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Gloria City, intento inusual de influencia gastronómica en Cuba

26 de junio de 2020

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Gloria City

 

El entorno social y geográfico de Cuba al inicio de la conquista hizo su aporte a la nueva cultura culinaria. De esa manera, la cocina nacional comenzó un largo proceso de formación basado en los productos que el medio circundante ofrecía, y en un segundo e importantísimo paso, la decisiva supremacía de los conquistadores en esta ecuación prematura que desde el arranque trajeron consigo sus hábitos, prácticas y aprovisionamientos.

Tempranamente, los esclavos africanos fueron acompañados en sus viajes por productos de su flora, los que junto a gustos y maneras pasaron a la mesa de los amos.

La revolución de Haití a finales del siglo XVIII propició la aparición masiva de haitianos franceses que introdujeron el cultivo modernizado del café y su refinada cocina en las mesas de los adinerados.

Hacia mediados del XIX comienza una intensa emigración china hacia Cuba. La tenacidad asiática se vio reflejada en el cinturón agrícola que formaron alrededor de la Zanja Real de La Habana y la alternancia en los fogones hogareños con los esclavos.

Etnias cercanas produjeron flujos migratorios: jamaiquinos y haitianos, mano de obra de zafras azucareras que produjeron numerosos asentamientos acompañados de sus costumbres.

En décadas recientes, sorprendentemente y sin antecedentes visibles, se ha masificado un segmento de la cocina italiana popular, representada por la ampliamente difundida pizza.

Punto y aparte se muestra el peso de la cultura gastronómica norteamericana. Esta realidad empezó a manifestarse tímidamente de múltiples formas y singularidades en pleno siglo XIX a partir del comercio entre ambas partes. Comenzando el XX, las intervenciones militares al final de nuestra guerra de independencia significaron un fuerte impacto en la vida nacional. Ello creó condiciones para un acelerado proceso de transculturación obligada. Por supuesto que la gastronomía no podía de manera alguna quedar fuera de esta hegemonía.

Pronto, los asentamientos de ciudadanos estadounidenses fueron disímiles por todo el territorio nacional. Como los casos anteriores, ello pudiera haberse interpretado como la suma de otra fuente de influjo exterior sobre los usos establecidos. En la práctica, generalmente no fue así; las intenciones a largo plazo eran asentarse trayendo consigo su cultura en la expresión más amplia y valerse sólo del espacio geográfico como una palanca para desplegar sus planes de desarrollo económico dentro de un marco estrechamente cerrado con poco, escaso o el mínimo indispensable de contacto con la población que los acogía. De hecho trasladaban países en miniatura.

Se destaca, entre ellos, Gloria City en Nuevitas, Camagüey. Diversas razones hicieron fracasar sus propósitos y hacia 1930 ya su núcleo principal –como el de los otros casos– se había desintegrado. Y hoy en día, como estela de un cometa lejano, sólo se encuentran vestigios de esos poblados que fueron.

Dicho esto, de ninguna manera era de esperar que las influencias en la rama de la alimentación humana aparecieran por las vías tipificadas como sucedió con el resto de nuestros ascendientes. Dadas las circunstancias, de Norteamérica debíamos esperarla de otras muchas insospechadas maneras, y en primerísimo lugar, a partir de la imposición de lo que es ampliamente conocido como el american way of life.

Los archivos Históricos del Museo Municipal, Sierra de Cubitas, Camagüey, nos instruyen particularmente sobre el poblado (país liliputiense) conocido como Gloria City:

“El núcleo principal que fundó La Gloria, los agricultores eran familias muy trabajadoras, con un gran espíritu emprendedor, que comenzaron desde cero a laborar un pedazo de tierra comprada a la Cuban Land y ya hacia 1914 contaba con una población de alrededor de 3000 norteamericanos…  La Gloria contaba con juzgado, estación de policías, cuartel de la guardia rural, alcaldía, oficina de correo y telégrafo, teléfono, escuelas, biblioteca, luz eléctrica, alumbrado público, tiendas, fondas, cantinas, barberías, lecherías, panadería, fotógrafos, farmacias, médicos, herrerías, albañiles, una fábrica de hacer escobas, dos hermosos hoteles de dos pisos con bellos jardines y amplios ventanales, alfombras, y cortinajes de seda… Junto al pueblo se había levantado un pequeño central para elaborar mieles y azúcar, una imprenta que editaba un periódico dos veces a la semana, libros y folletos… Se destilaba cerveza negra y rubia, servicios religiosos a cargo de dos iglesias, una metodista y la otra episcopal… Las casas eran de cedro y caoba, esbeltas y espaciosas, las calles limpias y sombreadas por los framboyanes. Había una orquesta de 12 músicos (5 mujeres y 7 hombres), con violas, violines, clarinetes y algunos instrumentos de percusión para las fiestas. Se cosechaba cítricos y un poco de vegetales y se importaba vía Nuevitas-Nueva York los artículos que hacían falta… Después del florecimiento viene el retroceso y la decadencia a partir del 1917… el ciclón del 32 subió desde el sur y fue la destrucción definitiva. Aún se encuentra en lo alto de la colina, el cementerio de los últimos norteamericanos que se quedaron y decidieron vivir allí…”

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