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Fray Candil (I)

19 de febrero de 2024

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No por gusto le llamaban el Mosquetero cubano de las letras. “Su pluma hiriente, su estilo chispeante, la capacidad de crear motes y sobrenombres caricaturescos y terribles o de definir a una persona por ciertos rasgos rebajadores”. Así describió Salvador Bueno el quehacer periodístico de Fray Candil.

Quizás por ello, según afirmó Ciro Bianchi Ross, “a los 24 años de edad Fray Candil había conseguido ya que el lector lo tuviera en cuenta, algo que muchos escritores no consiguen siquiera al cabo de toda una vida. Aun así, fue muy discutido y atacado este hombre que figura entre los grandes periodistas cubanos de todos los tiempos”.

“Podía juzgar una obra con cuatro palabras, y mientras más hirientes, mejor, y de sus saetas y reparos, muchas veces injustos, no parecía librarse nadie”.

Los que lo conocieron dejaron dicho también que nos fijáramos en su estampa de mosquetero. El periodista Antonio Escobar —contemporáneo y conocedor— lo describía como… «alto, bien plantado, de pocas carnes, ojos negros y vivos, bigote retorcido, aire resuelto».

Si hubiera vivido en la Francia de Luis XIII —según Escobar—, se hubiera llamado Monsieur de la Rechenoire y hubiera sido soldado del Rey, pero «como nació en Cuba, en el siglo de las letras de molde, en vez de andar a estocadas con los guardias del Cardenal, persigue a los poetas ramplones».

Y así era. El Mosquetero cubano de las letras se llamó Emilio Bobadilla, pero firmaba con el sonoro —y canónicamente lumínico— de Fray Candil, porque según él mismo «gustó de hacer luz donde imperan las sombras», y además «porque los frailes gozan de cierta inmunidad para decir cuánto le venga al hábito».

Había nacido en la ciudad de Cárdenas —a unos 200 kilómetros al este de la capital cubana— el 24 de julio de 1862 y por avatares políticos de su familia —el padre fue concejal y profesor universitario— tuvo que emigrar con ellos —siete años tenía— en un recorrido que incluyó Baltimore, Veracruz, Madrid y otra vez La Habana.

De su vida podría decirse, en trazos rápidos, que estudió Derecho en la Universidad de la Habana, carrera que terminaría 12 años después en Madrid; que su primer libro de versos de llamó Sal y Pimienta, y el segundo Mostaza, y que ya desde 1891 la prensa habanera publicaba regularmente sus famosos epigramas, picantes y agresivos —tanto—, que el escritor argentino Manuel Ugarte lo tildó de «terrorista de las letras», y de cultor de un «matonismo literario».

Pero de que Fray Candil era un creador de valía, nadie puede dudarlo.

«En plena adolescencia, no cumplidos los diecisiete años, ya iba al liceo de Guanabacoa a admirar emotivamente los «ojos alucinantes», el «gesto crispativo», la voz «llena de sollozos y la arenga con tristezas de alegría» de José Martí. Así lo recordaba el Dr. Elías Entralgo, en la sesión solemne de su ingreso como miembro de número de la Academia de la Historia de Cuba, cuando leía su trabajo «La cubanía de Fray Candil».

Martí escribiría muchos años después, en ocasión de la boda de Fray Candil con una bella joven llamada Piedad, hija del ilustre bardo Juan Clemente Zenea: «Hoy, la hija del poeta va del brazo hidalgo del autor de La Momia, en la que centellea, fatídica, el alma cubana; en pocas lenguas hay quien pula el pensamiento, y le respete y agrupe, con el brío y cuidado con que talla su castellano franco y numeroso Emilio Bobadilla».

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