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Humberto Hernández, apuntes sobre un gran productor

5 de febrero de 2018

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Las escasas personas asistentes en la tarde el domingo 4 de febrero al sepelio en el Cementerio de Colón del productor cinematográfico Humberto Hernández, fallecido en la noche del viernes 2, sabían que daban sepultura a una figura que contribuyó decisivamente a la historia del nuevo cine cubano surgido con el Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos. Nació en La Habana el 25 de mayo de 1932. Con alguna experiencia en la publicidad y en la realización de comerciales para la TV, ingresa en el ICAIC en 1963 como productor asistente en dos largometrajes: En días como estos, de Jorge Fraga y La decisión dirigido por José Massip.

Al concluir esta etapa de aprendizaje práctico, le asignan en 1964 al proyecto de Rogelio París: Nosotros, la música, primera película que realiza como Director de Producción y el primer largometraje documental en la historia del ICAIC. A partir de ese año, en que trabaja también en Desarraigo, de Fausto Canel, desempeña esa responsabilidad en más de una treintena de largometrajes tanto de ficción como documentales, algunos dirigidos por los cineastas cubanos más importantes.

El 18 de julio de 1966 marca el inicio del rodaje de Aventuras de Juan Quinquin, dirigido por Julio García Espinosa. La filmación se desarrolló en escenarios naturales seleccionados en las zonas de Trinidad y Cienfuegos. Los frecuentes cambios climáticos, que incluyeron hasta el paso del ciclón Alma por la Isla, demoraron este proceso que se extendería hasta el 2 de diciembre. Los interiores de esta versión cinematográfica de la novela de Samuel Feijóo Juan Quinquin en Pueblo Mocho, fueron rodados en los Estudios Cubanacán, San Francisco de Paula y el Central Pepito Tey.

 

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Con Humberto Solás, el productor Humberto Hernández trabaja en tres películas: Un día de noviembre (1972), Cecilia (1981) y Un hombre de éxito (1986), que sigue el itinerario de un oportunista a lo largo de varios gobiernos de la Cuba seudorepublicana Pero fue Cecilia la que mayores esfuerzos de producción demandó por la complejidad y el costo de esta adaptación libre de la novela homónima costumbrista escrita por Cirilo Villaverde, en un extenso rodaje iniciado el 12 de mayo de 1980.

Enrique Pineda Barnet ha contado con la eficacia de Humberto Hernández en la producción de tres de sus largometrajes. Dos de ellos, Mella (1975) y Aquella larga noche (1979), por tratarse de la reconstrucción de personajes históricos, el líder estudiantil Julio Antonio Mella en los años 30, y la vida de Lidia y Clodomira, dos colaboradoras del ejército rebelde en la década de los 50, resultaron bastante complejos. Sin embargo, no quedó a la zaga La bella del Alhambra (1989), pues con un presupuesto limitado, reprodujeron el interior del popular coliseo para hombres solos en el teatro pinareño Milanés y desplazamientos en numerosas locaciones capitalinas, para plasmar fidedignamente la vida de la afamada corista recreada por Miguel Barnet en su novela testimonial.

La tierra y el cielo (1977), fue el único título en la filmografía de Manuel Octavio Gómez, en el cual desempeñó Humberto Hernández funciones de productor. Es la adaptación del relato homónimo de Antonio Benítez Rojo sobre la presencia de la emigración haitiana en el campo cubano antes de la Revolución.

Su única experiencia junto al realizador Tomás Gutiérrez Alea fue en Hasta cierto punto (1983), cinta que parte de entrevistas realizadas a trabajadores portuarios en torno al machismo predominante en este sector con el propósito de reflejar este tema en una película que prepara un cineasta. Este largometraje no solo se alzó con el Gran Premio Coral en el Festival de La Habana, sino con galardones en certámenes de Biarritz, Londres y Damasco.

Humberto Hernández tuvo a su cargo la producción de otros dos títulos de distinta significación en la obra de José Massip: el documental Guantánamo (1967), y cuatro años más tarde, el complejo largometraje de ficción Páginas del diario de José Martí (1971), que imbricó elementos disímiles a la transcripción de pasajes escritos por el Héroe Nacional Cubano en plena guerra de independencia.

En representación del ICAIC intervino en la coproducción con Francia y México de El recurso del método (1978), versión de la novela de Alejo Carpentier, dirigida por el cineasta chileno Miguel Littin. Locaciones escogidas en la capital cubana se integraron a otras filmadas en México para configurar el imaginario país latinoamericano descrito por el escritor y presidido por el Primer Magistrado.

 

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Comparado con el despliegue de recursos invertidos en esa producción, Prisioneros desaparecidos, rodada al año siguiente, por el director también chileno Sergio Castilla, exilado en Cuba en esa etapa, es una suerte de obra minimalista. La trama se centra en el secuestro de un obrero sospechoso de ser jefe de un núcleo de la resistencia chilena, que es trasladado a una «casa» de torturas de la dictadura. En forma de diario, se muestra la vida en esa cárcel clandestina del régimen fascista.

Paralelo al cine de ficción, produjo varios cortos documentales, entre los que figuran: Un relato sobre el jefe de la Columna 4 (1972), dirigido por Sergio Giral, Miriam Makeba (1973), de Juan Carlos Tabío, así como Crónica de la victoria (1975), realizado por Jesús Díaz y Fernando Pérez.

Tuvo a su cargo en 1983 la producción de Los refugiados de la Cueva del Muerto (1983), la primera y única incursión en el largometraje de ficción por el célebre documentalista Santiago Álvarez. Correspondió al productor coordinar todos los recursos para la puesta en pantalla del acoso y persecución de los asaltantes a los cuarteles Moncada de Santiago de Cuba y el de Bayamo, que sobrevivieron el 26 de julio de 1953.

