ribbon

Guillermo Torres: Cuando el cine era un sueño

25 de junio de 2021

|

 

Guillermo Torres 2

Para dos hermanos habaneros, el cine, desde que lo descubrieron, era se convirtió en el refugio para sus sueños. La sala oscura siempre ejerció su influjo sobre ellos. Guillermo, nacido el 25 de junio de 1951, es el hermano menor de Miguel Torres, quien le precedería en el ICAIC como realizador de numerosas ediciones del Noticiero ICAIC Latinoamericano, documentales y varios largometrajes de ficción. Guillermo Torres culmina la Licenciatura en Periodismo y colaboraba en las revistas Alma Mater y Cine Cubano cuando después de un breve paso por esta publicación oficial del ICAIC, integró un grupo de recién graduados de diversas carreras de la Universidad de la Habana que comenzaron a trabajar en la producción de largos y cortometrajes.

Rogelio París fue el primer realizador con el que le ubican como tercer asistente de dirección de su primer filme de ficción Patty-Candela (1975). «A mí me responsabilizaron con el vestuario cuyo diseño estaba a cargo de un extraordinario artista: Eduardo Arrocha —evoca Guillermo sobre esta primera incursión en el cine—. Así comencé una serie de largos viajes a los Estudios de Cubanacán donde se confeccionaban los diferentes vestuarios de los actores a los que fui conociendo al mismo tiempo que iba descubriendo un misterioso mundo y sus protagonistas, que detrás de las cámaras tienen un tremendo peso e influencia en el resultado final de una película».  Nunca olvida que tras el breve trabajo de mesa, dibujó en el guion todas las posiciones de cámara con las que se filmaba cada secuencia por ser justamente el trabajo del director de fotografía, uno de los elementos que más le fascinaban del rodaje en locaciones de Santiago de Cuba y La Habana. Rogelio París y Guillermo, carentes de experiencias en la dirección de actores, se entrenaron sobre la marcha, si bien el elenco elegido era altamente profesional.

La seriedad, disciplina y rigor del bisoño asistente, entusiasmado con estos trajines, pronto se difunde en el seno de la productora cinematográfica y es convocado para desempeñar idénticas funciones en el rodaje de las secuencias en Cuba de El recurso del método (1978), coproducción del ICAIC con Francia y México. El cineasta chileno Miguel Littin enfrentó y venció el reto que significaba la novela homónima de Alejo Carpentier en torno a las aventuras y desventuras de un Tirano Ilustrado en un país imaginario del continente americano. Le siguió trabajar al lado de Enrique Pineda Barnet, también como asistente, en el proceso creativo del largometraje histórico Aquella larga noche (1979), recreación de hechos protagonizados por dos valerosas colaboradoras del Ejército Rebelde, capturadas por los sicarios de la dictadura batistiana y murieron sin delatar a sus compañeros..

Bernabé Hernández, excelente documentalista, halla en el joven Guillermo Torres, un colaborador esencial, y lo incorpora como coguionista en tres títulos de su filmografía. Algo más que el mar de los piratas (1979) aborda la identidad cultural de los pueblos caribeños, con su diversidad de estilos y manifestaciones culturales durante la celebración por tercera vez en Santiago de Cuba del evento CARIFESTA 79. Los otros dos constituyen una suerte de díptico temático reconocido por el jurado del I Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano (1979): Douglas y Jorge relata las vivencias de dos niños nicaragüenses de distinto origen de clase, que se incorporan a la lucha contra la dictadura del General Anastasio Somoza; La infancia de Marisol, registra el testimonio de una niña para quien desde los once años el combate  no es un juego, su captura por la guardia nacional y las bestiales torturas a que fue sometida en prisión.

Un año más tarde, 1980, es uno de los más complejos en el itinerario de Guillermo Torres por reclamarlo Rogelio País, satisfecho con su trabajo anterior, para un nuevo proyecto: Leyenda, a partir de un guion escrito por Luis Rogelio Nogueras. En esos meses, debe ingeniárselas para ser uno de los asistentes de Julio García Espinosa en el largometraje experimental Son o no son, filmado casi íntegramente en el cabaret Tropicana con algunas escenas musicales y bailables en los Estudios Cubanacán. Otro intenso período corresponde a 1983 en el que debe asumir la responsabilidad de ser uno de los asistentes del consagrado Tomás Gutiérrez Alea en Hasta cierto punto, incursión en conflictos de la contemporaneidad, y del veterano Santiago Álvarez en Los refugiados de la Cueva del Muerto, su primer largometraje de ficción (que sería el único en su obra), una indagación en páginas de la historia cubana que sigue el destino de varios asaltantes del Cuartel Moncada.

