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Giuseppe Garibaldi

18 de marzo de 2020

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Situémonos en 1850. Cuba es aún colonia y los emigrados italianos gozan de simpatía y prestigio entre los que en Cuba piensan ya en una vía armada para salir del dominio colonial.

Por otra parte, el exilio cubano en Norteamérica tiene también en los inmigrantes italianos en esa nación a partidarios decididos de la causa nuestra. Durante la estancia de Giuseppe Garibaldi en Nueva York, los conspiradores de aquí radicados allá se han sumado al homenaje ofrecido al gran patriota italiano.

Y es que la historia heroica de Garibaldi corre de boca en boca. Se conoce de su prolongada permanencia de doce años en tierras americanas, donde participa de las luchas en Uruguay, Argentina y Brasil. Además, Anita, su valiosa compañera y madre de sus hijos, es brasileña.

De manera que se siguen con interés los pasos del intrépido revolucionario. Unos, los que lo admiran, animan la esperanza de verlo al frente de alguna expedición libertadora. Quienes, por el contrario, le temen (léase los colonialistas) hacen votos para mantenerlo alejado de Cuba. En cualquiera de los casos, el nombre de Giuseppe Garibaldi es ya legendario.

Es por ello que cuando Garibaldi toca tierra cubana lo hace bajo un nombre falso, con la intención de pasar inadvertido, como un extranjero más, para que el espionaje español no se fije en él. El revolucionario tiene poco más de 40 años y se hace llamar Giuseppe Pane, un seudónimo que ya ha utilizado en otras ocasiones.

Lo que hizo en Cuba es un tema demasiado fértil para la especulación, demasiado movedizo para hacer afirmaciones categóricas. Aunque según parece pasó varios meses en La Habana y este es un asunto que se sigue investigando, tanto en Cuba como en Italia, su patria. De lo que no hay dudas es de la simpatía que sentía por Cuba y su independencia. Veinte años después de aquella visita que aún es un misterio, escribía desde la isla de Caprera a la señora Emilia Casanova, esposa de Cirilo Villaverde y distinguida patriota:

“Con toda mi alma he estado con ustedes desde el principio de su gloriosa revolución… Yo estaré toda la vida con los oprimidos, sean reyes o naciones los opresores”.

José Martí justipreció el valor de este hombre, a quien describió como “jinete resplandeciente, de corcel blanco, capa roja y espada llameante”. Una tarja colocada en el costado del Palacio de los Capitanes Generales, hoy Museo de la Ciudad de La Habana, recuerda al caminante la admiración y el respeto del pueblo cubano hacia el héroe italiano.

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