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Extrañamente normal

5 de febrero de 2016

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Tengo un matrimonio amigo que tiene dos hijos, y la mayor es una niña de 10 años, la cual estudia arte. Esta familia es de raza negra y lo aclaro porque es un dato que pudiera ser entendido como irrelevante –aclaro que no tiene nada que ver con posturas racistas– pero en este caso que les voy a contar tiene determinada importancia y enseguida se van a dar cuenta el por qué. Resulta que mi amigo, el padre de la niña, quiso consultarme por sugerencia de una maestra de la pequeña, ya que esta no se incorpora muy bien al grupo, se muestra diferente al resto, callada, distante, no es la típica niña alborotadora como el resto e incluso nunca da quejas de sus compañeros, y pese a que es una escuela de arte no se le ha visto bailar y hacer “las cosas que hacen los niños que se dedicarán al arte”. Por supuesto que el padre estaba muy preocupado, al punto que pensaba en la posibilidad de cambiarla de escuela, y yo también me preocupé, pero no por las mismas razones.Me parecía muy extraño, o tal vez sería mejor decir que lo que me parecía bastante prejuicioso (y no me refiero solo a la raza) es que el hecho que por ser una niña que no es emocionalmente tan expresiva como se espera de una cubana (se sabe que los estereotipos nos atribuyen ser escandalosos, extrovertidos al límite, habladores y con dificultad para respetar límites) y más si es negra, donde un solapado prejuicio considera que tiene que estar dispuesta a realizar todas las actividades bailables, ser aún más escandalosa, ya que “lo lleva en la sangre”, la profesora ve como “preocupante” que sea callada, tranquila, que prefiera tocar el violín o estar leyendo en vez de bailar.
Aquí vemos que en términos emocionales también existen estereotipos que llevan a ideas, opiniones y conductas poco confiables porque se basan –como todo prejuicio– en criterios arcaicos que se transmiten por generaciones. Cuando indagué sobre lo que realmente debe ser la esencia de una evaluación de la niña sobre su desempeño escolar y artístico me enteré que no tenía problemas, sino todo lo contario porque tenía resultados excelentes y si bien es cierto que no era la líder del grupo, si tenía una amiga muy buena y participaba en las actividades escolares y recreativas. Y entonces surgen preguntas ¿Existen prejuicios basados en las manifestaciones emocionales que se esperan sean las correctas? Evidentemente en este caso los hay, pero lo más preocupante es que no son conscientes, sino todo lo contrario, pues no dudo que la maestra tenía muy buenas intenciones al hablar con los padres, pero la respuesta la tenía delante de sus ojos, y que todo educador debía saber.Todos somos diferentes y hay que buscar los atributos esenciales de cada cual y no dejarse llevar por lo que “es lo habitual, a lo que estamos acostumbrados, lo que se espera…” y aceptar como bueno lo que se sale de lo habitual, porque la diferencia es lo que enriquece la colectividad.
Poner etiquetas es muy dañino y más durante la niñez, y en estos casos la etiqueta más habitual es decir que es “extraña” y con este epíteto se pueden incluir muchas cosas, y ninguna buena, porque ¿quién quiere ser extraño? Yo personalmente no creo que haya gente extraña, sino que cada cual es diferente, y esto significa que cada cual es un mundo rico, independiente, con una vida y experiencias vitales que conforman el “yo” que nos hace únicos e irrepetibles. Lo que la maestra no tuvo en cuenta es que la conducta de esta niña estaba determinada porque sus padres son igualmente callados y serios, y ella tiene muchas razones para ser tranquila porque no tiene problemas familiares, sus padres están felizmente casados y son personas realizadas profesionalmente, o sea, tiene una familia muy funcional, lo cual la hace una niña extrañamente normal.

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