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Frederick Douglas, el mulato elocuente

23 de julio de 2020

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Frederick Douglass, oil painting by Sarah J. Eddy, 1883; in the Frederick Douglass National Historic Site, Washington, D.C.National Park Service (A Britannica Publishing Partner)

Frederick Douglass, oil painting by Sarah J. Eddy, 1883; in the Frederick Douglass National Historic Site, Washington, D.C.National Park Service (A Britannica Publishing Partner)

 

Las “Escenas norteamericanas” de José Martí son probablemente el conjunto más numeroso, más variado y más ahondador acerca de los últimos decenios del siglo XIX en Estados Unidos. Su autor se propuso —y lo logró plenamente— entregar a sus lectores hispanoamericanos el país en junto, en su enorme variedad de circunstancias, características y problemas, y también desde sus personalidades descollantes en los más diversos ámbitos, en sus apóstoles y en sus bandidos, como él mismo dijo.

Una de esas personas caracterizadoras de su época fue, sin dudas, Frederick Douglass, destacado luchador abolicionista y por los derechos civiles plenos para los libertos, y el primer hombre negro en ocupar altas posiciones en el estado norteamericano.

Nacido esclavo en 1818 en una plantación en Maryland, estado norteño, Douglass se pagó su libertad ya adulto, fundó un periódico antiesclavista, fue asesor del presidente Lincoln ante quien defendió la idea de incorporar a los negros a las tropas federales durante la Guerra Civil. Terminada esta, entre otros cargos fue alto funcionario en el Departamento de Estado dentro de la Comisión que estudió el proyecto para anexar a República Dominicana y embajador en Haití entre 1889 y 1891. Falleció en Washington D.C. en 1895.

Las primeras referencias martianas a Douglass destacan su labor abolicionista y en defensa de los negros. En 1882, en su “Sección Constante” en el diario caraqueño La Opinión Nacional, informa de la reedición actualizada de su biografía, “un texto de esa ciencia difícil, de esa anatomía espiritual” que es el estudio del alma. Presenta a Douglass del modo siguiente: “Entre los hombres extraordinarios modernos, uno hay en los Estados Unidos del Norte, que tiene derecho a que se loen sus merecimientos y perseverancias. Es Federico Douglass, un hombre de color, orador famoso y elocuentísimo, caballero perfecto, y ornamento del Senado norteamericano.” También lo compara con otros oradores famosos del país y lo califica como el “más impetuoso, más apasionado, más abundante.”

No hay dudas de que el cubano —un antiesclavista y antirracista consecuente— vio favorablemente a esta persona, ejemplo de un luchador social autodidacta y de la posibilidad de cómo quien fue un esclavo negro podía competir y superar a cualquier intelectual blanco.

En momentos posteriores repite su elogio y le llama “esclavo orador”, “pujante orador mulato”, “mulato elocuente”, “el elocuentísimo mulato”. Es interesante observar el cambio de “hombre de color” en su referencia a Douglass en el periódico venezolano a “mulato” en sus crónicas para Buenos Aires y México. El eufemismo de persona de color apenas se registra en dos casos en los numerosos textos martianos dedicados al negro, y llamarle mulato era quizás una manera de acercar a Douglass al habla antillana, pues en su país siempre se le dijo negro y otros vocablos insultantes propios de los racistas.

Las referencias a Douglass se hacen más frecuentes a fines de los años 80, cuando Martí trata los movimientos expansionistas de los gobiernos de Estados Unidos hacia el área antillana. El cronista no enjuicia a Douglass, pero no deja de advertir que su presencia en Haití se relacionaba con la intención de incorporar estas islas a Estados Unidos. Así apunta que acaso como embajador negociaría el protectorado de Haití y hasta de Santo Domingo, y que iba a decir “que a los Estados Unidos se les ha de querer” y que los líderes del Partido Republicano “son como los padres del negro, y en sus manos se han de poner los negros de América e ir detrás de ellos si se quieren salvar.”

Tales rumores y el propio hecho de aceptar la encomienda haitiana, sabiendo el deseo conquistador sobre aquella república, es lo que le hace afirmar a Martí, con suave pero evidente crítica que Douglass había “alquilado la vejez”.

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