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Fernando Hechavarría: “La actuación es un modo de vida, no un medio de vida”

26 de septiembre de 2017

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MAGDA RESIK. Usted es un hombre muy conocido en Cuba. Felizmente no es conocido sencillamente porque aparezca en la televisión, sino porque es el gran actor que es, porque es un hombre que ha podido incursionar en muy diversos ámbitos de la actuación en el país con muy buena suerte y muy buen ejercicio profesional, las dos cosas, que creo que lo han acompañado de muchas maneras.

Ha estado en el teatro, que todo parece indicar y hoy nos enteraremos, que es un medio en el que se siente muy feliz; ha estado en la televisión, porque ya ha perdido hasta su nombre propio y la gente por ahí le dice: “¡Nacho Capitán!”, lo llaman y todo. Ha perdido su nombre precisamente porque el público se identifica con los personajes que suele interpretar, y ha estado en el cine también en películas memorables del cine cubano. O sea, que es un actor de todos los escenarios. Y en la radio, no quiero excluir ningún medio, porque todos los medios son importantes.

Me siento muy complacida de poder entrevistar hoy a un actor que conocí –por ahí vamos a empezar– en la sede de Teatro Escambray, en las montañas villaclareñas, cuando él participaba de esa iniciativa del teatro comunitario.

Sé que desde muy temprano había una sensibilidad artística, y cuando uno lee las entrevistas que te han hecho, las cosas que has confesado, incluso la sensibilidad artística, que no era solo por la actuación, me gustaría empezar por ahí, por cómo el arte de esas diversas maneras llegó al niño que era Fernando Hechavarría.

FERNANDO HECHAVARRÍA. Bueno, ante todo gracias infinitas por la gentileza de invitarme a este lugar. Me alegra mucho que los jóvenes se acuerden un poco más de los viejos; entonces me causa mucho placer compartir esta tarde aquí con ustedes. Gracias.

Efectivamente, yo empiezo a incursionar en el arte por las artes plásticas. Me encantan, me sigue gustando tremendamente la pintura, la escultura, el dibujo. Lo que pasa es que la presión, el tiempo, el costo de la plástica, pues a veces te va obligando a hacer dejación de eso, y la actuación realmente me roba mucho tiempo.

Empecé en la Escuela Provincial de Arte en Holguín, de ahí un gran amigo diseñador, Paneca, un buen día –nunca ha querido confesar si es porque le parecía que era espantoso como plástico o porque realmente vio otras bondades en la actuación– me invitó a que hiciera las pruebas. Y efectivamente hice las pruebas y a partir de ahí pues ya el enano de la actuación no me abandonó nunca más, y aquí estoy.

Es decir, estudié en la Escuela Nacional de Arte a partir del año 1972, hace muchos años ya, y después tenía varias ofertas y creo que felizmente opté por el Escambray. Y ahí nos conocimos.

Fue un período bellísimo. Como toda experiencia de vida, tiene momentos buenos, regulares, malos; pero cuando pongo en la balanza todo eso, indiscutiblemente el Escambray es un momento extraordinario, una academia fabulosa. Yo había tenido la suerte de dar clases con Eguren y los profesores soviéticos, y el Escambray fue como el complemento perfecto de eso, ¿no? Poner bien los pies en la tierra, saber qué es lo que necesitaba la escena cubana, en ese momento beber de la fuente de Gilda, de Sergio, de Carlos Pérez, en fin, había una pléyade tremenda de actores y actrices muy solventes allí.

MAGDA RESIK. Perdóname. Dijiste “poner los bies bien puestos en la tierra”, pero es verdad que eran bien puestos en la tierra.

FERNANDO HECHAVARRÍA. Sí, literalmente.

MAGDA RESIK. Ustedes llegaban a sitios muy intrincados, muy del campesinado cubano, había también un sentido muy fuerte de la misión del teatro, de una función social del teatro.

FERNANDO HECHAVARRÍA. Sí, sí.

MAGDA RESIK. ¿Cómo era aquello?

