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Ernesto Lecuona

8 de agosto de 2014

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Lecuona toca el piano

En la historia de la música cubana Ernesto Lecuona y Casado (Guanabacoa, La Habana, 6 de agosto de 1895- Santa Cruz de Tenerife, islas Canarias, España,1963) es el más famoso de los compositores en la historia de la música cubana y el autor nuestro que cuenta con la obra más difundida a nivel internacional.
Hijo de madre cubana y padre canario, sin cumplir aún los seis años de edad, da muestras de su precocidad pianística ante el público y en 1912 estrena una de sus más memorables danzas: La comparsa. Debido a su inusitada originalidad y complejo tratamiento estilístico, esa obra, creada en los albores de su labor autoral y predestinada a recorrer el planeta, podía haber sido escrita al final de la existencia del insigne pianista. Ella marca el inicio de sus danzas afrocubanas que evidencian el rechazo de su inventor hacia la discriminación entonces imperante en el panorama musical criollo. Al respecto declararía: “Yo llevé por primera vez el tambor de la conga al pentagrama y al teclado. Es mucho después, mucho después, que lo afrocubano se convierte en veta de los compositores cubanos”.
En sus danzas cubanas –que le propician fama universal- Ernesto Lecuona sintetiza el lenguaje nacional que viene gestándose en la literatura pianística cubana de concierto desde el siglo XIX y tiene sus máximos exponentes en Manuel Saumell e Ignacio Cervantes. Estudiosos del legado artístico lecuoniano las sitúan en la frontera entre lo culto y lo popular, observan en ellas una elaboración técnica de primer orden, las conceptúan verdaderas estampas costumbristas o jirones del alma nacional y lo más importante que, en su género, se hiciera en Cuba a lo largo de la pasada centuria.

“Es ahí donde Lecuona desarrolla su mayor imaginación como compositor, donde crea sonoridades que nada tienen que envidiarle al pianismo de un Franz Liszt o de un Chopin, donde explota los recursos del instrumento de una forma magistral. Sus danzas constituyen una síntesis de lo que pudiéramos llamar la cultura criolla. Yo no conozco ningún otro hecho musical americano que en composiciones para piano tenga tantos valores artísticos y pianísticos. Lecuona en sus danzas logró lo que los genios no siempre logran en algunos momentos de su trabajo: sintetizar en pequeñas grandes obras toda la esencia de la cubanía”, subrayaría el prestigioso maestro Frank Fernández.
Pero independientemente de los valores que las danzas cubanas ocupan dentro del catálogo de Lecuona como compositor, que abarca más de mil títulos de diferentes géneros, no podemos dejar de particularizar en sus partituras pianísticas de inspiración española recogidas en su “Suite Andalucía”, pletórica en páginas de la categoría de “Malagueña” y “Ante el Escorial”; sus canciones, boleros, romanzas, sones, congas, pregones, guarachas, guajiras y valses tropicales; ni sus sustanciales aportes al pentagrama criollo con títulos de la trascendencia de “Canto siboney”, “Siempre en mi corazón”, “Tus ojos azules”, “Noche azul”, “Te vas, juventud”, “Te he visto pasar” y “Aquella tarde”; y sus ciclos de lieder con poemas de José Martí y Juana de Ibarbourou o aquellas melodías a partir de textos de Gustavo Sánchez Galárraga, Ramón de Campoamor, Rosario Sansores, Juan Clemente Zenea, Bonifacio Byrne, Álvaro Suárez, Mary Morandeyra, Rufino Blanco Fombona, entre otros autores, hasta llegar a una de sus principales realizaciones en tal sentido: “El jardinero y la rosa”, con versos de los hermanos sevillanos Serafín y Joaquín Álvarez Quintero.
No pueden obviarse, además, los aportes de Ernesto Lecuona a la fundación del teatro lírico cubano de envergadura desde que en 1927 estrena “Niña Rita o La Habana en 1830”. Su fecunda inspiración le posibilitaría aportar más de veinte títulos a la zarzuela criolla, un hecho musical sin parangón en América Latina. En ese conjunto aparecen “El cafetal”, “Rosa la China”, “Lola Cruz”, “Sor Inés” y “María la O”.
Utilizada en el cine, la danza, programas radiales, de televisión, difundida en innumerables ediciones y grabaciones la música de Ernesto Lecuona se integra al cosmopolitismo internacional y, desde los tiempos de vida del maestro, suscita admiración y polémicas. Algunos críticos han hecho alusión al “facilismo” que, en su opinión, muestra una parte de su creación. Sin embargo, a los detractores de su obra, dijo en cierta ocasión el maestro: “(….) cuando analizo todas las críticas que se hacen a mi música, casi me siento convencido, estoy de acuerdo con ellos. Pero lo extraño es que millones de personas no están de acuerdo con nosotros”.
Siempre habrá que hablar, asimismo, de Ernesto Lecuona como director de orquesta, su sitio entre los grandes pianistas del mundo, su eficacia en la promoción de proyectos culturales dedicados a desarrollar y difundir nuestras melodías, sus conciertos de música cubana a lo largo de casi cuatro décadas que sirvieron para los comienzos de primeras figuras del arte nacional, su actividad en la presidencia de entidades musicales destinadas a la defensa de sus colegas, sus desvelos para mantener vivo el teatro en la isla, sus constantes giras alrededor del mundo…
La propaganda que precediera las actuaciones de Lecuona en naciones latinoamericanas lo anunciaría como “El Rey de la Música Cubana”; Adolfo Salazar, el musicólogo más importante de su época lo llamó “pianista perfecto”; Arthur Rubinstein expresó que “No sabía qué admirar más, si al pianista genial o al sublime compositor”; Agustín Lara lo proclamó “El más inspirado de los músicos de Cuba”; Maurice Ravel encomia el “Poema del Manglar”, hecho por Lecuona para voz, piano y orquesta. Joaquín Turina le adjudica la definición de “pianista eminente” y recalca que Ernesto Lecuona era “el creador de ritmos tan nuevos y complicados que es necesaria una maestría absoluta en los intérpretes para llevar a feliz término tanta dificultad rítmica”.
Sus últimos días de vida transcurrirán en el hotel Mencey, de Santa Cruz de Tenerife, Islas Canarias. En aquel territorio insular, cuyo ambiente tal vez le recordaría a la patria lejana, llegó a su fin, a los 68 años de edad, la existencia de Ernesto Lecuona y Casado. A pesar del transcurso del tiempo, su obra está vigente como expresión sonora de nuestro pueblo.

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