al que va dirigido.

 

Yo creo que hay un buen momento en la televisión. Magda González, que está al frente de la redacción dramatizada, tiene conciencia de eso, y veo que en la programación existen ahora más de tres propuestas humorísticas, que pueden gustar o no, pero se vuelve a abrir un poco el espectro de espacios humorísticos, que anteriormente había sido bastante amplio y diverso. Antes podías encontrar un espacio más costumbrista, otro más satírico, otro de un humor blanco u otro relacionado con la comedia de situación. Es algo que en el mundo se usa mucho, y que quizás aquí la gente ha olvidado a fuerza de hacer programas donde solo intervengan el choteo y el juego entre los humoristas. Durante mucho tiempo, la televisión propiciaba que esa fuera la manera del humor porque no se podían tocar ciertos temas o tópicos.

En los últimos meses, la televisión se ha ido abriendo y abordando ciertas zonas de la realidad que aún están tibias, pero la sátira es una hija legítima del humor, y tú no puedes esconder un  hijo en el sótano 25 años y después volverlo a sacar, porque lo que sale es un monstruo. Pienso que hay que abordar la sátira social en su momento, porque corremos el riesgo de ir al otro extremo por acumulación y eso se puede convertir en un bumerán terrible. La manera de legitimar el humor a través de la sátira es algo que el público necesita, y también nosotros como humoristas. Eso nos dignifica, nos reconocemos en esa actividad y reconocemos nuestro país, reconocemos que no habitamos un país virtual, una televisión virtual donde se ven cosas  que no se corresponden con la vida real y cotidiana. He asistido a espacios de debate en torno a este tema y, al parecer, hay una conciencia que espero que prevalezca para que podamos ganar ese espacio con la mejor vocación y responsabilidad.

 

Eres maestro en sacarnos la sonrisa y en lograr personajes muy auténticos que ya viven dependientes de tu persona. Recordamos a Margot, a Feliciano, a Pipo Pérez… ¿Cuál es tu método para lograr ese nivel de autenticidad?

Jugar. Para mí el humor es como un juego y empiezo jugando con los personajes sin creerme muy a pecho que voy a arrasar con ese personaje, ni que voy a imponer un estilo. Yo empiezo a jugar como jugaría un niño con algo nuevo, me voy entreteniendo en «sacarle el jugo» al personaje hasta que me va convenciendo, y trato de que sea simpático también para mí, que me divierta. Si yo me divierto, es más fácil transmitir la alegría a los demás. No creo que pudiera interpretar un personaje que a mí me fuera antipático, porque entonces estaría engañando a los demás.

 

¿Qué función sientes que tienes con esta profesión?

 

Yo creo que una profesión que alegre y haga la vida más agradable a los demás es una profesión con un alto contenido humanista y ético. Hoy son tantas las cosas que denigran al ser humano y lo empequeñecen, que si uno es capaz de dejar una huella en los demás, al menos una sonrisa, lograr que lo recuerden con alegría en momentos difíciles o, por qué no, en los felices, entonces vale la pena.

 

*Entrevista realizada en agosto de 2007 y publicada en el libro Ciudad Viva. Dialógo, desafío y oportunidad.

 

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