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“Fresa y chocolate” cierra homenaje a Titón de Festival de Cine

10 de diciembre de 2018

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Ante la frustrada tentativa de filmar “Für Elise”, a partir de argumento y guion original de su amigo, el escritor colombiano Gabriel García Márquez, autor también de El amor en los tiempos del cólera, novela que le interesaba para el cine, Tomás Gutiérrez Alea se conformó con Cartas del parque, divertimento que no significó escapar de la realidad. Esta contribución a la serie “Amores difíciles”, coproducida con España, trasladó el episodio del libro sobre el escribano enamorado de una destinataria de sus cartas del portal de los dulces de Cartagena a Matanzas a principios del siglo XX. Titón volvió sobre otra idea del Gabo en el cortometraje Contigo en la distancia (1991), una pieza excepcional en su obra, su aporte a la serie televisiva mexicana “Con el amor no se juega”, financiada por el Taller de guiones del Gabo y producciones Amaranta, con el auspicio de la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano. Por esos meses la revista cubana Unión, publica el cuento “El lobo, el bosque y el hombre nuevo”, del narrador espirituano Senel Paz, que obtuviera en 1990 el premio de cuentos Juan Rulfo, convocado por Radio Francia Internacional y el Centro Mexicano de Cultura en París.

Poseedor de una tumba llena más de proyectos muertos que filmados, el cineasta —a quien Senel dio a leer el relato antes de enviarlo al concurso en París— intuyó en la historia de esa amistad, fundada «sobre la comprensión y el respeto hacia el que es diferente», las posibilidades de arremeter contra dogmas y prejuicios. Coincidió siempre con el autor cuando este reiteró: “El tema del relato, y ahora el de la película, no es la homosexualidad. La temática abarca mucho más. Es el tema de la amistad y de la intolerancia. […] Es el aprendizaje de la tolerancia; el aprendizaje de admitir las diferencias de otra persona, admitir que el mundo está lleno de personas muy diversas y complejas”.

Como ingredientes adicionales al eje dramático del cuento, el guion incorporó elementos de otros dos relatos de Senel: “No le digas que la quieres” y “Alicia Alonso baila en mi cabeza”, y, por supuesto, el brillantísimo aporte, la fruta sobre el helado, que significó incorporar el personaje de Nancy quien en la radiante caracterización de Mirtha Ibarra en Adorables mentiras, de Gerardo Chijona, demandaba —y aún lo exige— su propia película. Una de las diez versiones del guion, con el título lezamiano Enemigo rumor, se alzó con el premio Coral en la categoría de inéditos en el 14. Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano (1992).

 

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La primera ovación recibida en la isla por Fresa y chocolate, título definitivo de la película, resonó en la noche del miércoles primero de diciembre de 1993, en la sala habanera Karl Marx durante la inauguración del 15. Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano. No era, como muchos piensan, la primera vez que el cine cubano abordaba un tema tabú como el del homosexualismo o, para ser más precisos, el de la intolerancia. “Qué bello eres, muchacho. El único defecto que tienes es que no eres maricón”, expresa el gay culto que, para ganar una apuesta, en plena “catedral del helado”, tan famosa entonces por los disímiles sabores en venta como por constituir una concurrida zona de ligue, se vale de una treta infalible para llevar a su apartamento a una codiciada presa: un joven, militante comunista por añadidura.

A partir de la premisa universal —y amén de algunos chistes locales—, desde la repercusión de su estreno, Fresa y chocolate devino una película parteaguas, oportuna, arriesgada, coyuntural, demoledora de barreras, desafiante, de incuestionable impacto sociológico en nuestra población, capaz al mismo de tiempo de suscitar criterios diametralmente opuestos tanto en Cuba como en el exilio a donde marchó Diego. Titón admitió reconocerse “pero sin dejar de ver en ella la mano de los que en ella participaron y, de manera especial, la mano del azar”, sobre todo a través de la intervención decisiva de Juan Carlos Tabío.

Casi un cuarto de siglo después de su primer contacto con el público, y a solo once años del estreno en la televisión nacional, la intensidad de los dos sabores no ha disminuido en lo absoluto. Sobre esta honesta película se ha escrito demasiado, imposible de sintetizar aquí o de aportar algo nuevo, pero por encima de todo, como afirmó Reynaldo González, hizo degustar el sabor de la tolerancia. Pienso que una de las reseñas más hermosas fue la publicada por el crítico español Ángel Fernández Santos quien la calificó como: “El desesperado canto a la esperanza de una comedia que se mueve, con elegancia y pudor, en el tono elegíaco, escrito bajo el crepúsculo, del poema de un amanecer perdido”.

Fresa y chocolate gozó de una distribución y resonancia internacional de la cual no disfrutó uno de los títulos mayores en su quehacer: La última cena, insuficientemente valorada por aparecer luego de la trilogía de Sergio Giral que explotó la cuestión de la esclavitud hasta el agotamiento. Los insoslayables elementos críticos presentes en el enfrentamiento entre un joven militante comunista y un homosexual, y el tema de la libertad de elección del individuo fueron (mal) interpretados en el exterior por quienes ignoran que nuestro cine dispone de subvención estatal, como «una película que se le escapó al gobierno de Castro». La difusión de Fresa y chocolate, que la condujo a recibir el premio especial del jurado en el 44. Festival Internacional de Berlín y a ser nominada al premio Oscar al mejor filme extranjero, convirtió este título, para muchos, en sinónimo de lo más significativo del cine cubano, aún cuando no alcanza el grado de perfección de otros en la filmografía del propio Tomás Gutiérrez Alea. Cuánto le habría gustado a Titón que su amigo, el catalán Néstor Almendros pudiera haberla visto. Pero para entonces, el ya célebre director de fotografía de Truffaut, Rohmer y Malick había muerto en 1992 víctima del SIDA.

 

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La exhibición de Fresa y chocolate este martes 11 a las 5:30 p.m. en el cine 23 y 12 como culminación del Homenaje a Tomás Gutiérrez Alea, que tributa la edición número 40 del certamen de los cineastas de esta América nuestra, nos incita a recurrir a esa frase ya tan popular que Fidel Castro también hizo suya cuando en una recepción ofrecida en el Palacio de la Revolución a los invitados al Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, convocó a su lado a los intérpretes de la película y les dijo: “Brindemos con la bebida del enemigo”.

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