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Emil Zatopek, los rostros de la Locomotora Humana

29 de abril de 2016

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Emil-Zatopek

 

Sus seguidores le decían la “Locomotora humana” y nunca dejaron de aplaudir el esfuerzo del hombre que corría con una rara expresión en el rostro. “No tengo el talento para desplazarme por la pista con rapidez y sonreír al mismo tiempo”, respondía a sus críticos, con mucha calma, aquel impresionante atleta, poligloto, militar, olvidado por algunos malos políticos. Después de cada cita estival la figura del checo Emil Zatopek se engrandece porque nadie luce capaz de igualar su hazaña de vencer en los 5 mil, 10 mil metros y el maratón… en una misma Olimpiada.

Zatopek comenzó a practicar el atletismo por casualidad. Con 16 años la tensa situación familiar lo obligó a buscar trabajo, en una fábrica de zapatos, en el pueblo de Zlín, en la entonces Checoslovaquia. Un día el entrenador deportivo de la factoría, quien era muy estricto, según reconoció años más tarde el propio Zatopek, obligó a cuatro muchachos a participar en una carrera.

Uno de los elegidos fue Emil. El chico nunca había entrenado, así que protestó e incluso acudió a un doctor, en la búsqueda de ayuda; pero el médico dictaminó que estaba listo para correr, así que a Zatopek no le quedó otra alternativa, si quería conservar el empleo, que intervenir en el evento. Luego de la arrancada, el futuro campeón olímpico sintió la necesidad de ganar y, aunque concluyó en la segunda posición, a partir de ese día entendió que aquella carrera sería solo el inicio de su verdadera profesión.

Los sueños de grandes competencias y triunfos de Zatopek tendrían que esperar varios años, pues se interpuso la Segunda Guerra Mundial. Emil se unió al Ejército y una vez concluida la conflagración bélica, ya con 24 años, volvió a los entrenamientos, esta vez con la mirada puesta en el Campeonato europeo. En ese certamen, el checo finalizó en la quinta posición de los 5 mil metros; sin embargo, rompió el récord nacional de su país.

Esto le permitió a Zatopek participar en los Juegos Olímpicos de Londres, en 1948, donde obtuvo su primer título, al ganar los 10 mil metros planos y quedó cerca del oro en los 5 mil, porque concluyó a solo un segundo del triunfador. Las dos preseas representaron un excelente debut olímpico; pero la mejor demostración del checo ocurriría cuatro años después.

Emil llegó a la Olimpiada de Helsinki, en 1952, junto a su esposa, la lanzadora de jabalina Dana Zatopková. La pareja se animaba constantemente y, como elemento curioso, el calendario de competencia colocó sus competencias el mismo día. En la capital finlandesa, Zatopek corrió primero los 10 mil metros. Al igual que había sucedido cuatro años atrás, en Londres, esta vez tampoco hubo rivales para él y ganó sin mayores complicaciones. Luego probó su resistencia en los 5 mil metros.

Durante la mayor parte de la carrera, Zatopek se mantuvo flotando en el pelotón. Entonces, cuando faltaban apenas 200 metros, el checo marchaba detrás de tres atletas: el británico Chataway, el francés Mimoun y el alemán Schade. Ahí apareció el repunte del campeón. Emil apresuró el ritmo de sus piernas y entró en la meta, con cuatro metros de diferencia sobre sus rivales.

De seguro la alegría de la pareja aumentó minutos más tarde cuando Dana envió la jabalina más lejos que nadie y, de esta manera, el matrimonio que nació el mismo día, ganó dos medallas de oro, en la misma jornada.

 

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El checo era la gran sensación en Helsinki, no solo por sus brillantes resultados, sino también por su peculiar estilo de correr. Un cronista de la época escribió: “Zatopek corrió como un péndulo sobre su pescuezo, su lengua carmesí pendía fuera, como si realmente lo estuvieran estrangulando”; mientras otro periodista se refirió a su estilo con estas palabras: “corre de forma destartalada, como si llevara un puñal clavado en el pecho”.

Después de las dos coronas, parecía que la Olimpiada de Helsinki ya había terminado para Zatopek. Nada de eso. Un día antes de que se diera la largada del maratón, el checo pidió que lo incluyeran en el listado de participantes. Él nunca había corrido un maratón de 42 kilómetros y 195 metros; además, su organismo lógicamente estaba agotado, por el esfuerzo de las carreras de 5 mil y 10 mil metros; sin embargo, mantuvo su decisión y partió junto al resto de los corredores.

En los primeros kilómetros se mantuvo cerca del grupo principal; pero cuando uno de sus principales contrarios abandonó el maratón, Emil comenzó a tomar ventaja. Los asistentes al estadio olímpico de Helsinki no podían creer que el delgado corredor, que movía frenéticamente su cabeza hacia los lados y no dejaba de hacer muecas con su rostro, había entrado primero a la instalación. En la última vuelta todo el público se puso de pie y vitoreó al campeón quien llegó exhausto a la meta; pero feliz, porque había conquistado su tercer título olímpico, en apenas una semana.

Zatopek y Dana, estuvieron en Cuba, en los años sesenta del siglo pasado. Quizás en La Habana Zatopek haya aprendido el español, uno de los múltiples idiomas que dominó esta estrella políglota. La vida no fue nada fácil para el matrimonio en Checoslovaquia. Tuvieron no pocas discrepancias con malos políticos y durante un largo tiempo poco se supo sobre ellos.

A pesar del ostracismo al que lo sometieron, su figura continuó siendo exaltada en el mundo. En el Museo Olímpico de Lausana decidieron erigirle una estatua, la única que existe allí dedicada a un atleta. En noviembre de 2000, a los 78 años, falleció Emil Zatopek, o “La locomotora humana”, para el universo atlético. Han pasado más de seis décadas desde sus impresionantes triunfos en 5 mil, 10 mil metros y el maratón y nadie ha logrado aproximarse a la hazaña de ganar estas tres pruebas, en una misma Olimpiada.

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