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Evitar el naufragio

15 de marzo de 2017

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El arribar a la tercera edad coincide con  la edad del retiro laboral, o como a mi hijo le gusta decir jocosamente (jocosamente para él porque a mí no me da gracia) es la edad en que sefuela, o sea, se fue la juventud, y eso es porque él está muy lejos de esta etapa y puede hacer chistes al respecto.

La verdad es que los cambios son muchos y se equiparan a los de la adolescencia, aunque lamentablemente en sentido inverso, o sea, no se madura, sino que se involuciona, pero  –siempre hay un “pero”– tener años tiene muchas ventajas. No voy a hacer una loa a lo magnífico que significa envejecer, porque a mí me parece que es una euforia prácticamente patológica la postura que adoptan algunos defensores de la vejez que alaban tanto el hecho de tener más de 60 años que cuando se les escucha en un foro público lo maravilloso que es ser viejo, hasta dan ganas de suicidarse si se es joven, y no tienen en cuenta que a nadie le gusta ser viejo, con las consecuentes pérdidas.

Envejecer lo que tiene de bueno es que se está vivo y hay experiencia acumulada, por lo que los cambios que se hacen deben tener como meta ser feliz y tener proyectos nuevos que son mucho más que los planes de abuelidad, o sea de ser abuelos; ayudar a  los hijos; ser el paseador del perro y ocuparse de las cuestiones domésticas; incluido arreglar lo que se rompa. Esto significa que es una nueva etapa para hacer y llevar a cabo proyectos de lo que antes no pudimos hacer porque las responsabilidades de la vida no nos permitió hacerlas. La verdad es que la experiencia acumulada permite afrontar la vida con mucha más sabiduría, y aquí juegan un papel importante las emociones, los sentimientos, la vida afectiva en general, ya que se sabe que lo que sientes enmarca nuestras acciones para impulsarlas, detenerlas o retrasarlas.

En esta etapa, al haber un cambio de actividad, o sea, el retiro laboral, al principio las personas se sienten felices, alegres por liberarse de las responsabilidades que trae la actividad laboral, pero resulta muy recurrente que al cabo de semanas, meses, cuando se ha descansado, cuando se ha “desintoxicado” del jefe, de las levantadas temprano, etc., comienzan a aparecer el aburrimiento, el agobio, sentimientos de minusvalía, tristeza, y hay una toma de conciencia de que se dejaron atrás determinadas responsabilidades, pero se han asumido otras que los demás miembros de la familia imponen.

Entonces, la clave de la felicidad está en que siempre hay que tener el control de nuestras vidas, cuál es el camino queremos recorrer por decisión personal, con el principio fundamental que hay que vivir y nunca, jamás, se puede solo sobrevivir, que es lo mismo que echarse a morir. Eso de la experiencia acumulada a veces se ve como un cliché cuando es una verdad muy profunda y les pongo ejemplos: se sabe lo que se quiere y lo que no se quiere: se rechaza la gente que nos cae mal; no estamos dispuestos a ir a lugares que no queremos; miramos las flores, el cielo con la certeza de que es un regalo de la vida poder sentirse bien; nos damos permiso para estar a solas con uno mismo; malcriamos a los nietos, y por sobre todas las cosas, somos capaces de valorar lo que tenemos en su justa medida. Esto nos permite dar consejos; tener respuestas que otros no tienen; emprender proyectos con seguridad y, en términos de emociones, el amor es el combustible que nos permite seguir. Cuando hablo de amor, lo hago en el sentido más amplio, hacia la familia, hacia la pareja –ya sea la misma o un nuevo amor– hacia los nuevos planes.

Sé que hay quienes me están leyendo que están diciendo: “pero mi mamá, mi abuelo, mi vecino es un malhumorado, irritable, a veces llora por cualquier cosa o se enoja fácilmente”. Eso es cierto, porque no hay que olvidar dos cosas importantes: la primera es que las cualidades que se tienen durante la vida, se agudizan con el paso de los años, y la segunda –que resulta la más importante– es que al no tener metas, proyectos nuevos, claro que hay que sentirse triste, más o menos como un náufrago en el medio de un océano sin vislumbrar tierra.

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