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Evoca Mariana Ramírez Corría a María de los Ángeles Santana

4 de julio de 2014

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Con motivo de cumplirse el 2 de agosto venidero el centenario del natalicio en La Habana de la cantante y actriz María de los Ángeles Santana, fallecida en el 2011, procederemos a insertar en nuestra sección, hasta tal fecha, fragmentos de nuestro libro Yo seré la tentación: María de los Ángeles Santana, publicado en el 2014 por la editorial Letras Cubanas.

María de los Ángeles Santana y Mariana Ramírez Corría en San Nicolás del Peladero

 

E iniciamos este propósito con el testimonio redactado expresamente para la citada obra por la actriz y cantante Mariana Ramírez Corría, quien fue una especie de hija para la Santana y trabajó estrechamente a su lado, a partir del decenio de los sesenta, del pasado siglo, en el popular programa televisivo San Nicolás del Peladero.

 

 

Abuela Adela[1] era una mujer poco usual y, aunque los absolutos no me gustan, el adjetivo extraordinario le vendría de perillas. Recuerdo su olor y su sonrisa. Su olor porque se empecinaba en conservar siempre un muy particular perfume a limpia, a olán de hilo, a sábana recién estrenada, a pureza de alma, a exquisita enfermera.

Su sonrisa era de esas de estreno. La veías sonreír, a pesar de sus dolores físicos y síquicos, y era siempre una sonrisa nueva, agradecida, porque todos los días salía el sol. ¡Qué suerte la mía haberla conocido! Y aún más, ¡qué suerte la mía de que me llegó a querer!

Se despidió abuela Adela y en aquel hospital donde se encomendó al Señor comenzó un viraje en la vida de Mami María.

Abuela dejó recuerdos muy preciados, ejemplo imperecedero, y una hija limitada[2] que pasaría a los brazos de Mami María para cuidar con los mimos de la madre perdida y las vicisitudes de la carrera que no podía abandonar.

Compartir con Mami María lo relacionaba a uno con todo lo que la rodeaba, por lo tanto también llegó a mi vida la Checha, que podía ser muy simpática y, a veces, sólo Mami podía controlar. Frecuentemente se levantaba limpiando a su manera aquel apartamento de F y 15, de la terraza a la cocina, y volvía a empezar hasta que se cansaba. ¡Qué lindo tejía!, daba gusto verla sumergida en esa tarea, de la cual absolutamente nadie lograba apartarla.

¿Y Mami María? Pues a ratos cocinera, a ratos esposa, a ratos costurera, a ratos escribiendo y traduciendo, siempre actriz, y con poquísimo tiempo para esa hojarasca necesaria en la vida: no hacer nada, cerrar los ojos, soñar. Asimismo a veces  deambulaba  por  la casa  como Blanche Dubois, uno  de los  personajes que más la agarró, otras estudiaba y releía los libretos de Garriga, pasaba letra mientras inventaba una sopa “sorpresa” o un arroz con “truco”. A la hora de salir a ensayar guardaba en un saquito privado todos los problemas y llegaba al estudio con su inmenso profesionalismo, cargado de experiencia, para dar siempre lo mejor de sí y el apoyo que los demás le pedían o no. No siempre sus consejos eran bien recibidos, hay actrices o actores “pequeños”, así les decía don Antonio Palacios, que creen que nada tienen que aprender y que nadie puede hacerles sugerencias en cuanto a mejorar su actuación.

“Eso me pasa por meterme donde no debe importarme”, me decía Mami María.

No era el caso del colectivo de “San Nicolás del Peladero”, en el que todos fueron actores con mayúscula y se acercaban al libreto llenos de una modestia incalculable. Con un enorme respeto al escritor se tejían diálogos ad hoc que enriquecieron el trabajo colectivo y el televidente agradecía.

