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Entre Diciembre y Enero

9 de enero de 2016

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Desde el año pasado no se veían. Desde su altura, el ausente con su manaza potente, no tanto como en los tiempos de la juventud plena, apretujó el hombro del amigo, quien disimuló la molestia del músculo sorprendido.
El mes de Diciembre los distanciaba porque las ganas de abrazar a aquellos nietos mudados para otra provincia, lo hacían emprender un viaje en cualquier vehículo de ruedas, llamado camión, ómnibus, tren u otro artefacto rodante, menos una bicicleta pues aunque en un rango de salud plausible para su edad y dolencias crónicas, las piernas no resistirían un pedaleo de más de una cuadra. Y pensar que ese par de piernas junto al par de piernas del amigo sentado, en aquellas Niágaras recorrían la ciudad con la carga agregada de las novias temerosas del humo y el aire dejados por la guagua que los adelantaba.
El viajero regresaba con nuevas anécdotas suficientes para varios días de conversación. Irían del exagerado crecimiento corporal e inteligencia de los nietos hasta la evaluación del estado de las calles y las aceras en comparación con las del barrio vivido desde el vagido inicial de los dos amigos, primera preocupación del oyente sentado. Con la precisión de un urbanista graduado, narraría el estado de los parques, nombrando las flores, árboles, bancos de madera o hierro, horario de sombras y sol majadero, lugares para el reposo tranquilo de ancianos de gustos baratos y sencillos.
Al igual que en años anteriores, evitaría hablar de las suculentas comidas preparadas por el hijo y la nuera. Para el ausente siempre habría un tratamiento especial y las masas de puerco, los chicharrones, los tostones volando en las grasas, los mojos abrazados a las yucas blandas, los buñuelos retozando en la almíbar, la cerveza helada destronando al ron, no faltarían, sobrarían.
El amigo sentado cuqueaba al amigo de pie para que hablara de esos comestibles y bebibles que solo en los finales de Diciembre, el viajero recordaba para olvidarlos en Enero, pues cumplía con la firmeza de un oficial en misión imposible las recomendaciones del médico.
Si en aquel lejano Febrero pasaron los dos la papera y en el mismo baile encontraron a la muchacha ideal que convertirían en esposa, en la misma policlínica les descubrieron la diabetes y el especialista les endosó idéntico plan y dieta.
En ese punto de la vida, establecieron las diferencias.
Uno, signado por el orgullo humano de rey de la especie, envuelto en un “a mí no me tocará”, despreció la persecución del perseverante médico y agregó a sus días más inconveniencias. El otro, convencido del inevitable regreso al polvo, trató de retardar dicho regreso y conservar todos los kilos del polvo de su cuerpo en la hora Terminal.
Esta mañana de sol de un Enero lluvioso, el anciano de piernas firmes empuja la silla de ruedas del anciano que abandonó las piernas en la bolsa de la libertad individual de profesar la estupidez.

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