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Estuario Amantísimo

20 de septiembre de 2017

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Guanabacoa, en coloniales geografías, extendía sus terrenos hacia las zonas costeras, cual redonda parcelada –en un tiempo de contrabandos y corsarios–, rebosaba su hidalga presencia, primero, como pueblo de indios y luego, como Villa, en un territorio de 289 Km², conteniendo los actuales municipios San Miguel del Padrón y Habana del Este. Sin embargo, notables andanzas y deseos de coloniajes de otras naciones, para entonces insatisfechos, respaldaron la necesidad de crear la primera milicia local, en el año 1582, constituida por aldeanos, cuya función primaria era “hacer cuerpo de gente” para amedrentar o desarticular cualquier intención de dichas potencias, que pululaban, hostiles y sedientas de dominios, sus planes, de un forma abierta o encubierta, contra España –Metrópoli dispuesta a enraizar señoríos en esta tierra de castizos abolengos–, y de esta forma, entumecer las costeras irrupciones en nuestra isla –recién promovida, en el panorama cartográfico de la humanidad–, cuyas finalidades bélicas o de contrabando, intentaran resentir, las inéditas potestades de la Corona de Castilla, en esta región.

Para 1609 estas milicias continuaban su refuerzo, en la misión de aguaitar las costas, tal cual se expresa en el informe enviado al Rey el 23 de enero de 1659, donde se confirma que los “naturales” de Guanabacoa, dispuestos en su compañía de milicias, celaban bajo el mando de su capitán F. de Robles.[1] Recordemos que la paleta poblacional de Guanabacoa se fue ampliando, en gamas fenotípicas, los vecinos blancos asentados paulatinamente en este pueblo, conformaron igualmente su Batallón de Milicias. En Actas del Cabildo de La Habana, se alude a residentes con cargos de alférez y capitanes de las milicias locales. Durante los siglos XVI y XVII, estas avanzadas, propiciaron la vigilia de las riberas del este de la bahía habanera, comprendiendo los cuatro “puertos”, término con el que se distinguían, las bocas de los ríos Cojímar, Bacuranao, Guanabo y Sibarimar (Boca de Jaruco). Es cierto, estimado lectores, para 1696 ya existían dos compañías encargados de asegurar los cuatro boquetes de aguas, antes referidos, lo cual no fue impedimento ninguno, ante las diligencias de una escuadra francesa comandada por Mr. Renault, por conferirse los derechos sobre una embarcación española que había varado en el “puerto” de Sibarimar.[2]

Según las fuentes históricas, los Capitanes de estas fuerzas, se mantenían casi todo el tiempo, residiendo en la Habana, por lo que al espolear un codazo de peligro, las tropas locales tenían que circular hacia los batientes, sin ellos, y en esos casos, el alférez, desbordaba, no sin contratiempos, el papel protagónico. Este asunto motivó una solicitud formal al Rey, relacionada con el nombramiento de capitanes de milicias, en las personas de Don Domingo de Orta, vecino de las inmediaciones y Don Antonio Díaz Cuaresma, natural de la Villa, según consta en el Acta Capitular del Cabildo correspondiente al 3 de enero de 1703. Esta tradición defensiva de nuestra localidad, se vio reflejada ante los sucesos de la toma de la Habana por los Ingleses, durante la Guerra de los Siete Años, en 1762, cuando las casacas rojas, vieron su peripecia encarnada, al enfrentarse al terruño. Ante el avance de las milicias formadas por criollos, al mando del Alcalde de la Villa, Pepe Antonio, los ingleses sintieron el tajo gélido de la maleza humana, lámina aguda de machetes en sobresaltados que al zanjar, consentían, abiertas, las brechas mustias de las venas inglesas.