A continuación, intervino en la realización del docudrama Primero de enero por Miguel Torres, quien con elementos del documental y la ficción recrea los últimos seis meses de la guerra revolucionaria, el avance del ejército rebelde y la derrota de la dictadura de Fulgencio Batista. El filme se alzó con el Premio Caracol al mejor trucaje en el Festival Nacional de la Asociación de Artistas de Cine, Radio y Televisión de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba.

Antes de integrar el equipo de La bella del Alhambra, dirigido por Enrique Pineda Barnet, y devenido un clásico en su género, el productor Humberto Hernández, inscribió otro título relacionado con el cine musical: Hoy como ayer (1987), realizado por el cineasta cubano Constante Diego y el mexicano Sergio Véjar. Fue una frustrada tentativa de aproximarse por primera vez a la figura de Benny Moré, a través de la historia de un joven bailarín seleccionado para un musical sobre el bárbaro del rimo, que al descubrir las claves de la vida del Benny, se descubre a sí mismo.

Con el cineasta Rolando Díaz, con quien trabajó en 1985 en la cinta de tema deportivo En tres y dos, Hernández organizó cuatro años después la producción de La vida en rosa, otro filme más pleno de pretensiones que de resultados, ni siquiera salvable por la presencia de importantes intérpretes y la música de Edesio Alejandro. En 1990, Humberto Hernández tuvo a su cargo la compleja producción de la comedia Alicia en el pueblo de Maravillas, dirigida por Daniel Díaz Torres. Su acción transcurre casi íntegra en un imaginario pueblo donde es ubicada una joven instructora de arte, sorprendida con la atmósfera del lugar.

La insatisfactoria experiencia al lado de Rapi Diego en Hoy como ayer no amilanó al productor y aceptó la encomienda de responsabilizarse con otro largometraje dirigido por él en coproducción con Venezuela lleno de complejidades de toda índole: Mascaró, el cazador americano (1991), con numerosas locaciones y personajes, y en la que sobresale la excepcional música compuesta por José María Vitier. El filme obtuvo el Premio Catalina de Oro a la mejor película en el Festival Internacional de Cine de Cartagena, y el Premio Especial del Jurado en el Festival de Cine Latinoamericano de Trieste, Italia.

Encabezó la producción del ICAIC con compañías de España y Francia del filme Lista de espera (2000), rodado por Juan Carlos Tabío en una única locación cercana a la costa al oeste de La Habana, donde fue reproducida la Terminal de ómnibus a donde va a parar un conjunto de disímiles personajes. Entre los numerosos reconocimientos recibidos por esta exitosa comedia en certámenes nacionales e internacionales, incluyó el premio del público en Cannes, el destinado al mejor guión en el Festival de La Habana y fue nominada al Goya a la mejor película extranjera de habla hispana por la academia española.

Tres años más tarde, otra producción de gran envergadura es asignada a Hernández, Roble de olor, el primer largometraje de ficción realizado por Rigoberto López, que unió firmas de Cuba, Francia y España. La trama, ubicada a mitad del siglo XIX, con la historia de amor de una mujer negra procedente de Haití y un alemán recién llegado a la isla, demandó grandes recursos para la reconstrucción epocal. Para gran parte de la filmación en el cafetal Angerona, contó con el aporte decisivo de esos experimentados artífices que son Derubín Jácome y Nieves Laferté y el diseño de vestuario de los talentosos Diana Fernández y Vladimir Cuenca, amén de riquísimas partituras concebidas por Sergio Vitier, que atenuaron falencias dramatúrgicas e interpretativas, ante todo en la actriz protagónica.

El viajero inmóvil (2008), realizada por Tomás Piard, también exigió no poco del productor Humberto Hernández para recrear pasajes de la novela Paradiso, de José Lezama Lima, entrecruzados con testimonios sobre el escritor en medio de una de sus celebérrimas cenas.

Reproducir en locaciones de las afueras de La Habana la geografía de un poblado africano fue el mayor desafío enfrentado en Sumbe (2011), dirigido por Eduardo Moya. Fue preciso adecuar determinados lugares para evocar los acontecimientos ocurridos el 25 de marzo de 1984 cuando un reducido grupo de obreros, maestros, médicos, técnicos y asesores cubanos, con escaso armamento y parque, se unieron a los angolanos para defender la ciudad de Sumbe de las fuerzas élites de la UNITA.

Con posterioridad, Humberto Hernández volvió al cine musical, esta vez para colaborar con Jorge Luis Sánchez en su segundo largometraje: Irremediablemente juntos (2012), versión sobre una aplaudida pieza teatral acerca de los obstáculos que debe enfrentar una pareja en la Cuba de hoy para mantenerse unidos contra viento y marea. Las dificultades principales estribaron, como en toda película del género, en la imprescindible composición previa de la música, su grabación, así como en los ensayos de las coreografías por el veterano Isidro Rolando.

 

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Humberto Hernández, ha ejercido la docencia como profesor de la asignatura Organización de la Producción en la Facultad de los Medios de Comunicación Audiovisual del Instituto Superior de Arte, ha sido jefe de cátedra de producción en la Escuela de San Antonio de los Baños y ha impartido cursos sobre esta especialidad en universidades de Argentina y Venezuela. Este octogenario productor, incansable por naturaleza, que es Humberto Hernández, vinculado a varios títulos cimeros en la historia del cine cubano, recibió en 2015 el Premio Nacional de Cine.

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