Mami María era cómplice de las maldades que inventaban [Germán] Pinelli y Manolín Álvarez, pero como no sabe mentir tenía que esconderse en un backing para aguantar la risa y no descubrir los entuertos de aquellos “malditos”. ¡Aquel Peladero fueron dos décadas en las que pasó de todo! Libretos de Carballido Rey que bordaba Joaquín M. Condal y en los que lo mismo cantábamos la “Mazurka de las sombrillas” —yo disfrazada de hombre y ella de señorita— que nos íbamos a la playa con una de esas trusas de los años 20 que escandalizaban al pueblo.

No puedo olvidar un libreto, dirigiendo ya Roberto Garriga, en el cual Cholito, en un personaje que era maestro de canto, venía a la casa de Remigia a impartirnos su acostumbrada clase. Se había estrenado en esos días en La Habana la película francesa “Los paraguas de Cherburgo” y la gente cantaba por doquier composiciones de Michel Legrand para el filme. Tocó el profesor a la puerta, yo me levanté a abrirla y se me ocurrió cantar el texto como en las óperas: “¿Quién es?”… Cholito hizo igual y me respondería: “El maestro”… Mami María avanzó rauda y, haciendo gala de su timbre de soprano, dijo: “Pase usted que le esperamos”. Cholito entró e hicimos la escena cantando los tres. Las carcajadas de los técnicos se oían por el boom y ni Garriga nos pudo regañar.

¡Es que había tanto amor en el colectivo del Peladero! Llegamos a formar una familia muy celosa, en la que Pinelli iba a mi casa a ayudarme a la hora de darle la comida a mis hijos. “¡La sopa no se mastica!”, le decía a Sissi, y con un cariño enorme los manejaba a su antojo. A su vez Mami María me ayudaba a vender los cintillos que yo tejía y bordaba, porque no me alcanzaba el dinero por mi núcleo familiar de 7 personas. Para ayudarme, la Checha me enrollaba el estambre de sweters viejos y Mami vaciaba sus cajas de lentejuelas y piedrecitas que darían un mayor lucimiento a aquellas piezas.

Si yo viajaba con mi papá[3] a Europa, él a hospitales y congresos y yo a dar conciertos en radioemisoras y canales de televisión, Mami María me transmitía sus instrucciones, siempre certeras, para el público europeo. Entonces Mamá Catalina, la que me trajo al mundo, llamaba por teléfono a Mami María, se querían mucho, y comentaban los éxitos de la niña de ambas.

Mami María siempre fue, es y será enfermera. De su padre[4] adquirió la destreza y de su carácter humanista la paciencia necesaria en esa profesión. No es sólo inyectar, sino hacerlo bien; no es sólo bañar al paciente en la cama, sino hacerlo con todo el amor que requiere la tarea. A veces son enfermedades del alma, que yo misma he padecido mucho, y ahí está doña María, experta en consolar lo inconsolable y regresar a la normalidad a quien se “desaguacató”. Cuando es ella la enferma, practica la virtud de abuela Adela: callada, se empina…

Haría falta más de un libro para hablar de Mami María. Haría falta juntar miles de rosas, que ella ama tanto, para agradecerle su paso por la vida. Haría falta un Balzac o un Dickens para ahondar en su realidad y las épocas en que vivió.

Junto a la crucecita que le trajo de Roma a la abuela Adela, y que Mami María y yo siempre llevamos, tengo también un puñado de amor inédito del que sólo ella es dueña.

 


[1] Se refirió a Adela Soravilla, madre de María e los Ángeles Santana.

[2] Se refirió a Josefina Santana, la Checha,  única hermana de la artista.

[3] Se refirió al eminente neurocirujano Carlos Manuel Ramírez Corría (1903-1977).

[4] Se refirió al doctor Santiago Santana, médico de profesión y  padre de la la cantante y actriz.

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Comentarios



Carlo Wrede / 2 de septiembre de 2014

Que lindo, querida Mariana !! Es muy emocionante tu descripción de tu amiga, Maria de los Ageles. Pude, atravéz del youtube apreciar algunos episodios de San Nicolas del Peladero, donde se conoce el verdadero humor cubano, con todas sus sutilesas, me haciendo recordar siempre mis años en Cuba. Mariana, soy tu fan number one !!