FERNANDO HECHAVARRÍA. Yo creo que el Escambray –por eso yo digo que fue una escuela tremenda– técnicamente nos obligó a poner en práctica herramientas que uno a veces tiene y realmente no usa, porque se acostumbra al local ideal, al espacio con todas las condiciones técnicas para que la voz fluya armónicamente, se escuche el final, en fin, no los voy a aburrir con tecnicismos, pero de momento me di cuenta, estando allí, que era indispensable explotar las potencialidades de la voz técnicamente, correctamente, y además crecernos, empezar a explorar. Por suerte teníamos a Carlos Pérez con nosotros allí, que había estado en Los Doce, que tenía toda una experiencia con la cosa grotowskiana, un dominio de la voz extraordinario, y entonces empezamos a hacer con él un taller muy especializado.

Llegamos casi doce jóvenes, imagínate, fue una inyección de momento… fue casi una invasión, no una inyección, ¿no? Pero yo creo que tuvieron la inteligencia extraordinaria, típica de Sergio y de Gilda, de acogernos con un tremendo cariño, de enseñarnos todo lo que tenían para enseñarnos, que era mucho y más –lo que el tiempo no nos dio por desgracia para aprender de ellos–, y además de obligarnos a crecer como creadores, no solo como actores, que era lo más importante, sino como artistas. A sentir un sentido profundo de compromiso con la realidad, con el teatro que hacíamos, con la investigación.

Estábamos con toda la experiencia de la Pogolotti, de la investigación sociológica, el grupo del mito, toda esta gente que había estado ahí dejó esa información y nosotros pues seguimos eso, fuimos el relevo en ese sentido. Nos íbamos con el grupo, hacíamos investigaciones sociológicas a veces dos, tres meses. En una de esas tuve la suerte, la vida me regaló la suerte de conocer esa belleza que está ahí, y me ha aguantado hasta hoy y hay que ponerle una medalla. Son treinta y tantos años, y yo reconozco que la de la medalla es ella, no soy yo, ¿no? (RISAS) Y así, bueno, pues uno fue creando todo un ambiente, una atmosfera de trabajo extraordinaria que a la larga nos hizo crecer, que a la larga nos hizo ser mejores, que a la larga nos hizo crear en nosotros un sentido de compromiso, de rigor, de ética que agradezco muchísimo a los rusos y al Escambray.

MAGDA RESIK. Ahora, el Escambray también fue un espacio íntimo, en el sentido de que estuviste mucho tiempo con el actor que eres y el ser humano que eres en una suerte de intimidad que permitía el reposo también en un sentido de Escambray; era una sede, La Majagua alejada del mundanal ruido de la ciudad.

FERNANDO HECHAVARRÍA. Sí.

MAGDA RESIK. Y eso yo supongo que profundizó mucho tu visión interior de lo que es la actuación; la actuación que para todo el mundo es un fenómeno diferente. ¿Qué cosa es la actuación para Fernando Hechavarría?

FERNANDO HECHAVARRÍA. Para mí la actuación es un modo de vida, no un medio de vida. Actuar es realizarme, es sentirme vivo, es sentirme útil, es eso: es vivir a plenitud. Entonces yo he tenido la suerte gigantesca de crear en paralelo, lógicamente, una familia que ha entendido eso, y entonces no ha habido un divorcio, y por tanto ha sido muy armónica esa dualidad vida-actuación, ese juego en el que nunca sales de la escena, pero al mismo tiempo nunca sales de la realidad de la familia. Yo creo que ha sido bellísimo. Y si tuviera que volver a escoger, con todo el dolor que puede causar no ser un buen pintor, volvería a ser actor.

MAGDA RESIK. Bueno, la actuación ha sido un camino de vida, y ya vemos que todo llegó por el teatro. Pero después hubo un momento que era como una explosión muy grande del conocimiento y el deslumbramiento de la gente por Fernando Hechavarría. Y yo voy a preguntar algo que sé que en algún momento él puede habérselo también preguntado, que es el hecho de que la televisión es un medio muy poderoso que te coloca en el escenario público, y para algunos actores llega a ser hasta incómodo en el sentido de que suelen decir que la televisión no tiene el mismo rigor del teatro… Yo sé cuál va a ser la respuesta que me vas a dar, pero yo quiero que se la des a ellos. Y pasa que esos son dos medios –igual que el cine, ya los iremos enlazando– que suelen abrazarse; pero, siendo Fernando un actor que siempre ha privilegiado, que ha reconocido que nació en el teatro y que es del teatro, y que siempre quiere volver al teatro porque lo has demostrado con El Público, del que hablaremos después, cuando saltó a la televisión y al convertirte en un personaje público, ¿cómo dialogaste entre ambos medios, cómo te las arreglaste para entender que ya no era tan privada la vida de un actor, que no se limitaba a veinte o treinta personas que lo estuvieran viendo sobre un escenario, y que había crecido el nivel de influencia, de ascendencia, sobre las personas?

