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Fotografía y memoria de Ernesto Fernández

1 de febrero de 2013

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Ernesto Fernández Nogueras, Premio Nacional de Artes PlásticasEl Museo Nacional de Bellas Artes ha mostrado recientemente en su Edificio de Arte Cubano la exposición La fotografía y la memoria, un conjunto de imágenes tomadas por Ernesto Fernández Nogueras, Premio Nacional de Artes Plásticas.
Confieso que me resultó impresionante transitar por aquella sala, donde era posible viajar a través de las fotos por La Habana de los años 50 y lo mismo sorprender a un vagabundo en una esquina de la calle Ayestarán, que al legendario percusionista y padre de los grafiteros cubanos, El Chori, reposando con aire de cansancio al filo del año 58 y, junto a estas piezas, hallar también las de un enorme reportaje sobre la victoria de Girón, la presencia de los campesinos en La Habana, que lo mismo copa la Plaza de la Revolución que ocupa, no sin timidez, la escalinata del Capitolio y que todavía queda espacio para que se nos muestren esas imágenes de las guerra de Angola que hasta ahora desconocíamos, marcadas por la épica unas, signadas otras por un llano y sencillo horror.
Y sin mostrarse, siempre oculto tras el lente de su cámara, ahí está Ernesto, aquel que comenzó, en los años 50 del pasado siglo en la Revista Carteles a sorprender a los demás con su talento innato para ver en el mundo lo que otros no podían descubrir.
Fernández estuvo en Girón y en el Escambray de la lucha contra los bandidos, presenció las grandes concentraciones cívicas de los 60 y fue corresponsal de guerra en Angola. Sin embargo, es más lo que sus archivos ocultan todavía que lo que ha sido impreso y mostrado, aunque reportajes suyos ocuparan las páginas del diario Revolución y otros durante los últimos 50 años.
Las fotos de Ernesto tienen el sabor especial de los años 60, con su manera especial de ser realista. En ellas no abunda el intimismo, sino lo que pudiéramos llamar una lírica “del espacio abierto”. Su mirada va desde el hombre marginalizado por la sociedad a aquellos que la historia convierte en verdaderos protagonistas. Sus seres solitarios nos conmueven, sobre todo porque notamos que su mundo no puede agotarse con un análisis socioeconómico, porque tienen toda la riqueza de un individuo. Cuando mira una muchedumbre no ve una masa uniforme, sino un conjunto de gestos, actitudes, ilusiones, así como se niega a embellecer las guerras o a mostrarlas solo en su lado épico.
Fernández viene de un mundo diferente con su fotografía. Aprendió en aquellos años, marcados por Cartier Bresson y otros grandes, que podían llenar las páginas de una revista con un reportaje gráfico que llevaba al lado muy pocas palabras. Lo suyo no es ilustrar, como pasó después, un artículo de cuatro columnas con una foto pequeña y plana. Sus imágenes valen por miles de palabras, pero son poemas o reflexiones filosóficas, jamás panfletos.
La fotografía y la memoria es una muestra singular que viene a demostrarnos que la historia del arte cubano no puede contarse desde la linealidad y la rutina. La riqueza del arte del lente hace cinco décadas necesita un estudio más detenido, para que Ernesto Fernández no sea apenas un nombre que se apoya en vastos archivos inexplorados.

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