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Historia de un conflicto

20 de julio de 2018

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Estaba trabajando en mi departamento, cuando escuché unas voces altas en el pasillo y me asomé para ver qué pasaba: los padres de una estudiante estaban reclamándole a una profesora porque su hija estaba suspensa. Aunque la docente les había mostrado el examen –claramente suspenso–, la familia (porque eran varios miembros, incluyendo una niña autista) seguía exigiendo que la estudiante fuera aprobada porque –y he aquí lo interesante– ellos eran unos padres sacrificados, que la estudiante era madre de una niña autista, que eran obreros e, ¡increíble!, que su hija era discriminada por la intelectualidad profesoral. Estos argumentos eran expresados con mucha emocionalidad y en voz muy alta.

Hasta aquí puedo decir que queda claro que la familia en cuestión mostraba un alto grado de disfuncionalidad y de emotividad sumamente negativa con un absoluto divorcio entre la mente racional y la mente emocional, y puedo agregar que con poca capacidad para evaluar la situación de forma correcta, yendo a reclamar el aprobado a través de medios de intimidación, porque todos hablaban la vez, a gritos y con posturas abiertamente hostiles. La profesora, por su parte empezó cometiendo varios errores, porque en primer lugar se puso a la defensiva, enojándose después de que mostró el examen (lo cual fue un gesto de amabilidad porque el profesor no tiene que mostrarlo, solo discutirlo con otros profesores), seguidamente se implicó personalmente, poniendo de ejemplo a sus hijos que habían crecido sin padre, que ella también era hija de obreros y se graduó. Esas respuestas provocaron que la conversación se convirtiera en discusión y es cuando escucho las voces enojadas, y no solo yo, sino otros profesores, y otra colega fue a mediar, dando por terminado el altercado.

¿Qué hizo mal la primera profesora y qué hizo bien la segunda? He aquí el meollo de la situación. La primera enseguida perdió la paciencia porque se sintió agredida –lo cual era cierto– pero la violencia genera violencia y ella perdió la perspectiva de cuál era el objetivo de la reunión: convencer a los padres de que no era posible aprobar a la estudiante y que no había prejuicio alguno. Sin embargo, se dejó arrastrar por la ira y ahí la vorágine tomó proporciones mayores, por lo que el final podría haber sido peor si no interviene la profesora mediadora.

Ahora bien, esta última empezó por preguntar quienes eran los padres y los hizo pasar a la oficina, y pidió que los demás quedaran fuera para poder entenderse mejor y también la niña, porque “no es bueno que una niñita esté en medio de una conversación de adultos” y ahí les pidió que se explicaran y escuchó pacientemente sin interrupción con una postura aceptadora y expresión de emocionalidad positiva. Después de que los padres hablaran todo lo que quisieron, les dijo: “Admiro a los obreros, a toda persona que se gana la vida honradamente, por lo que es un placer poder hablar con ustedes”. Entonces preguntó: ¿Qué están pidiendo ustedes? Por supuesto que la respuesta fue que la hija fuera aprobada. Ahí ella comenzó a explicarles con preguntas: “¿Ustedes están pidiendo que cometamos fraude? ¿Quieren que una joven que no aprendió lo necesario pase a otro año y atienda pacientes? ¿Ustedes saben que puede pasar? ¿Saben que si daña a un paciente puede enfrentar cargos penales y hasta ir a la cárcel? Entonces, ¿no creen que sea mejor que vuelva a repetir el año y se forme como una profesional calificada? Y que saque conclusiones de sus errores de en que falló y pida ayuda, cambie su forma de estudiar y la institución está en la mejor disposición de ayudar en eso y ponerla en grupo de estudios que la ayuden, con tutoría de otros estudiantes más aventajados y consultas dicentes con los profesores. Ustedes como familia pueden proveerla de determinadas condiciones para estudiar. Los profesores no queremos suspender a los estudiantes, lo que queremos es que aprendan y se desarrollen para ejercer una profesión en la que van a curar y ayudar a la sociedad. “Entonces –terminó– lo que piden no beneficia a su hija y nosotros no podemos hacerlo, pero si no están de acuerdo pueden acudir al decano de la facultad para plantearle su petición”.

La familia no pudo objetar nada. Esta historia quise compartirla con ustedes porque es un ejemplo excelente de la antítesis de un mediador (la primera profesora) y una verdadera mediadora de conflictos, donde el objetivo es que todos ganen. Lo he dicho en otras ocasiones, en un conflicto es importante ganar-ganar, o sea que las dos partes obtengan algo, y en este caso, la familia obtuvo una lección de lo que es importante para su hija en sus estudios, dándole soluciones, y la institución ganó en enseñar a unos padres que las amenazas no ayudan, sino que deben apoyar a su hija.

Claro que sinteticé la historia, y la continuaré en otro momento porque después yo hablé con ambas profesoras y es muy interesante lo que ambas me dijeron.

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