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Entre perros anda el juego

12 de abril de 2013

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Eran conocidos del barrio. De esos que se saludan al cruzarse en las aceras o lo encuentra uno en la fila de la farmacia. Alguna vez lo vio acompañado de una mujer. Estaba segura de que nunca lo vio junto a niños. A los vecinos con hijos los unen las idas a la escuela, a los parques y a las propias amistades creadas entre los pequeños. Tampoco lo recordaba en paseo de mascota, lo que si ocurría ahora y fue la causa del entrecruce de palabras mas allá de los formales saludos.

Ocurrió que la Toñi, una perra de raza indefinible, pero con elegancia y orgullos de una legítima, le dio por ladrar en forma destemplada cuando aquel hombre pasaba  con un bello cachorro de pastor alemán frente a la casa cercada. El cachorro, a pesar de la cadena y de sus pocos meses, saltaba alegre pues, deseaba un encuentro cercano con la gritona. La anciana, en las calurosas tardes, sentada en un sillón del portal, entretenía la soledad con las jugarretas de esta sata sabia.

De los regaños de ella a la perra y de las palabras de el en defensa de la expresividad canina, pasaron a conversaciones separadas por la cerca. Giraban sobre las proezas inteligentes de sus respectivas mascotas, consejos acerca de las dietas alimentarias y la crianza ordenada para formar animales respetuosos.

Ante las ansias desmedidas de intercambiar correrías en el jardín, la dueña de Toñi permitió la entrada del pastor acompañado del dueño. Y debido a que los perros de hábitos normales no ingieren café, solo lo ofreció al amo. Así, día tras día, la costumbre se impuso y mientras los perros jugueteaban, ellos hablaban largo. Atrás, las anécdotas “perrunas”. Desmembraban las historias personales en relatos sencillos. Vivieron vidas emparejadas por la conformidad en aceptación del designio de lo cotidiano. En tardes de confianza mutua en que al café lo antecedía un dulce casero o un jugo de fruta fresca, entraron a despertar las tristezas contemporáneas.

Ella, viuda, hijos desparramados por el mundo, cifraba en Toñi la alegría. A el, viudo también, la esposa nunca pudo regalarle un hijo y los deseos de acunar un bebé los guardó por dentro. Posiblemente por esta causa, protestó cuando la anciana habló de la cercana operación de la Toñi para evitar la descendencia cuando al alegre pastor se le ocurrieran otro tipo de juegos. Apasionado, combatió la idea de negarle la maternidad por lo menos en el lance amoroso inaugural. El se  ocuparía de la atención veterinaria de la embarazada, la alimentación, la desparatización de ella y los recién nacidos, de las otras vacunas. Le encontraría buenos amos aunque ellos dos se quedarían con un cachorro.

La frase “se quedarían con un cachorro”, sacudió a la anciana. Indicaba una atadura entre los dos amos. Esa primera persona del plural, no la asustó en la conjugación ni en otros futuros propósitos. Este anciano limpio de conversación educada e ideas compatibles con las propias, podía considerarse un buen partido.

Con una sonrisa pícara aprobatoria, contestó la escondida insinuación del caballero. En la adolescencia fue una lectora incansable de las novelas de Corín Tellado. Y pensó que a  la española, nunca se le ocurrió este modelo de declaración amatoria.

 

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