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Fernando Alonso, maestro del ballet cubano

31 de julio de 2013

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El pasado 27 de julio falleció en La Habana el maestro Fernando Alonso Rayneri, fundador junto a Alicia y Alberto Alonso de la Escuela Cubana de Ballet. Su contribución al desarrollo profesional del Ballet Nacional de Cuba, primero, y luego del Ballet de Camagüey, resulta indiscutible. Fue un profundo conocedor de los secretos técnicos de su arte y poseyó admirables dotes pedagógicas que ejerció no solo en la Isla sino en diversas academias y compañías del mundo.

Nacido en La Habana el 27 de diciembre de 1914, se incorporó en 1935 a la Escuela de Ballet de la Sociedad Pro Arte Musical, donde ya estudiaban su hermano Alberto y Alicia Martínez. Junto a ellos, tendría un papel decisivo en el desarrollo del género entre nosotros.

A partir de 1937 continuó su carrera en Estados Unidos. Bailó con la compañía de Mijail Mordkin a la vez que integró los coros de algunas comedias musicales de Broadway. En 1940 pasa exitosamente, junto a Alicia, las audiciones para integrar una nueva compañía, el American Ballet Theatre. Allí, en esa troupe neoyorkina, completará el cubano su formación, participa en montajes dirigidos por los más importantes coreógrafos de la época, estudia lo más notorio del repertorio, tanto tradicional como contemporáneo, y se prepara para un gran sueño: dotar a Cuba de una compañía profesional de ballet.

La oportunidad se presenta en 1948, cuando el American Ballet Theatre debe cancelar su temporada por razones económicas y los Alonso logran formar una agrupación de 40 integrantes – sólo 16 de ellos eran cubanos – para presentarse en La Habana con el nombre de Ballet Alicia Alonso.

Aunque sus dotes como intérprete no eran desdeñables, a partir de 1950, Alonso limita su carrera escénica y se consagra a la dirección de la novel compañía y a regir la recién creada Academia de Ballet Alicia Alonso. Desde entonces comenzó algo así como una carrera sin aplausos: trazó la política de repertorio de institución, se hizo cargo de supervisar clases y ensayos, colaboró en las versiones coreográficas de los grandes clásicos: Giselle, Coppelia, La fille mal gardée y sobre todo, dejó su impronta en la formación de varias generaciones de bailarines.

En 1975 la vida de este creador sufrió profundos cambios: razones afectivas lo condujeron fueran del Ballet Nacional, poco después aceptó la dirección del Ballet de Camagüey, compañía necesitada por entonces de reorganización. Debió comenzar de nuevo. Trabajó con ahínco en dotar a los noveles bailarines de buena técnica y profesionalismo escénico, condujo la política de repertorio en este sentido y si en los primeros años privilegió la obras tradicionales, hasta el punto de parecer conservador, facilitó también el desarrollo de nuevos coreógrafos  y le otorgó a la institución lo que parecía imposible: un perfil propio. Pronto la agrupación principeña fue aplaudida en puntos tan distantes como Colombia, México, Grecia y Chipre.

A mediados de los años noventa el maestro se decidió establecerse temporalmente en México, país donde era continuamente solicitado su magisterio. Trabajó con el ballet de Bellas Artes antes de ser profesor de la Universidad de Nuevo León en Monterrey. Hace unos  años el maestro retornó a Cuba y ajeno a toda noción de retiro profesional ha asesorado diversos proyectos educativos y supervisado montajes de su amado Ballet de Camagüey. En el año 2000, por la obra de toda una vida le fue adjudicado el Premio Nacional de Danza.

El fallecimiento de este artista, tras 98 años de vida fecunda, es una dolorosa pérdida para el ballet cubano.

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