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El sexto correo

8 de junio de 2019

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1mLAKo_11-10-2017_20.10.23.000000¡Saltaron de alegría! Al estilo de quienes acarician los 80. Parada en puntas, agarrados de las manos, la izquierda de él apoyada en la mesa y un pronto descanso en los talones. El título solicitado al hijo en la pantalla de la computadora. Primerizos en la lectura de libros en digital, gozarían del beneficio de hinchar las letras a favor de sus ojos veteranos. Desconectaron el equipo. Prepararían condiciones antes de develar este nuevo misterio porque seguros estaban que impondría adaptaciones al afianzado gusto de ambos a la lectura. A ella, preparada siempre en cuestiones de la unidad familiar, sugirió la lectura unificada. Al anciano le extrañó la palabra “unificada” y la explicación lo admiró. Podrían sentarse ambos frente a la pantalla y leer juntos página por página. La curiosidad, mñas por sentir la emoción de leer de la pantalla que introducirse en el contenido de la novela, los hizo incumplir el paseo de la tarde. Inconforme, el perro se dedicó a ladrar a cuanto desconocido pasaba por la acera y lloriquear cuando un congénere conocido marchaba feliz con su amo hacia el parque.
Para ella, la silla de mecanógrafa tantas veces reconstruida. Él, en la butaca más ligera. Y comenzó el ensayo. De la quinta página no pasaron. La anciana, adiestrada por su antiguo oficio de secretaria A en la lectura y escritura de largos informes, leía con mayor rapidez. A ambos la lectura en pantalla los obligaba a retomar una oración o párrafo anterior en que no coincidían. El fracaso los molestó. Aunque adultos mayores adaptados a las inevitables consecuencias de los años, el más mínimo fracaso les arañaba la autoestima. El yodo de la experiencia sanaba rápido el arañazo. Buscarían la solución.
Preocupado el hijo por el escueto correo de agradecimiento. Conocía a sus padres. Entre la computadora, el libro digital y ellos existía una falla. Preguntarles sería en vano. Esperaría. A la semana, develado el misterioso silencio en un correo de comienzo de final abierto. Así decía:
Como bien sabes, tu mamá es muy creativa. Y apoyada en nuestras pacíficas relaciones matrimoniales, pensó que los dos a la vez, sentados muy juntitos frente a la pantalla, podríamos leer el libro. Admitió el fracaso en la primera y única prueba. Aquella noche, a pesar del tilo ingerido, durmió intranquila. En la mañana, continúa despertándose a las seis como si tuviera que preparar el desayuno y a ti para llevarte al círculo i, amaneció preocupada.
Me tocaba preparar el desayuno y para congratularla, eché más cucharadas de leche en polvo en la licuadora y también el chocolate solo probado los domingos y días de fiesta. Se sigue cumpliendo aquello de que el amor entra por la cocina. Borró la cara malhumorada y propuso un intercambio en busca de la solución. Al tener sembrado desde hace años el principio de la igualdad de derechos para todos, demoramos en la solución. Rompimos nuestro igualitarismo matrimonial. Establecimos las reglas del juego, las reglas de la lectura.
1. Quien pedía el libro, sería el primero en leerlo.
2. Dada nuestra vejez y la posibilidad de dolores musculares, de cabeza, catarros y otras molestias, no se fijaría tiempo para la terminación de la lectura.
3. El lector no haría comentarios del contenido pues provocaría ansiedad en el otro.
4. Por la lectura no se interrumpiría en demasía nuestro horario de vida, provocando el alejamiento a nuestros paseos y estancia en el parque de tus juegos, junto a nuestro Saterri 5.
5. En primera posibilidad, se aprovecharía el horario dedicado a filmes, seriales, documentales, telenovelas, noticiarios. Estos productos audiovisuales entretendrían a uno mientras el otro lee.
Ya lo pusimos en práctica. Yo te escribo y tu mamá lee. Al parecer la novela es muy interesante, la devora. Por supuesto, ella aprobó este correo.

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