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Gabriel García Márquez

25 de julio de 2018

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De la visita de Gabriel García Márquez, en enero de 1959, diríase que nadie se acuerda. Mas no es así. Es el propio escritor quien retiene en la memoria incidentes de aquellos días, y él mismo (¿quién mejor?) el que los narra:

“El 18 de enero, cuando estaba ordenando el escritorio para irme a casa, un hombre del Movimiento 26 de Julio apareció jadeando en la desierta oficina de la revista en busca de periodistas que quisieran ir a Cuba esa misma noche. Un avión cubano había sido mandado con ese propósito. Plinio Apuleyo Mendoza, y yo, que éramos los partidarios más resueltos de la Revolución Cubana, fuimos los primeros escogidos. Apenas si tuvimos tiempo de pasar por casa a recoger un saco de viaje, y yo estaba tan acostumbrado a creer que Venezuela y Cuba eran un mismo país, que no me acordé de buscar el pasaporte. No hizo falta: el agente venezolano de Inmigración más cubanista que un cubano, me pidió cualquier documento de identificación que llevara encima, y el único papel que encontré en los bolsillos fue un recibo de lavandería. El agente me lo selló al dorso, muerto, de risa, y me deseó un feliz viaje.

“…Antes del mediodía aterrizamos entre las mansiones babilónicas de los ricos más ricos de La Habana en el aeropuerto de Campo Columbia, luego bautizado con el nombre de Ciudad Libertad, la antigua fortaleza batistiana donde pocos días antes había acampado Camilo Cienfuegos con su columna de guajiros atónitos. La primera impresión fue más bien de comedia, pues salieron a recibirnos los miembros de la antigua aviación militar que a última hora se habían pasado a la Revolu­ción y estaban concentrados en sus cuarteles mientras la barba les crecía bastante para parecer revolucionarios antiguos.

Esa primera noche, un grupo de muchachos del Ejército Rebelde, muertos de sed, se metió por la primera puerta que encontraron, que era la del bar del hotel Havana Riviera. Solo querían un vaso de agua, pero el encargado del bar, con los mejores modos de que fue capaz, los volvió a poner en la calle. Los periodistas, con un gesto que entonces pareció demagógico, los hicimos entrar de nuevo y los sentamos a nuestra mesa. Más tarde, el periodista cubano Mario Kuchilán que se enteró del incidente, nos comunicó su vergüenza y su rabia.

“—Esto no se arregla sino con una revolución de verdad –nos dijo, y les juro que la vamos a hacer”

Mucho júbilo causó el anuncio del otorgamiento del Premio Nobel de Literatura de 1982 al escritor colombiano. En Cuba se le galardonó con la Orden Félix Varela de Primer Grado. También dirigió la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano.

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