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Hernando de Soto

15 de julio de 2016

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Uno de aquellos audaces exploradores y conquistadores que, por circunstancias muy especiales de la Historia, devinieron personajes célebres y hoy tienen monumentos en diversas ciudades del continente americano, fue Hernando de Soto, quien nació en 1500 (algunas fuentes establecen que en 1496) en la entonces muy pobre región de Extremadura, aunque él fuera hijo de un hidalgo. Adolescente aún embarcó hacia América, propiamente hacia Panamá, con Pedrarias (Pedro Arias Dávila). Después recorrió la geografía centroamericana, ganando fama como militar y jinete.

Ya hacia 1528 conducía su propia expedición en la península de Yucatán. También acompañó a Francisco Pizarro en la conquista del Perú, pero siempre la Historia le reconoce que no fue tan cruel e ignorante como aquel. Fue, curiosamente, el primer europeo que habló con Atahualpa, el emperador Inca, de quien llegó a ser su amigo.

En 1536 regresó a España, allá conoció a Isabel de Bobadilla (hija de Pedrarias), se casó con ella y volvió a América con el nombramiento que le expidiera el rey Carlos I como gobernador de la Isla de Cuba y Adelantado de La Florida, al mando de una expedición con la cual seguiría explorando nuevas tierras. Era hombre valiente y tenía la fibra –temeridad y ambición incluidas– de los conquistadores españoles, por supuesto, siempre amparado en una supuesta misión de pacificación y civilización de los nativos.

Una vez en Cuba, recorrió la zona de Santiago y tomó medidas para mejorar las condiciones de vida de sus moradores. Dedicó esfuerzos a la reparación de los destrozos causados en La Habana por una expedición corsaria y despachó una expedición de avanzada hacia La Florida, en Norteamérica. A su esposa Isabel la dejó a cargo del gobierno de la Isla.

En mayo de 1539 arribó a La Florida, con una expedición de entre 600 y 900 hombres. A la bahía de Tampa la bautizaron del Espíritu Santo e iniciaron la conquista y colonización de aquellas tierras, que no le reportaron los yacimientos de oro que esperaba, pues recorrió no solo aquella península sino buena parte de los territorios del sur de lo que hoy son los Estados Unidos. A favor de él se apunta que no fue demasiado cruel con los nativos.

El afán y la ambición del conquistador lo hicieron seguir adelante pese a las dificultades que encontraba. La historia lo recoge como descubridor del río Misisipí, en cuyas orillas murió de fiebres el 21 de mayo de 1542. Su sepultura fueron precisamente las aguas del colosal río.

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