FERNANDO HECHAVARRÍA. A ver, yo creo que eso nos obliga a volver atrás. Tanto Eguren como los soviéticos, yo no olvidaré jamás que ellos me decían que había que predicar con el ejemplo. Y entonces aun siendo solo un actor de teatro, hay un público que te reconoce, que confía en ti y por tanto tú eres como una especie de patrón de conducta para ellos. Entonces, si eso existe en una compañía normal, en el Escambray te podrás imaginar que eso se multiplicaba por cien, porque éramos como un foco de atención en toda la zona, y de momento se convirtió en un foco de atención casi nacional, ¿no? Ya esto me servía de entrenamiento, es decir, yo sabía que todo cuanto hiciera tenía una repercusión social.

Cuando llego a los medios, lógicamente esto crece, porque lo que en el teatro, efectivamente como tú dices, pueden vernos, en el caso nuestro, mil, dos mil, tres mil espectadores en una función, aquí lo ven varios millones de personas, y siempre he tenido muy claro que todo cuanto haga en público, primero, me complace hacerlo, lo confieso, me complace ser agradable, me complace responder con la misma generosidad con que el público lo ha hecho conmigo, y por tanto trato de ser muy delicado con todo el mundo. Incluso, algunas veces con chistes o con frases que no tienen otra intención que halagar, pero el cubano a veces, o no llega o se pasa, y sin embargo en esos momentos sencillamente lo acepto como eso, como una manera de acceder a mí, de darme una muestra de afecto, y ya. Lo que pueda haber de invasivo me resbala, sinceramente. Le agradezco el gesto, y lo otro lo obvio.

Entonces por eso te decía que cuando ya llego y me siento… Es verdad que a veces uno dice: bueno, soy como una especie de mono de feria, estoy aquí dondequiera, no me puedo mover a ningún lugar, no puedo hacer nada fuera de tono porque todo el mundo lo está mirando, pero ya estoy acostumbrado, y entonces no me resulta incómodo realmente, no me resulta incómodo.

MAGDA RESIK. Vamos a los tres medios, o a los cuatro medios, porque vamos a hablar de la radio también porque siempre me la colocan como la Cenicienta.

FERNANDO HECHAVARRÍA. Con la que tengo una deuda enorme.

MAGDA RESIK. Vamos a hablar de todos esos medios. Y con Corina tienes una deuda enorme, con Habana Radio seguramente.

FERNANDO HECHAVARRÍA. Yo lo sé, yo lo sé (RISAS)

MAGDA RESIK. Bueno, esos medios se complementan. Todo actor igual tiene su explicación: el teatro me sirve para esto, la televisión me sirve para esto, el cine me exige más esto otro como actor. A mí me gustaría que tú nos enseñaras tu filosofía…

 

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FERNANDO HECHAVARRÍA. Mira, Magda, yo pienso que actor es uno, y yo creo que el mecanismo radica en saber gradar los resortes expresivos para cada medio. Por eso digo que una de mis grandes deudas es la radio, que yo respeto extraordinariamente, y me encantaría tener un tiempo para vivir un poco intensamente con ella, porque además todo el trabajo de la voz, trasmitirlo todo a través de la voz, donde el cuerpo, donde la cosa física no tiene un sentido porque es solo el oído el que funciona, pues tú empiezas a trabajar resortes que a veces, por desconocimiento o porque no los necesitas –conscientemente quiero decir– hasta un punto determinado, no tienes en cuenta.

MAGDA RESIK. Están como dormidos.

FERNANDO HECHAVARRÍA. Efectivamente. Que desgraciadamente para algunos duermen el sueño eterno, y se pierden todo lo importante que pueden ser los colores de la voz, los matices y esas cosas.

