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Fantasmas en el barrio

15 de febrero de 2020

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manos-viejas-1874090-750x445Vestida con ropas cómodas y a la vez, elegantes. Su alimentación tiene en cuenta el balance nutricional. Todas las semanas, el corto cabello gris visitado por la peluquera. En su dormitorio, esa inmensa pantalla del televisor, le permite apreciar la programación del patio y las extranjeras de su preferencia. Goza de la temperatura artificial a su gusto. Nunca le interesaron las religiones, ni las novelas de ciencia ficción, ni en los exámenes médicos periódicos ha brotado una pizca de desgaste psíquico, pero esta mañana, detenida frente al espejo de su ropero de caoba legítima, se pregunta: ¿soy invisible?
Es una especie de fantasma oloroso a colonia cara. Viajera entre las habitaciones de la residencia. Cuando habla con el hijo acerca de la crianza de los nietos, recibe una dulce sonrisa vacía de consideraciones a favor o en contra. En los esporádicos días en que la familia toda se reúne en una sobremesa acogedora, consigue colocar su voz en la conversación, gracias a un mínimo silencio. Prosigue el tema entre los otros que al parecer no la escucharon. Quizás, alguien le dedique esa sonrisa dulce, bien ensayada entre las personas educadas.
Unas cuadras más abajo – en esta ciudad los niveles financieros se entremezclan entre las calles populosas y las casas recién pintadas y las anhelantes de una lechada protectora –, otra anciana de idéntica edad se mira en un espejo cuarteado por los años y bendecido por las moscas. Recibe un rostro ajado una melena deshilachada en que lo natural se ensucia de viejos tintes olvidados. Aprovecha para observarse porque nadie necesita el baño. No se queja de la familia con los vecinos. Hacen lo que pueden, repite. Pero si le hicieran más caso.
Come todos los días, lo mismo que comen los demás, pero es el último plato servido. No vale que recuerde que debe comer con menos sal y a horas exactas, como recomienda el médico cuando la llevan al turno del hospital.
Ya recogió su ropa y pronto la lavará a mano porque está cansada de repetir que como entra en el último turno de la lavadora, no la enjuagan bien. Sin pedir permiso, la nieta en el baño. Ella se retira.
Ni siquiera un saludo se dieron estas dos ancianas en la juventud y sin embargo, sin distingo de niveles financieros o culturales, una misma tristeza las une por el despego de la familia.

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