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Historias recurrentes

21 de octubre de 2017

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mate-1304_1469139087560A él la TV no lo convencía. En verdad, nunca lo convenció. Ni en los tiempos de la niñez en que en aquella pantalla de 17 pulgadas aparecían animales de circo y novios trepadores de palos encebados para, en una competencia publicitaria, ganar el ajuar de la boda. A los cinco años por medio de una cartilla y una maestra de vocación, aprendió a leer y jamás frenó la afición. Era un hombre de lecturas intrincadas y diversas. Ella le dijo un día: “Tu lees todo lo que tenga letras”. Y él con la pasividad que lo retrataba, le respondió: “Todo lo que tenga letras y las una en idioma español”. Era cierto. Engullía aventuras de viajes al Himalaya con idéntico placer que deglutía un tratado de los principios mecánicos de la primera máquina de vapor. Si bien leía y releía todo lo que se situaba al alcance de sus ojos, poseía una predilección especial por los libros de historia. Así visitaba siglos y continentes y compartía las diabluras de Nerón o la intrepidez de la doncella de Orleáns en viaje de pie desde Marianao a La Habana Vieja en todo tipo de ómnibus.
En cada cobro y después de entregar lo necesario para los gastos caseros, él no fumaba ni bebía, la esposa sonreía cuando lo veía marchar en el recorrido mensual por las librerías de títulos viejos. Convivir con un hombre que solo la engañaba con reinas de papel y guerreaba con espadas de tinta, presumía una tranquilidad eterna, creía ella. Y también creía él, porque al hundirse en catálogos seudo científicos que aseguraban la perfecta salud si se cumplían ciertas reglas y manuales de economía que auguraban la bonanza financiera de todos al doblar de la esquina, nunca concibió que cercano a los setenta años, las piernas le fallarían y el monedero también, al pasar de un sueldo a las limitantes en pesos y centavos de la jubilación.
Por lo menos, antes de los recortes presupuestarios familiares, un hijo los dotó de un led de 32 pulgadas y en él, la esposa pensaba que el jubilado recorrería en documentales y en noticiarios los países y situaciones antes compartidos gracias al descubrimiento de Gutemberg.
Con las piernas apoyadas en un banco para así combatir los dolores musculares y ojos operados felizmente, asistió a la destrucción de patrimonios sagrados conocidos por él en la letra de imprenta, por las manos de salvajes terroristas. Vio los rostros desesperados de mujeres y niños en huida ante los perseguidores que les robaban la tierra y el pan y que volúmenes de tapas de piel confirmaban que les pertenecían desde siglos atrás. Observaba los rostros impávidos de gente que les negaban la suplicada entrada en sus costas cuando de las otras les llegaron riquezas materiales y valores culturales registrados en textos también acumulados por él en su afán de lecturas.
En 32 pulgadas y sabiendo que por la velocidad en las comunicaciones, esas imágenes estaban ocurriendo, la vergüenza lo dominó por pertenecer a la raza humana, tan olvidadiza y recurrente en los mismos pecados.

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