ribbon

Espadero, nuestro romántico por excelencia (I)

3 de mayo de 2013

|

Nicolás Ruíz Espadero

El virtuoso pianista y compositor Nicolás Ruíz Espadero (La Habana, 1832-1890) es considerado nuestro romántico por excelencia. De él escribió José Martí en 1891: “era arpa magnífica, que en la fiereza del silencio, entona un himno fúnebre a todo lo que muere: ¡saluda con alborozo de aurora a lo que nace: recoge en acordes estridentes los gritos de la tierra, cuando triunfa la tempestad y viene la luz del rayo!”

Según Alejo Carpentier fue el compositor cubano más famoso de su tiempo, (…) “el único que, sin haber viajado, era aplaudido y editado en el extranjero; el único que, para sus contemporáneos habaneros, podía compararse con los grandes maestros del momento”.

Sin embargo, Nicolás Ruíz Espadero es un olvidado de la musicología cubana. Lamentablemente su figura ha sido desvirtuada por desconocimiento o subvaloración. Incluso hay quienes reducen su creación con argumentos que recelan de su cubanía, aunque en los últimos tiempos se han dado pasos en firme para contribuir a su rescate, en especial, gracias a las investigaciones del pianista Cecilio Tieles en cuanto a la verdadera dimensión del artista, quien –al decir del prestigioso músico Juan Piñera- jamás vivió a espaldas de su realidad cultural y del nacimiento de un nacionalismo.

Intérprete dotado de un talento poco común, Espadero –como se le llamó- realizó estudios con su madre, pianista gaditana de relieve local, y con otros profesores, siempre en su casa, pues aquel joven silencioso y taciturno jamás asistió a la escuela ni manifestó interés alguno por tener amigos de su edad.

Espadero “fue un hombre –al decir del autor de El siglo de las luces – tan extraño en el modo de vivir como en el modo de morir. Situado en una ciudad de puertas abiertas, como lo fue siempre La Habana, tuvo el minimun de contactos posibles con el exterior; sin haber conocido más atmósfera que la del trópico –tan poco propicia a las inhibiciones.”

Consagrado en cuerpo y alma a la música, lo suyo fue la soledad. Bajo la firme vigilancia de la madre, alejado de tertulias y reuniones, recibió en el hogar una enseñanza desordenada. Luego de la muerte del padre, pasa los días leyendo, dibujando, componiendo.

“Su neurosis de adolescencia se acentuaría con los años, llevándolo a mostrarse huraño, hosco, raro”.

Sin embargo, un encuentro fortuito con el músico norteamericano Luis Moreau Gottschalk, recién llegado a La Habana, lo sacaría de su encierro voluntario y le permitiría abrir su espíritu a esta amistad.

 

 

Galería de Imágenes

Comentarios