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“¡Esto es mío…!”

8 de noviembre de 2017

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Discurrir en su entramado vertiginoso, entre escapadas y ascensos, donde la geografía sedujo al trazado, habituándolo a su corriente, en onduladas y longitudinales armazones –órganos del movimiento–, así se modularon las calles de Guanabacoa, y aunque no se poseen fuentes documentales sobre cuáles fueron las primeras gestadas a partir de 1554 –recordemos que la vida en este pueblo de indios, se regulaba por las legislaciones hispanas y no se poseía, al menos en la etapa primaria, una planificación urbana oficial–, el esbozo caprichoso de las mismas, específicamente Corralfalso, Real (Martí) y Pepe Antonio, nos provoca la idea de su admisible precedencia: caminos desandados, urdidos, o simplemente, derroteros sorteados por peregrinos ajenos.

Los documentos sobre la invasión de Jacques de Sores en 1555, descubren la presencia de algunas de estas rutas que atravesaban, fibrosas, a Guanabacoa, en itinerario preciso hacia La Habana, Cojímar y rumbo al Este de la provincia. Este argumento es posible acreditarlo, al comparar el plano de la Villa, esbozado en 1747, con otros posteriores. Es incuestionable, estimados lectores, el aludido paisaje se define en sus inicios, como caminos reales que ulteriormente, devinieron en venas primordiales de la anatomía Guanabacoense, de hecho, la calle Corralfalso, conservó hasta principios del siglo XVIII, el concepto de camino rural, ligamento secundario de penetración, al interior de una Villa, trémula en sus fecundidades.

La disposición de la Calle Real (hoy Martí), responde a un razonamiento funcional, es decir, evadir los marcados contratiempos del relieve y sus eminencias, representados por la loma de Seguí y la cañada del arroyo Manjabo (hoy canalizado).Por otra parte, la Calle Pepe Antonio, serpenteaba la cañada en su porción secundaria, conduciendo hasta la del Camposanto –Calixto García– (recordemos, de otros artículos que en este lugar, se edificó la primera Iglesia, con su referido cementerio), desde esta última, se irrigaba un nuevo camino, en pasos capilares, que conducía su lecho telúrico, hacia la hermosa Cojímar. En esquela remitida al Rey por el Obispo Juan de las Cabezas y Altamirano, con fecha 22 de septiembre de 1608, el mismo asevera que: “Guanabacoa es un pueblo de indios que tenía aún no sesenta casas de paja [guano]. Añadía que las casas no se encontraban alineadas como en España, debido al temor a la propagación de incendios.[1]

Como se puede apreciar, mis amigos, el crecimiento urbano de este territorio, durante los siglos XVI y XVII, se produjo de forma inconexa, ajeno a cualquier ordenamiento espacial, teniendo lugar, fundamentalmente, a lo largo de las arterias, Martí y Pepe Antonio. Para el siglo XVIII, se consolida en Guanabacoa, un intenso período de hispanización, el incremento poblacional, despuntó hacia nuevas necesidades habitacionales, contorneando así, disímiles espacios, ensartados en el despertar de la arquitectura doméstica, sin olvidar, las construcciones religiosas, prolíferas en esta etapa que enmarcan una lozana visión, especie de Sumi-e, de las tradicionales villas españolas, con sus ignotas y virginales calles, ramificándose en jóvenes plazas, en lo adelante, sujetas a las incipientes pero efectivas regulaciones urbanas. Por lo que –y ante la necesidad de aplicar dichas regulaciones–, Guanabacoa, contrató los servicios de un maestro alarife –autor de proyectos arquitectónicos y encargado de ejercer la dirección de las construcciones– nombrado Don Hilario Sánchez, quien acogió su cargo el 14 de abril de 1712.[2]

Cierto es, estimados lectores, la selección de parcelas y terrenos para la edificación de las viviendas, en el área urbana, tenía que ser anticipada por un escrito formal ante el cabildo local, en el mismo, se precisaba señalar, la ubicación exacta del lugar donde se pretendía enclavar la residencia, detallando además, si dicha superficie se mostraba como solar baldío o deshabitado, de esta manera, el cabildo, haciendo uso de todas sus facultades, otorgaba o no, la merced. Si resultaba efectiva y aprobatoria la solicitud, el interesado debía abonar un impuesto, en beneficio de los Propios y Rentas de la Villa. La entrega física del solar se acogía a una especie de protocolo al cual asistían, el solicitante, acompañado del maestro alarife y de algunos funcionarios, luego de asumir por el maestro de obras, las medidas y dimensiones del terreno (comúnmente entre 40 o 50 tercias de vara de frente, por 30 o 40 varas de fondo), el solicitante arrancaba o segaba algunos herbajes, en señal de dominio, acompañado de un singular y definitorio voceo: ¡Esto es mío! Sugerente forma de expresar señorío, a los cuatro vientos, ¿no lo creen…?

Luego de esta digna y profusa exclamación de posesión, sobre el ejido previsto, se otorgaba un período de seis meses para la ejecución de la obra, luego del cual –en el caso de no concretarse dicha labor– quedaba sin efecto, la adjudicación de los predios.[3]

Es innegable, el nuevo entramado se adecuó a los caminos primigenios –concordancia del trazado–, aunque sujeto a las incipientes ordenaciones, de esta forma, nacieron numerosos pasajes, calles estrechas y ceñidas, según las Leyes de Indias, para atenuar la calidez insular. Las Actas Capitulares correspondientes a este período, enmarcado entre 1700 y 1750, descubren la aurora del enramado local: Cadenas, Concepción, Candelaria, Amargura, incorporándose las que franqueaban la calle Martí, hasta la contemporánea calle Maceo. No podemos dejar de mencionar, la consecuente estructuración de un sistema de plazas, de medianas dimensiones, entre ellas, la de la Asunción, Santo Domingo, San Francisco y Corral Nuevo –esta última inexistente en la actualidad–, plazas que convertidas en salones urbanos, acogieron festividades políticas, religiosas y sociales encargadas de dignificar la vida cultural de la localidad. Por otra parte, la Plaza de Armas, conocida por las generaciones recientes como Parque de la República o Anfiteatro –cávea de generosas funciones– quedó demarcada a fines del siglo XVIII, conservándose como solar yermo hasta las iniciaciones del XX.[4]

De igual manera, en las Actas Capitulares, antes citadas, se documenta la segmentación de la población, en reducidos términos o barrios tales como: Camposanto, Santo Domingo, Pueblo Nuevo, La Concepción, San Francisco, Corral Nuevo y Corral Falso, este último, ubicado en las inmediaciones de la intersección de las calles Corralfalso y Santa María.[5] Guanabacoa se extendió desde entonces, en el tálamo originario, se desbordó, seccionando su espesura, en barriadas, tanto urbanas como rurales, difuminando, en espaciados trayectos, la incipiente armazón territorial.

 

Notas:

[1] Archivo General de Indias. Santo Domingo: 150
[2] Actas Capitulares del Ayuntamiento de Guanabacoa. 14 de abril de 1712.
[3] Actas Capitulares del Ayuntamiento de Guanabacoa. 14 de abril de 1712. 1700-1750
[4] Actas Capitulares del Ayuntamiento de Guanabacoa. 14 de abril de 1712. 1780-1799
[5] Actas Capitulares del Ayuntamiento de Guanabacoa. 14 de abril de 1712. 1700-1750

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