Ahora, yo pienso que en el caso de la televisión y del cine –y lo digo así, escalonadamente–, el hecho de tener una cámara, a veces los grandes bicloseups esos, que captan hasta lo más mínimo, te obliga a una visceralidad extraordinaria, es decir, hay que sentir de verdad, hay que ser y transitar cada instante del personaje con una veracidad extraordinaria, porque la cámara no perdona.

Es decir, yo no soy partidario de los trucos, el único truco que existe es no tener trucos, porque tener trucos es engañarte, es perder una parte importante de tu carrera, es perder el disfrute de cada instante del personaje, de cada transición, de cada matiz que pueda hacer. Ahora, los medios te obligan de todas a no hacer trucos, porque, una vez que empieces el truco, ya empiezas a dejar de ser veraz, y entonces el medio no lo perdona.

¿Dónde está la ayuda enorme del teatro aquí? La impronta, la velocidad con que se hace sobre todo la televisión, es muy grande, y los personajes siempre los actores de teatro sentimos que son casi un boceto comparado con el tiempo que tenemos para hacer televisión, donde tú casi llegas y es de hoy para ahorita ya, hacer. Ahora, cuando tú tienes toda la experiencia previa del estudio del teatro, tú coges esos guiones con el tiempo que, lógicamente, los tenemos cinco, cuatro, tres mees antes, y tú empiezas a estudiar eso, y empiezas a sacarle toda la lasca que sacamos los actores de teatro, y empezamos a cuestionar cosas y a enmendar cosas. Somos muy metidos y todos los días queremos enmendar algo y cambiar un guión, y a veces nos fajamos con los escritores, pero en el buen sentido de la palabra, justamente para que eso crezca y se convierta en algo realmente valioso.

Yo, prepotente al fin y al cabo, en los años ‘90, ‘89, decía: “Yo no voy a hacer televisión porque a mí me parece que eso no es arte”. Y hay una señora que idolatro y a la que le agradezco infinitamente haberme quitado esa venda de los ojos, que se llama Mirtha González Perera, que me invitó a hacer Cuando el agua regresa a la tierra, y ella me dijo: “Yo te voy a demostrar que la televisión también puede ser arte”. Y hoy les aseguro que la televisión es arte, todo está en el respeto, en el amor, en la veracidad, en la entrega con que se haga.

MAGDA RESIK. ¿Has rechazado algún personaje, algún papel que te han propuesto por un sentido de lo profesional?

FERNANDO HECHAVARRÍA. Sí, categóricamente.

MAGDA RESIK. ¿Qué es lo que rechazas o lo que sueles rechazar?

FERNANDO HECHAVARRÍA. Lo que no me aporta, lo que no me hace crecer, lo que no me obliga a cuestionarme todos los días, a romper cánones establecidos. Yo creo que lo peor que nos puede pasar es la comodidad. Una vez que me sienta cómodo hay algo que no empieza a funcionar; una vez que yo sienta que todo es demasiado plácido, hay algo que no está bien. Es decir, todo trabajo tiene que provocarte saltos en el estómago. Una vez le dije a Consuelo Vidal: “Consuelo, es que yo antes de salir a escena me muero”, y me decía: “El día que no lo sientas, deja de actuar”. Y se lo agradezco infinitamente, porque es un consejo seriamente que uno siente que es vital, que es parte importante de uno, es que siempre provoca en uno, primero, la responsabilidad de ese público delante, el estrés a que nos somete, que eso es lógico, tú estás entregando tu sistema psicofísico a un personaje que no eres tú y que puede pasar cualquier cosa, sobre todo en el teatro puede pasar cualquier cosa. Además, uno de mis graves defectos es que no me gusta errar, no me gusta equivocarme, detesto equivocarme. Entonces incluso lo que para otros no es un problema, y no, se hace una toma dos, para mí es que no duermo esa noche, ¿no? Y llego pesao, y ya me dicen: “por qué traes la cara amarrada y tuviste problemas en el set”. En fin, que los que no deben pagan las consecuencia de. Pero es algo con lo que no puedo, y entonces, ya te digo: una vez que cojo un guión y eso no me atrae, no me aporta nada, además no tengo nada que decirle al espectador, definitivamente, no. Puede perderse dinero, puede perderse otra cosa, pero no vale la pena; el precio es demasiado alto.