Al cabo de dos años, Guillermo Torres es promovido como director de documentales, la oportunidad que siempre había esperado, pero para la cual por la política interna del ICAIC, antes era forzoso el entrenamiento en la práctica como asistente, amén de intervenir en alguna medida en documentales, como es el caso de los realizados por  Bernabé Hernández. Cuando el mar era un sueño (1985), su primera obra, realizada a partir de su propio guion, se detiene en la formación de la primera brigada de mujeres pescadoras de Cuba, por iniciativa de un grupo de trabajadoras de Manatí, Puerto Padre, en la provincia Las Tunas. El novel cineasta sabe rodearse de un equipo técnico eficaz y para su segundo documental, Marcelo Pogolotti (1986), cuenta con un fotógrafo de excelencia como Raúl Rodríguez y en la edición una profesional tan prestigiosa como la francesa Jacqueline Meppiel. El filme refleja la vida y obra del importante pintor, quien junto a Carlos Enríquez, Víctor Manuel y Eduardo Abela, entre otros, formó parte de la vanguardia artística renovadora de la pintura cubana a partir de la segunda década del siglo XX.

Quietos… ¡ya! (1987), su tercer documental, le proporciona mayor resonancia. Con especial sensibilidad se aproxima a esos fotógrafos ambulantes dotados de primitivas cámaras mantenidas en funcionamiento por ellos mismos, que captan en el Parque Central y frente al Capitolio Nacional las imágenes de los visitantes, sobre todo de las provincias del interior de la Isla, que no pueden concebir visitar La Habana sin llevarse como recuerdo y constancia la tradicional fotografía frente a la escalinata del Capitolio. Recibió el premio Colón de Oro del público al mejor cortometraje en el XIV Festival de Cine Iberoamericano de Huelva, España, y fue seleccionado por la crítica especializada cubana entre los filmes más significativos estrenados en 1988. Posteriormente participa en certámenes de San Francisco y Edmonton, Canadá, en los que es objeto de atención.

El que siempre pierde (1988) demandó el aporte de cinco fotógrafos con el fin de mostrar en pocos minutos por medio de una aguda utilización del humor, al árbitro deportivo, ese personaje a veces tan controvertido, todo el tiempo situado en el medio, bajo la mirada atenta del público y los competidores. Con El sacerdote comandante (1989), el realizador se propuso un retrato del padre Guillermo Sardiñas, primer sacerdote católico que se incorporó al Ejército Rebelde liderado por Fidel Castro en la Sierra Maestra y alcanzó el grado de comandante. Tras el triunfo, tuvo que enfrentarse al clero reaccionario, y permaneció fiel a su fe y, al mismo tiempo, a la Revolución, hasta el momento de su muerte.

Guillermo Torres, una vez a su haber este conjunto de estimables documentales, está en condiciones de una nueva promoción, esta vez como realizador de cine de ficción. Solteronas en el atardecer (1990), es el título de su cortometraje, que parte de un argumento y un guion concebidos por el cineasta junto a los escritores Chely Lima y Alberto Serret. En la trama, ubicada a principios del siglo XX, tres hermanas que acostumbran a pasear por un bosque, en un ritual que cumplen desde pequeñas, cierto día encuentran, sorprendidas, en su recorrido a un niño. Ese inesperado hallazgo amenaza con romper el equilibrio de sus vidas, y sostienen un debate acerca de la decisión que deben adoptar, en el cual aflora lo mejor y lo peor de cada una de ellas. Verónica Lynn, Isabel Moreno y Ana Viña, integraron el trío de grandes actrices escogidas por Torres para su película en la que jugó un papel determinante el trabajo del fotógrafo Raúl Pérez Ureta, sobre quien recuerda:

«Para mí, fue una revelación con el entusiasmo con que enfrentó el trabajo de Solteronas en el atardecer. Ya él era un Director de Fotografía con experiencia y yo era apenas un joven con aspiraciones. Además, Solteronas… debía tener un tono como de sueño mágico, con un toque surrealista, que el entendió enseguida y me hizo una propuesta que, de inmediato, abracé. Raúl me propuso cambiar la naturaleza de la locación y darle un carácter diferente. En concreto, él quería pintar partes de las orillas del riachuelo con blancos y verdes contrastantes que le dieron a la fotografía un ambiente irreal, perfecto para la historia. Otra idea que compartimos fue tratar de que la luz, fuera siempre un fuerte contraluz que le diera a las figuras un halo brillante, algo que en la práctica fue un verdadero dolor de cabeza porque teníamos que estar moviendo todo el tiempo una enorme lámpara».

Solteronas en el atardecer cierra la filmografía cubana de Guillermo Torres, que ocupa un lugar en la historia del cine de la mayor de Las Antillas.

Galería de Imágenes

Comentarios