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Evocando a La Emperatriz (II)

2 de mayo de 2024

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Paulina Álvarez junto a la orquesta Elegante.

Paulina Álvarez junto a la orquesta Elegante.

 

Su inigualable intensidad timbrica y color vocal, quizás envidia de alguna clarina amparada en la sombra, resultaba ojo de agua cristalina y aire puro, donde el canto inspiraba no solo gracia y sabor expresivo, sino también, un hecho artístico con prestancia y estilo depurado.

Paulina Álvarez en cada presentación artística, era capaz de reinventarse ella misma, cuidando su gestualidad y fraseo, divinizando con su presencia, la devoción por una amante fiera.

Imperturbable y sin pecado, nuestra cantante mostraba reflejos de una exquisitez creada por ella misma, manipuladora de su imagen y de quienes la seguían.

En parte, todo indica que estas cualidades eran sustentadas, en primer lugar, por una formación musical cultivada por el estudio del solfeo, la teoría, piano, guitarra y canto, en el emblemático Conservatorio Municipal de La Habana.

Sus comienzos en el difícil arte de cantar se remontan muy a principios de los años 30, en la radioemisora 2PC. En 1931 ya figuraba como solista de la Orquesta Elegante, transitando exitosamente por las orquestas de Ernesto Muñoz, Cheo Belén Puig, Hermanos Martínez y Neno González.

Finalizando esta etapa, Paulina decidió organizar su propia orquesta, luego reformulada en 1940 con una verdadera constelación de excelentes músicos, entre otros, el pianista Everardo Ordaz.

Entre sus primeros éxitos, cuentan el bolero-son Lágrimas negras, del inmenso Miguel Matamoros, Santa y Mujer divina, boleros representativos de la más depurada cursilería, compuestos por el genial veracruzano Agustín Lara.

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