 

Torreón de Cojímar

Torreón de Cojímar

 

Como parte del sistema defensivo de La Habana, se contempla, por el Gobierno Colonial, la cimentación de dos fortines, al este del enclave Habanero, emplazados en las desembocaduras de los afluentes Cojímar y Bacuranao, puntos álgidos de la topografía. En una misiva enviada al Rey por el Gobernador Don Pedro Valdés, con fecha 3 de enero de 1604, se esgrime sobre las piezas de artillería, cardinales para la “torrecilla de Cojímar”, una vez que esta se acabase de construir.[3] Sin embargo, tan añoradas obras, se desplegaron con mayor prontitud durante la gobernación de Don Álvaro de Luna y Sarmiento (1639-1647) ante las presumibles invasiones portuguesas y holandesas, incorporándoles regimientos y defensas. Con apuntes de agradecimientos, por parte del cabildo habanero, se acogieron los propósitos del Gobernador, lo cual consta en acta redactada el 13 de agosto de 1642, referente a la ejecución “de las dos torres en los dos puestos y bocas de ríos de la Chorrera y Cojímar que tanto Su Majestad años ha tan diversas veces ha encargado a los antecesores Gobernadores de esta Ciudad.”[4] Don Álvaro de Luna fue sustituido hacia 1647, sin haberse concluido las obras y ante la creciente insatisfacción del cabildo, se retoma el tema de que “…se acabe el castillo que está comenzado en la boca del río Cojímar…” y acordándose, en súplica al Rey, que se dispense a La Habana de la retribución concerniente al papel sellado oficial, y compensar así, los dispendios que hacían sus conurbanos para la edificación de las fortificaciones.

Y entre idas y venidas de piratas y milicias –sin desdibujar, en el plano de situación de la memoria, las atrocidades del corsario francés y hugonote de Normandía, Jaques de Sores, que al embestir la villa de La Habana en 1555, entretejió el pánico con la fibra blanca del desconcierto, prendiendo a la población y desolando el aguafuerte costero–, se logra fundar, el 15 de julio de 1649, el Torreón de Cojímar, construcción militar alrededor de la cual se espumó, un núcleo poblacional –el más antiguo asentamiento de esta zona.

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Torreón de Bacuranao

 

En cuanto al torreón de Bacuranao, con ciertas imprecisiones en sus datos históricos, es dispuesta, según diferentes autores, su construcción, hacia 1650. Se destacó su estructura, en forma de torre, de planta cuadrada, cubierta por un techo de madera a cuatro aguas. Diseñada a dos niveles, el ascenso al superior se realizaba a través de una escalera, contaba además con un barricada con troneras “…que se extendía a ambos lados del torreón por más de 150 metros.” [5] Este segundo proyecto arquitectónico, se le adjudica a Juan Barrera Sotomayor. No podemos olvidar que una de las maniobras bélicas más elocuentes, de la toma de La Habana por los ingleses, sobrevino en el territorio costero del Este, perteneciente por entonces a Guanabacoa, estamos aludiendo al desembarco de las mesnadas invasoras, por las inmediaciones de Bacuranao y Cojímar, con la respectiva destrucción de sus torreones, y la posterior toma de la loma de La Cabaña y del Castillo del Morro. El Torreón de Cojímar, fue reconstruido después de finiquitada la dominación británica, luciendo desde entonces, cual estuario amantísimo, la imagen de un castillo abaluartado, en hacienda bautizada por los signos y gracias de una Virgen del Rosario y bajo la advocación de la Virgen del Carmen, constelación del mar y patrona de los navegantes.

 

Notas:

1 Archivo General de Indias. Santo Domingo 103, Ramo 1.

2 Actas Capitulares del Ayuntamiento de Guanabacoa. 3 de enero de 1703.

3 Pichardo, Hortensia: ob. cit. Página 140.

4 Actas Capitulares del Ayuntamiento de La Habana. 13 de agosto de 1642.

5 Guía de Arquitectura La Habana Colonial. Agencia Española de Cooperación Internacional. Ciudad de La Habana. Conserjería de Obras Públicas y Transporte de Andalucía. La Habana-Sevilla, 1993.

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