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En rifa un adulto mayor

12 de marzo de 2016

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viejoLa hija regresó de la visita al padre con cara quejumbrosa y palabras tristes. Repartió el desaliento entre los hermanos, las esposas y los descendientes. “El viejo se nos muere, no se acostumbra a la viudez”. Desesperada y desesperando a los demás porque era una familia unida en lazos apretados, convocó y consiguió una reunión familiar en busca de una solución.
Todos comprendieron que al viudo le era imposible vivir solo en aquella vieja casa de madera compartida durante tantos años con la esposa. A los recuerdos recientes de esa muerte imprevista, se unía su incapacidad total para freírse un huevo o hacerse un café. La hija narraba con detalles la escena encontrada, provocada principalmente, lo aseguraba como si tuviera un certificado médico firmado por un psiquiatra, por la depresión en que se encontraba el padre. Ni lavaba siquiera la ropa interior y ni pensar en que hiciera un esfuerzo supremo para mantener una mínima limpieza del hogar y arriesgarse a encender la cocina. Para recalcar sus palabras, la emocionada hija mostró, en las fotos tomadas en su celular, a un anciano abatido, delgado y envuelto en ropas ajadas y sucias.
La compasión fluyó en el ánimo de todos. Por decisión absoluta, se dispuso incorporarlo a tiempo completo al hogar del hijo mayor, dadas las condiciones espaciales de la vivienda y una asegurada entrada financiera. La nuera, conmovida al máximo, abrió los brazos al suegro y los nietos adolescentes, se prepararon para hacerle una estancia feliz.
Desde la primera semana, el viudo trasladó sus añejas costumbres y enseñó las aristas de la personalidad. Aquel hombre enjuto, llegado en tren en pantalones sucios y un olorcillo desafiante, exigía una camisa limpia todos los días y un pantalón planchado a la antigua. El aire de ciudad le curó la depresión y pedía las comidas en horas exactas y sazonadas con solo las especias de su gusto. En este hogar cohesionado y de sentimientos nobles, tomaron estas exigencias en el plano de caprichos de la edad y los aceptaron sin protestas.
Pero al mes cumplido, el anciano se tomó otros derechos. Criticaba la higiene de la vivienda. Con el dedo comprobaba la limpieza de los muebles y observaba si los pisos brillaban o no. Llegó al máximo, cuando criticó las costumbres de los adolescentes en el vestir, los horarios de entrada y salida, la música escuchada, los amigos que los visitaban. Madre e hijos proclamaron sus derechos ante el padre y…
Convocada otra reunión de la parentela, los presentes decidieron que la hija asumiera el cuidado del padre, abonando todo lo necesario para dicho encargo. Ella lo aceptó sin protestar. Al presentar el caso en la reunión anterior, ocultó datos imprescindibles. Mujer al fin, en sus días de soltera sufrió junto a la madre el yugo de este hombre que nunca cambió las reglas del más puro y avasallador machismo.

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