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Ernesto Lecuona-Epistolario (LII)

26 de agosto de 2016

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Foto 155 (Small)

 

En librerías de la capital y provincias cubanas se encuentra a la venta la segunda edición de nuestro libro Ernesto Lecuona: cartas, publicada por la editorial Oriente, de Santiago de Cuba. Y para que los lectores de esta sección aprecien el contenido del aludido título, continuamos en De Ayer y de Siempre la inserción de gran parte de las epístolas que integran la aludida obra.

En septiembre de 1959 se ultiman los preparativos para una asamblea de autores, a celebrarse el 3 del octubre, a fin de analizar la responsabilidad de la SNAC en la miserable situación de la mayoría de los compositores cubanos, y ofrecer detalles de la reforma que las autoridades revolucionarias emprenderán en el sector. Unos días antes de efectuarse la reunión, directivos de la editorial Musicabana S. A. dan a conocer este manifiesto:

 

Compañeros:

En el próximo mes de octubre se celebrarán en la Sociedad Nacional de Autores de Cuba (SNAC) elecciones para sustituir a la actual directiva provisional.

Según los Estatutos creados por el Enemigo Nº 1 de los autores cubanos: Dr. Francisco Carballido Villar, cada autor, para tener derecho al voto, necesita tener recaudado por concepto de sus liquidaciones la cantidad de DIEZ MIL PESOS. Este artículo de los Estatutos (el Nº 29) es una burla para los autores cubanos, pues con las ínfimas recaudaciones que nos liquidan jamás tendremos derecho al voto. Debemos luchar por la suspensión inmediata de dicho artículo mediante la aplicación del Artículo Nº 191, que faculta a la Directiva para poder modificar los Estatutos de la Sociedad […].

 

Ya todos los autores conocen la historia del Gobierno actual de los dirigentes, todos orientados por el Dr. Francisco Alí Babá Carballido. Se inventan todas clases de trucos y cuentos para fabricar edificios, comprar maquinarias, pagar sueldos fabulosos a un Consejo de Administración, crear plazas para botelleros, pero no se encuentran formulas para pagarle al autor musical, ya que los autores dramáticos no cotizan a la Sociedad, pero mantienen puestos y son ejecutivos. El Quinteto de CARBALLIDO VILLAR, PEPITO SÁNCHEZ ARCILLA, ERNESTO LECUONA, MIGUEL MATAMOROS Y [FRANCISCO] MELUZÁ OTERO, que hace tiempo usan sus nombres como paladines en defensa de los autores cubanos, se ha apoderado de la Sociedad Nacional de Autores para explotar a los mismos autores, sus compañeros, que son los que mantienen a la Sociedad Nacional de Autores; este famoso QUINTETO DE LA MUERTE ha defraudado al señor Presidente de la República de Cuba en su sana intención de crear una Sociedad que proteja los intereses de los autores cubanos. El dinero que recauda la Sociedad es producto de las obras musicales y, sin embargo, vemos como los autores dramáticos cobran directamente sus libretos y hasta el Sr. Sánchez Arcilla cobra sueldo como Presidente de la SNAC y no cotiza a la misma.

POR UNAS ELECCIONES POR VERDADEROS AUTORES Y POR UNA SOCIEDAD DIRIGIDA POR AUTORES MUSICALES.

 

Pero en una coyuntura de tantas reformas en Cuba, en el propio septiembre de 1959 los criterios esgrimidos contra Lecuona y Roig repercutirían una vez más ante la opinión pública nacional al propalarse en las calles un comentario acerca de su expulsión de la SNAC y la Unión Sindical de Músicos de La Habana.

Los periodistas que redactaban la sección “La Farándula Pasa”, de la revista Bohemia, publicaron en la edición del 20 de septiembre una carta dirigida a Ernesto Lecuona y Gonzalo Roig.

 

Maestros:

 

Los que escribimos “La Farándula Pasa” acabamos de enterarnos. Y mientras lo leíamos se nos ponía roja la cara de vergüenza y de indignación.

