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Ernesto Lecuona-Epistolario (XLI)

3 de junio de 2016

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Rita Montaner con Miguel de Grandy

 

En librerías de la capital y provincias cubanas se encuentra a la venta la segunda edición de nuestro libro Ernesto Lecuona: cartas, que, publicada por la editorial Oriente, de Santiago de Cuba, se diera a conocer en la edición de la Feria Internacional del Libro de La Habana 2014

Y para que los lectores de esta sección aprecien el contenido del aludido título, continuamos en De Ayer y de Siempre la inserción de gran parte de las epístolas que integran la aludida obra.

 

Después…

Andando el tiempo, un 10 de Octubre, organizado también por Guillermo de Cárdenas, ofrecí un Festival de Música Cubana en el teatro Nacional. En el elenco, por supuesto, estaba Rita Montaner, la que estrenó en esa oportunidad varias composiciones de otros autores y mías, entre ellas, mi bolero Palomita blanca, que cantó a dúo con el barítono cubano, de lindísima voz, Rafael Alsina.

Por aquellos días, el mismo Sánchez de Fuentes y Delfín organizaron en el teatro Luisa Martínez Casado, de Cienfuegos, ciudad natal de Eusebio, otro Festival de Canciones Cubanas, para el cual yo fui invitado.

Rita Montaner fue la estrella máxima del programa.

Luego fui a España a estrenar algunas obras en los teatros Apolo, de Madrid, y Ruzafa, de Valencia. Mi ausencia se alargó año y medio.

De vuelta a la isla, en La Habana habían tenido lugar diversos conciertos típicos cubanos, dirigidos por mis amigos los compositores Jorge Anckermann y Gonzalo Roig.

José Calero, quien escribía en el periódico El Mundo, y el tenor Adolfo Colombo (ídolo durante muchos años en el teatro Alambra como integrante de la compañía de Regino López), quisieron que me presentara en un concierto en Payret. Así fue. Me vestí de gala con el depurado elenco ofrecido, puesto que el mismo estaba integrado por magníficas voces salidas de varias academias de canto: la de Tina Farelli y Arturo Bovi, preferentemente. Además, contaba con el concurso de otra figura señera de nuestra música: el maestro Gonzalo Roig, por ejemplo, al frente de una orquesta que en su totalidad estaba compuesta por magníficos profesores.

El primer concierto mío fue un éxito tan grande que tuve que repetirlo en el mismo coliseo, presentando algunos estrenos y repitiendo asimismo números del primero.

Rita Montaner estuvo en los dos conciertos.

Revoloteo de un nombre

En todos los conciertos de música cubana, Rita era imprescindible.

Se interrumpieron esos conciertos con otros contratos míos en Nueva York. En esta ocasión en el Roxy Theatre, que dirigió Samuel L. Rothafel, a quien me unía una buena amistad, y era el manager general del Capitol cuando yo actué.

A los dos meses de permanecer en Nueva York, recibí un cable de don Luis Estrada, empresario del Principal de la Comedia, que me invitaba a organizar y dirigir una compañía musical para inaugurar el nuevo teatro Regina (antes Molino Rojo y hoy Radiocine). Como siempre me gustó el teatro, y me sigue gustando, acepté las proposiciones de Estrada y tan pronto terminé mis compromisos con el Roxy e hice varias grabaciones de discos fonográficos contratadas, regresé a La Habana.

Rita Montaner había estado también en Nueva York junto con su esposo. Yo, por mi trabajo, no pude hacerles compañía. Pero, libre ya de mis actuaciones en el Roxy, pude admirarla y aplaudirla en el 44th Street Theatre, de los Shubert, en la revista titulada Una noche en España, en la que también trabajaba una danzarina a quien estimé de veras: Helba Huara, peruana, así como un cantor popularísimo en aquel entonces: Tito Corao.

Rita triunfaba en un teatro de los hermanos Shubert.

Triunfaba con la música cubana.

Dejé de ver a Rita y regresé otra vez a La Habana.

Varias entrevistas con Estrada y Juan Martín Leiseca, socio de aquel, culminaron en un negocio que, según recuerdo, fue uno de los más brillantes que se han realizado en La Habana, en lo que se refiere a teatro cubano.

Para la inauguración del Regina me valí de los cantantes de mis conciertos: Caridad Suárez, María Ruiz, Dorita O’Siel y Vicente Morín, amén de Paco Lara, Fernando Mendoza y Mario Martínez Casado, actores. Todo esto, alrededor de dos cuerpos de vicetiples (como se decía antes) dirigidos por un consagrado actor: don Enrique Lacasa.

En mi mente revoloteaba el nombre de Rita Montaner.

Era necesario que ella prestigiara la temporada del teatro Regina.

Y llegó

El antiguo Molino Rojo se iba convirtiendo en un bellísimo teatro. En las paredes del lobby, se veían costosos gobelinos de la época versallesca.

Llegó Rita Montaner. Llegó antes del tiempo que yo calculaba.

Y llegó casi silenciosamente. Ya estaba en La Habana.

Yo, entretanto, esperaba.

El teatro quedó embellecido y se citó a la compañía para la reunión inaugural.

Hubo un paréntesis para que arribara Fernando Mendoza procedente de Nueva York. También dábamos tiempo a Eliseo Grenet, a quien yo había invitado a colaborar en la partitura de Niña Rita. Era una oportunidad para que tuviera lista la música. Y yo –¡qué cosas más extrañas suceden!– terminaría el libro de La tierra de Venus, que había arreglado expresamente para la compañía del Regina.

Tras ella

Me dispuse a ir en busca de Rita, pues era la única que faltaba en el elenco.

El esposo de la artista se negaba a que ella trabajara en el teatro. Me costó Dios y ayuda convencerlo de su error, pero al fin lo logré y Rita fue contratada. Debutamos con las obras Niña Rita y La tierra de Venus. A la primera le intercalamos la famosa Mamá Inés. A la segunda le agregamos Siboney, que se había estrenado en uno de los conciertos de música cubana por la contralto Nena Plana.

Rita triunfó. Plenamente. Clamorosamente. Como yo esperaba.

En esa memorable temporada, fueron estrenadas otras obras de Grenet y mías. También se montaron La duquesa del Bal Tabarin y El conde de Luxemburgo, operetas que protagonizó Rita. Y, desde luego, las zarzuelas La verbena de la Paloma, El asombro de Damasco y La corte de Faraón. No hay que olvidar que también tenía Rita “lo suyo”.

El nombre de Rita ascendió vertiginosamente.

A los cuatro meses de temporada, la Victor y la agencia Felix Delgrange, de París, me contrataron para hacer veinte grabaciones y ofrecer cuatro conciertos en la Ciudad Luz.

Lo cual llevé a cabo con el concurso de Lydia de Rivera.

Mi compañía, sin mí, naturalmente, emprendió una gira por el interior de la República. Hubo bajas: Caridad Suárez y Dorita O’Siel que se casaron. Cuando volví de Europa, supe que Rita había constituido un verdadero éxito en sus actuaciones personales, acompañada por el pianista Rafaelito Betancourt, por los escenarios de los mejores cines habaneros.

(CONTINUARÁ…)

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