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Evocación de Ignacio Cervantes

11 de marzo de 2022

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En medio de las difíciles condiciones socio-políticas de la Cuba decimonónica transcurrió la mayor parte de la vida y la labor intelectual de uno de nuestros más geniales artistas: el pianista, compositor y pedagogo. Ignacio Cervantes Kawanagh (La Habana, 1847-1905),

A los once años de edad, sería puesto en manos de Nicolás Ruiz Espadero, considerado en esa época el más reputado profesor de piano de la capital cubana. En 1865 fue enviado a Francia a fin de ingresar en el Conservatorio de Paris, llamado entonces Conservatorio Imperial, donde perfeccionó sus estudios con Antoine Marmontel y Charles Alkan, y recibió distintos reconocimientos académicos. En 1866 ganó un gran premio de piano con el Quinto concierto, de Heinrich Hertz. Dos años más tarde se le confirieron sus premios de Armonía, y aspiró al Premio de Roma, pero su condición de extranjero le impidió competir en tal certamen. Llegó a ser muy admirado por Gioacchino Rossini y Franz Liszt. Dirigió en Saint Cloud una de las misas de Charles Gounod y este lo felicitó por su desempeño en el podio.

Después de una breve temporada en Madrid, regresó a La Habana y se esforzó por mejorar el escaso ambiente artístico existente. Impartió clases, brindó conciertos, tocó en iglesias y asistía a las sociedades filarmónicas. En 1872 se casó con María Amparo Fernández Richeaux, con la que tuvo una descendencia de catorce hijos. Por aquellos tiempos, los cubanos luchaban en la manigua para alcanzar la independencia del colonialismo español y, dadas sus simpatías y apoyo económico a la causa revolucionaria, Blas de Villate, conde de Valmaseda y capitán general de la Isla, instó a Cervantes a abandonar el suelo patrio en 1875.

Junto con su familia, se radicó cuatro años en Estados Unidos de Norteamérica y allí, mediante sus conciertos, logró una excelente posición artística y económica. Después de finalizar la Guerra de los Diez Años y decretada la Paz del Zanjón, regresó a Cuba a causa de la enfermedad y muerte de su padre. Permaneció en La Habana varios años, manteniendo duramente a su extensa familia, hasta que al estallar la guerra revolucionaria de 1895 partió hacia México, donde sería objeto de numerosos honores y el presidente Porfirio Díaz le propuso establecerse definitivamente. Mas, al terminar la contienda contra España, volvió a su tierra de origen en 1898 y trabajó como director de la orquesta del teatro Tacón. Su último viaje al extranjero lo hizo en 1902, cuando, en calidad de embajador de la música criolla, concurrió a la Exposición de Charleston.

Ignacio Cervantes compuso la zarzuela Exposición o El submarino Peral (L.: N. Suárez Inclán) y las óperas cómicas Los saltimbanquis (L.: Carlos Ciaño, basado en una novela francesa) y Maledetto (L.: F. Costa), música sinfónica (Sinfonía en do menor y Scherzo caprichoso), música de cámara (Entreacto caprichoso y Scherzo en fa menor) y valses (La paloma y Hectograph), integrantes de una obra que ocupa un lugar de honor en la historia de la música nacional.

Pero lo más representativo de su creación fueron sus famosas Danzas cubanas que, según Alejo Carpentier, «[…] ocupan, en la música de la isla, el lugar que ocupan las Danzas noruegas de Grieg o las Danzas eslavas de Dvorak en las músicas de sus respectivos países». Creadas entre 1875 y 1895, significaron el punto culminante de la danza criolla decimonónica, al presentar una rigurosa factura en su gran variedad temática y una notable estilización de estructuras procedentes de las músicas folklórica y popular de Cuba. Ellas ampliaron el horizonte armónico y evidenciaron un interesante desarrollo rítmico que permitirá hacer referencia a un estilo dancístico cervantiano, el cual influyó a autores coetáneos y ulteriores, entre otros, Ernesto Lecuona.

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