Los que escribimos “La Farándula Pasa” acabamos de leer que en la Unión Sindical de Músicos se está tramando la expulsión de ustedes.

Nos estamos resistiendo a creerlo, maestros. Y esto nos apresuramos a decirlo antes de seguir adelante con esta carta, para que también se enteren los que se están enmarañando en semejante intriga, por si quieren retractarse.

Y nos resistimos a creerlo, porque tiene que haber sido que en un impulso de egoísmo, algunos se hayan sentido impelidos a olvidarse de cuánto significan ustedes en la lírica cubana. De todo lo que tienen realizado para gloria de nuestra patria en el campo musical.

A lo mejor resulta saludable para ellos que alguien les refresque la memoria.

Por eso no vamos a dar nombres por esta vez. Y conste que los conocemos. Y los conoce el público que nos está leyendo.

¿Y saben ustedes lo que se nos ocurre pensar? Que bastaría poner junto a la música de ustedes lo que todos ellos tienen compuesto, para llegar a la conclusión de que ha sido la envidia la causa principal de tal embrollo.

Envidia, sí. Porque no han sido capaces de escribir, maestro Roig, una Cecilia Valdés, ni nada que se le parezca. Envidia, porque en su acervo musical no cuentan con la gloriosa inspiración de una María la O, maestro Lecuona.

Envidia, maestro Roig, por su Quiéreme mucho. Envidia, maestro Lecuona, por su Siboney.

Resentimiento que produce la impotencia, ante los monumentos de papel pautado levantados por ustedes, maestros Lecuona y Roig.

Y es bien doloroso que se eche mano de una Revolución tan limpia y tan honesta como la que bajó de las sierras a las ciudades y pueblos de Cuba, para pretender acorralar las dos reputaciones más sólidas de la música cubana que aún son con nosotros.

Acorralarlos nada más, ¡que conste! Porque nada tendrá fuerza bastante para borrar la fama de ambos. Nadie podrá tener influencia suficiente para hacer olvidar la gloria que La hija del Sol dio a Roig y El cafetal a Lecuona.

De un plumazo podrán alcanzar a borrar de sus listas sindicales los nombres de Lecuona y Roig. Pero seguirán dando gloria a la lírica cubana La comparsa y Malagueña, del primero. Ojos brujos y Cuando nacieron en mi pecho amores, del segundo.

¿Qué importa que cuatro aventureros de la música los anulen sindicalmente, si por el mundo están pregonando la gracia de nuestros ritmos más legítimos, las particellas de La Habana de noche de Roig y de La tierra de Venus de Lecuona.

¿Quién de esos que vociferan contra Roig en los corrillos sindicales, podrá presumir de inspiración tan fresca como la de El patio de los tulipanes?

¿Quién, entre los audaces detractores de Lecuona, podrá firmar nunca tanta belleza melódica como la que encierra la partitura de Rosa la China?

No, maestros. Ninguno de ellos podrá mostrar una ejecutoria tan brillante en el campo de la música como vienen mostrando ustedes desde hace medio siglo.

Porque ninguno escribió nada parecido a El clarín y La mulata. Ni tan bello como La flor del sitio y Niña Rita.

Estamos mencionando las obras de ustedes que han quedado de los repertorios teatrales. Porque si lo hacemos en el cancionero popular de cada uno, sería mayor el ridículo para los autores de ese propósito insólito.

No hemos querido indagar, ahondar en los motivos que aducen los síndicos para tramar la expulsión de ustedes, maestros Roig y Lecuona, de las filas de la Unión. Pero los averiguaremos. Iremos al fondo de esa cosa sucia que la intriga ¡y la envidia! son capaces de empuñar contra dos glorias de la música, ¿saben para qué, maestros? ¡Para seguir sintiendo el escozor del sonrojo!

Mientras tanto, reciban el testimonio de nuestra admiración de cubanos, amantes de la música de nuestra patria. Que es en gran parte la de ustedes.

(F) Los que escribimos “La Farándula Pasa”.

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