MAGDA RESIK. ¿Por ahí vienen las razones por las cuales te gusta Teatro el Público, te has sumergido en la relación con Carlos Díaz en Teatro el Público, has aceptado el reto de asumir roles en los que habitualmente el público que te sigue no estaba acostumbrado a verte?

FERNANDO HECHAVARRÍA. Claro. Bueno, de hecho es el salto al vacío del Escambray al Público. Que no es que haya mucha diferencia, fíjate. Paradójicamente, todo el mundo piensa que es ir de una banda a la otra. No lo creo. Yo creo que el Escambray me planteaba constantemente… Alguien me decía: “Tú no eres un campesino, físicamente tú no eres un campesino”, y yo le decía: “Bueno, ¿y por qué no? ¿Y por qué un campesino tiene que ser gambao, virao, no sé qué, eternamente? ¿Y por qué tiene que hablar mal eternamente?”. No lo creo. Yo creo que hay tantos campesinos como hay tantos citadinos. Entonces yo creo que el encanto está justamente en no encasillarse en ese campesino.

El campesino típico de Miravalles, que yo lo idolatro, me parece algo fuera de serie, digno de mil Oscares, no de uno, pero era su campesino. Entonces yo no tengo por qué copiar el campesino de Miravalles que, además, no era siempre el mismo campesino aunque estuviera dentro del cuerpo de Miravalles. Es como ver a Doime haciendo eso. Siempre hay un sello, siempre hay una característica muy personal que lo diferencia, que lo hace otro, que lo hace diferente, distinto, y que además cada vez se cuestionan y se rehacen, se reinventan. Yo creo que ahí está el encanto de eso.

MAGDA RESIK. ¿Qué otros retos te impone trabajar para Teatro el Público, como actor ya digo? ¿Qué te ofrecen las puertas de Carlos para ese desarrollo del que hablas que tienes que sentir permanentemente en espiral porque si no, no te atrae el trabajo?

FERNANDO HECHAVARRÍA. Yo creo que hay muchas cosas. Primero, está el sentido del espectáculo de Carlos, está el sentido de la actuación, que muchos cuestionan si Carlos trabaja o no al actor. Yo les puedo asegurar que trabaja al más mínimo detalle al actor, y quien lo dude puede ver Santa Cecilia, de Doime, por poner un ejemplo, y se van a dar cuenta lo que es trabajar de una manera meticulosa un actor.

En primera instancia está eso, su sentido del espectáculo, su manera muy particular de ver la actuación, su manera transgresora de enfrentarse a esos autores, de darles otra lectura, de revitalizarlos, de contextualizarlos. Y sobre todo, para mí, el mayor reto es tratar de entenderlo y tratar de estar a la altura de lo que él quiere hacer. Eso constantemente me mueve el piso, me lo serrucha, me obliga a pensar, me obliga a razonar y a mirar con otra perspectiva la creación y la actuación.

MAGDA RESIK. El caso es que Nacho Capitán vive del reto permanente, el reto es algo que lo dinamiza, que lo activa como actor.

Has hecho, has encarnado muchos personajes, y algunos han marcado ese reconocimiento del público, otros pueden gustarte mucho y no tener esa gran repercusión. Por tanto, también me gustaría conocer la visión de Fernando, no la de los críticos que somos nosotros, o la del público, la del propio Fernando. A lo mejor te marcaron mucho por Nacho Capitán, pero a ti hay otros personajes que te han robado el corazón, el alma, que te han marcado.

FERNANDO HECHAVARRÍA. Sí, yo creo que sí. Hay trabajos que no son los más populares, por decirlo de alguna manera, pero creo que desde el punto de vista técnico para mí… Yo voy a partir de un hecho: detesto ver todo lo que hago. Me parece fatal. Yo soy honesto.

MAGDA RESIK. ¿No lo ves?

FERNANDO HECHAVARRÍA. No lo veo. Yo muy rara vez veo algo de lo que hago. Me parece horroroso.

