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En la esquina de Sol y Egido

16 de mayo de 2014

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Justo en esa intersección habanera, donde se halla hoy un edificio multifamiliar que fuera el Convento de las Ursulinas, se encontraba en el siglo XVIII el patíbulo, donde se ejecutaban a los reos condenados a muerte. Dicha plataforma fue trasladada hacia La Punta, en 1810.
En esa época se ejecutaba en Cuba a pistola, y no fue hasta finales del siglo que se estableció la horca y luego el garrote. En el dieciochesco existía la sensación de que la Isla era una plaza sitiada, y a un ladrón de gallinas se le podía aplicar la pena máxima.
El gobernador don Juan Francisco Guermes y Horcadillas, primer conde de Revillagigedo, se distinguió por su avaricia y la persecución del delito.
Uno de los hechos bajo su gobierno fue el del negro Miguel de la Martinica, quien siendo esclavo del conde de Barreto, quemó las casas de su amo y uno de los cañaverales del ingenio de azúcar.
Esa fechoría no quedó impune, pues dicho siervo fue conducido al lugar del suplicio, y después de arrepentirse de sus delitos ante el cura franciscano, Pedro Martín, el verdugo, disparó su pistola sobre la cabeza del reo con dos disparos, y como era de suponer igual número de chorros de sangre derramó Miguel por la cabeza y la nariz.
Pero el esclavo seguía vivo, y después de otros seis tiros en la testa, continuaba con vida.  Ante tal situación, el alcalde mayor de la Villa le perdonó la vida.
Después de extraerle dos balas de la cabeza, vivió casi un mes, pues falleció el 13 de noviembre de 1736, y una crónica de la época decía:
“Contra el negro Miguel que fue sentenciado al patíbulo, después de cuatro tiros de pistola de dos balas cada uno que le dieron en la sien derecha, fue libre por la virgen del Rosario el año de 1736 “De todo esto dio fe Nicolás de Flores, escribano de SM”.
Nada, cosas de aquella época.

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