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Entrevista a Rubén Darío Salazar, director del Teatro de Las Estaciones. Realizada el 11 de noviembre de 2012

16 de marzo de 2013

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Ruben Darío Salazar

¿Cuáles fueron las razones por las que iniciaste la investigación sobre el mito de los hermanos Camejo?
Creo que el ser humano debe ser coherente con lo que dice y lo que hace en todo momento. No puedes tener una responsabilidad que incluya a muchos y actuar de manera cobarde, cuando lo que se debe hacer es aunar las voluntades de los artistas con el mayor tacto posible. A mí me gusta ser coherente, puede que logre éxitos o no, puede incluso que me equivoque, pero eso no importa si soy coherente con lo que hago y digo como creador. Desde que empecé a trabajar como artista profesional en el Teatro Papalote de Matanzas, en 1987, me dije que si trabajaba allí debía conocer la historia del grupo desde el 62 hasta hoy, porque esa era mi casa. Y si lo hice con Teatro Papalote, entonces debía hacerlo con la historia del títere de mi país. Siendo muy joven fui al Festival Mundial de Títeres de Charleville-Mezieres, Francia, y Margarita Nicolescu, una gloria titiritera de Rumanía y el mundo, me preguntó por los Camejo. Yo no supe qué decirle, todavía en 1991 sabía muy poco de esos amantes del retablo, mucho menos de lo que sucedía con ellos en la actualidad. Tenía algunas referencias sí, a través del Seminario que impartió Mayra Navarro. Sabía que había un patrimonio inmenso en la cultura titiritera cubana, un patrimonio que incluyó a Giradoux, Fernando de Rojas, Alfred Jarry, Zorrilla, Maiakosvki, Debussy, Estorino, Brene. En nuestros libros hay un salto del 63 hasta el 80, donde no se habla en profundidad ni de los Camejo ni de Carril, no al menos con el poderío de su huella. Desconozco las circunstancias reales del hecho, pero las intuyo. Desde 1991 me di a la tarea de averiguar quiénes eran los Camejo y Carril y qué habían hecho. ¿Cómo no voy a averiguar sobre qué tierra me estoy moviendo? No me gusta creerme que he inventado nada, soy un creador responsable en tanto estudio la obra de los que me antecedieron. A lo que hago le imprimo mi sello personal, por supuesto, pero es muy ingenuo creer que uno ha inventado algo en el teatro, después que ya se ha visto casi todo. Había que hacer justicia con ese teatro de títeres cubano que tuvo una edad de oro en los 60, un período maravilloso, respetado por niños y adultos, respetado por los cultores del teatro dramático, por gente del ballet, del cine, de la literatura. Ir al Teatro Guiñol en los 60 era ir a disfrutar algo que perduraría en la mente por siempre, los espectadores sabían que verían un espectáculo artístico realizado con todas las de la ley. Trabajaban en la mañana y la tarde para niños y en la noche para adultos. El Teatro Nacional de Guiñol de los 60 no tiene todavía el reconocimiento que se merece. El libro es un pequeño escalón no solo en el rescate de la obra inmensa de los hermanos Camejo y Carril, sino también en la historia que abarca la labor del Teatro de Muñecos de La Habana, lo que hicieron Los Solari, las marionetas de Nancy Delvert, las de María Antonia Fariñas y Eurípides La Mata, lo que hizo Paco Alfonso y su retablo del tío Polilla, Beba Farías y Titirilandia. Hay tanta gente que nos antecede, que han forjado nuestras raíces, que sería muy injusto creernos maestros de nada. Somos discípulos de gente que dejó la vida haciendo teatro de títeres.

 

¿Tocaste muchas puertas para desarrollar la investigación?
En el 1997, toqué las puertas de la familia Camejo en Cuba pero no se me abrieron, por diferentes desencuentros de fechas, horarios, trabajo mío y de esa especial persona que es Mirtha Beltrán Camejo, la hija de Carucha, pero yo insistí durante dos años, a través de Allán Alfonso, el maestro titiritero de Santa Clara, gracias a él empecé a cartearme con Carucha Camejo, quien me abrió desde Nueva York las puertas de su familia, lo mismo sucedió con su nieto Adrian Soca, hijo de Mirtha, con quien contacté a través de Yanisbel Martínez, mi mano derecha en la primera parte de la investigación, que lo rastreó en el ISA. Después se sumó Norge Espinosa, quien completó conmigo otras entrevistas fundamentales, más el aporte de su conocimiento y propia investigación del teatro y la cultura cubana toda. Norge es un poeta y ha escrito la historia en forma novelada. Yo contribuí con toda la investigación fundamental, que incluía entrevistas, recortes de periódicos, libros, apuntes sueltos, documentos importantes y definitorios, más ideas para su estructura general. Así se dio la maravillosa posibilidad de escribir este libro, que esclarece detalles imprescindibles de nuestra historia titiritera. Quien investiga, quien pregunta, corre siempre el riesgo de que muchas veces te cierren la puerta en la cara, o que de lo contrario te inviten a tomar café. Tuve una entrevista con una persona muy importante del país que cuando vio por dónde yo iba, empezó a gritar por una ventana: ¡Ya va!, como si algún vecino lo estuviera llamando. Le dije: si no quiere ser entrevistado, dígamelo. Soy actor de teatro, no haga ese papelazo. Otras personas me abrieron sus archivos generosamente. Fue un proceso arduo. Tuvimos la suerte de entrevistar a personas que ya no están: el gallego Posada, Dora Alonso, Ulises García, María Álvarez Ríos, a Rogelio Franco, el atrezzista del Guiñol, Araceli Duany, la eficiente costurera de ese grupo. También entrevisté a gente que ya no vive en el país y me convertí en un miembro más de la familia Camejo, Mirtha es mi hermana, su hijo mi sobrino, Carucha era nuestra madre, nos decía a Zenén Calero y a mí: Los príncipes. Nosotros a ella: La Reina. Durante la investigación se renovó mi amor por la profesión y sentí mucho orgullo de nuestro linaje. En el libro se adjunta la bibliografía consultada, para el que quiera revisarla tenga esa posibilidad, o para el que quiera polemizar también lo haga. Teníamos que hacer ese libro para poner a los Camejo y a Carril, a todo su equipo creador, en el justo lugar de una historia que es la nuestra.

 

El 18 de noviembre, el día en que Carucha Camejo hubiera cumplido 85 años comenzó a circular el libro. Se lanzó en la salita del Focsa, el lugar donde trabajaron los Camejo y Carril. ¿Podrías compartir algunas de las reacciones provocadas por el libro?
Lo mejor que ha pasado es que los titiriteros se han dado cuenta que este es su libro. Aclara sucesos de la Historia del títere nacional y de la Historia cultural del país. Puede servir para que las nuevas generaciones de titiriteros y artistas, otros críticos, otros investigadores se asomen a esta historia en la que tantos dieron sus aportes. Freddy Artiles nos abrió el camino a imitar, a seguir, otros vendrán después de nosotros. Desgraciadamente es una historia que se mantuvo silenciada por demasiado tiempo, de ahí que yo sienta que todavía la repercusión del libro está por verse.

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