MAGDA RESIK. O sea, lo que disfrutas es el proceso.

FERNANDO HECHAVARRÍA. El proceso. Yo disfruto mucho hacerlo, verlo me aterra. A tal punto, que a veces con Isa, con Isabel Santos me fajaba en el set, porque ella me decía: “míralo”, y yo le decía: “No puedo. Si yo me paro frente a eso y veo lo que me parece horroroso, no puedo seguir trabajando”, entonces yo prefiero seguirlo haciendo intuitivamente. La guataca es mi gran ayuda ahí, yo oigo la repetición. Si algo me suena disonante ahí, si algo me crea un ruido en el sistema, yo pido hacer una segunda toma, pero si no, la dirección, el director al fin y al cabo tiene la última palabra y yo acato lo que él quiera.

MAGDA RESIK. O sea, para remachar, a través de escuchar tu propia voz interpretar, te das cuenta, te sientes satisfecho o no.

 

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FERNANDO HECHAVARRÍA. Ajá. O al menos creo que va por el camino correcto. Por eso creo que tengo una deuda gigantesca con la radio. Yo creo que desgraciadamente los actores cada vez más vamos perdiendo el sentido del color de la voz, de los matices, de la importancia que tiene la voz para nosotros como recurso expresivo. Y entonces a veces no sé por qué hay un culto tan grande, con el que no tengo nada en contra, pero que me parece que ya es excesivo, al cuerpo, a la belleza, a la figura. Entonces yo creo que con eso hay que tener cuidado. Hay veces que tú lo necesitas, que el personaje necesita que seas horroroso en pantalla, porque es la necesidad del personaje.

MAGDA RESIK. ¿Y cómo te las arreglas, porque generalmente a ti te identifican con un galán?

FERNANDO HECHAVARRÍA. Bueno, yo creo que eso ha sido desmedido y no tiene ninguna justificación. Yo soy el antigalán, yo me considero el antigalán. A mí lo que me pasa con eso es que yo pienso que al personaje hay que darle lo que él necesita. El escenario no es un lugar para subirse a él como un pavo real; al escenario hay que subirse a hacer lo que el personaje necesita. Tú le prestas tu cuerpo y tu psiquis, y sacas de él lo que el personaje no lleva y adicionas lo que tú no tienes y el personaje lleva. Pero si tú eres apuesto y además en escena tratas de hacer gala de, innecesariamente, cuando el personaje no lo necesita, si tú vas a hacer Quasimodo lo peor que puedes hacer es hacer Quasimodo como si fuera Brat Pitt, me parece que sería un disparate garrafal. Es como si yo ahora tratara de hacer Tarzán, con esta figura enclenque me parece que no tiene mucho que ver (RISAS). Pero a lo que me refiero es a la equivocación de donde los actores tratamos de meter en el rol lo que el rol no lleva. Ahí creo que está el error craso, ¿no?

MAGDA RESIK. Perdóname que remache, pero es para llegar a la conclusión: la satisfacción está en el proceso de creación de este personaje, porque al parecer Fernando nunca está satisfecho con lo que hace.

FERNANDO HECHAVARRÍA. Nunca.

MAGDA RESIK. No hay espacio para la vanidad.

FERNANDO HECHAVARRÍA. No. Es que no hay por qué tener vanidad, no hay razón para la vanidad, no es que no haya espacio.

MAGDA RESIK. Vámonos para Cuba. Hay dos temas esenciales que quisiera tratar de Cuba contigo. Uno es, cómo Cuba influye, determina, va hilando tu carrera profesional; cómo Cuba se cuela en los personajes que interpretas, cómo se produce esa relación del profesional –no voy a hablar ahora de la persona, esa es la segunda parte–, del profesional con Cuba, con la tradición actoral cubana, con la realidad cubana.

FERNANDO HECHAVARRÍA. Yo pienso que separar las dos cosas sería un disparate garrafal, porque el personaje es uno cada vez, según el actor que lo interpreta, y yo creo que lo más importante que podemos aportar nosotros… Te voy a poner un ejemplo: Petra von Kant, eso es una obra maestra de Fassbinder, ¿no? La Schygulla está ahí, es algo extraordinario verla película de esa mujer, en fin. Cuando Carlos me dice: “Vamos a hacer Petra von Kant, primero era saltar de Nacho Capitán a una diva del mundo de la moda. Y digo: Ahora a ver cómo yo arreglo este potaje, ¿no? ¿Qué podía aportarle Fernando a Petra y qué podía aportarle Petra a Fernando? Ahí estaba el chiste. Primero, no convertirlo en un acto de trasvestismo, primero era indagar en el mundo de estos grandes divos y divas, ver cómo reaccionan ante la vida, ver cómo reaccionan ante el poder, ante el amor. En fin, todo lo que Fassbinder trasmite en esa obra, pero partiendo de mis raíces, de lo que yo soy como ser humano. Entonces si yo desvinculo mi nacionalidad de eso, lo que estoy haciendo es un remedo malo de lo que Fassbinder pudo haber pensado y la Chigula pudo haber hecho, por ejemplo, aunque ella no hacía Petra, pero, bueno, es la gran figura, por eso recurro a ella cuando hablo de la película.

Yo pienso que cada vez que hacemos esto, Hamlet, un Lorca, lo que fuere, siempre lo hacemos a través del tamiz de nuestra nacionalidad, porque pasa por nosotros, pasa por nuestro cuerpo, repito, le prestamos nuestro cuerpo y nuestra psiquis para hacer los personajes. Entonces cuando llevamos, por ejemplo, Calígula a Mérida, España, por primera vez, me van a perdonar la suficiencia, pero era como un descubrimiento de la obra de Camus, porque todo el mundo decía: bueno, ¿por qué esa visión de Calígula? Porque es la visión que podemos tener los cubanos de un dictador como ese. Entonces, a partir de ahí, estaba el encanto, que Carlos copiara un espectáculo o el público que se había hecho ya en Europa, era la mirada cubana, desde nuestras raíces, de nuestras características, de ese espectáculo y de esos personajes.

MAGDA RESIK. A ver, y vamos a seguir transitando. ¿Cuáles son esas características que nos distinguen, que quizás hacen que Fernando también…? Déjame ver cómo me adentro en este tema. Yo pienso que en una telenovela latinoamericana Fernando hubiera tenido tremendo éxito, en Colombia o algo de eso, hubiera tenido tremendo éxito; pero Fernando tiene una elección de vida en Cuba, su elección de vida es en Cuba, ya nos viene explicando este tema de lo profesional, pero en lo personal cómo es que somos, cómo es que nos manifestamos, que Cuba es tu elección de vida, que Cuba es el país donde vives, donde te desempeñas profesionalmente, con los trabajos que pasamos todos y los problemas que enfrentamos todos.

FERNANDO HECHAVARRÍA. Sí, sí. Claro.

A ver, vamos a partir de un hecho: no sé si ya estamos en los doce millones, por ahí, ¿no? o si todavía somos once millones y pico, pero, bueno, hay once millones y tanto de cubanos y por tanto hay once millones y tanto de características. Ahora, hay cosas que nos señalan, que nos aúnan, que nos son comunes. Yo creo que
–y lo creo realmente– la honestidad, la entrega, la pasión, la alegría de vivir a pesar de, la enorme alegría de vivir. Yo creo que la vida es un regalo, y el cubano ha entendido eso, quizás por tanto bregar. No solo hablo de los cincuenta y tantos años; hablo de los ciento y tantos o doscientos y tantos años, hablo del deseo de vivir de gente que estuvo prácticamente desde la niñez y la adolescencia en la manigua y a pesar de eso, a pesar de no lograr otras cosas, vivió, disfrutó la vida. Yo creo que eso es algo inherente a nosotros como nacionalidad, y eso no se puede perder.

Entonces pienso que esas características donde la bondad, donde la ternura, donde el afecto, donde la hermandad funcionan, no se pueden descuidar. Hay que hacer uso de ella, hay que enriquecerla, hay que abonarla para que no se pierda, para que el afán por los bienes de otro sentido, que son muy importantes, que nos hacen mucha falta, que nos facilitan mucho la vida, pero que no son el centro de la vida. Porque puedes tener todo eso y, si no vales como ser humano, algo se jodió por el camino, ¿no?

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