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El segundo correo

16 de marzo de 2019

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untitled1“El café hoy te quedó delicioso”, dijo él. Y ella le contestó: “La marca que encontraste esta vez, es mejor”. Entre el saboreo, dieron las últimas pinceladas mentales al correo que enviarían al hijo ausente. Esta semana lo “vieron” en el celular del vecino con el abono correspondiente del tiempo y hasta echaron un vistazo al nieto menor que los saludó en un español chapurreado. Durante días manosearon las ideas. Construidas estaban oraciones completas y siguiendo los consejos escuchados, no recordaban si en la radio o en la TV, él anotó con su letra inmensa dada la disminución visual, palabras claves en ayuda de la memoria. En el teclado de la computadora, en letras gigantes y con sus dedos engarrotados, ella lo escribió durante horas y horas, tantas que se saltaron turnos de medicamentos. Exhaustos, hambrientos, leyeron el resultado final. Después de un repaso pasado por el corrector ortográfico que solo encontró errores del tecleo, lo enviaron al hijo. Era tarde para alimentos fuertes. Se prepararon dos vasos de leche en polvo, tomaron las tabletas de rigor e intentaron dormir.
El hijo lo leyó y releyó. Se alegró. Demostraba que sus viejos continuaban en contacto con el día a día. Sintió la tentación de subirlo a la red. Criado en las reglas del respeto, lo preguntaría. Este es el texto.
Por desgarros financieros, por asegurar tres comidas al día, por creer en las tierras prometidas, por ansias de aventuras, los habitantes de este planeta se mueven como hormiguitas locas de sur a norte, de este a oeste. No obstante, hayan plasmado sus deseos, ante el paso de Cronos por el cuerpo, aumentan las ansias del retorno a la simiente.
Si fue un cambio de patria, los auxilios se complican. El regreso temporal alegra en cuotas reducidas de días y hasta meses. Al partir, la herida volverá a sangrar, ahondada por la suma de los encuentros con entornos cambiantes y familiares y amigos, que no envejecieron junto al visitante.
Inclusive, el retorno podrá doler. Al no asistir ni participar en los avatares impuestos por cada época, las ganas casi morbosas de inmovilizar a gentes, casas, calles, árboles, les impedirán el disfrute del efímero “estoy aquí”.
En las tierras distantes, habrán tratado de mantener costumbres en el sabor de las comidas, en las canciones gustadas. Los hijos nacidos crecerían oyendo las viejas historias, más con los pies en los nuevos terrenos. Ellos, los padres, no. Continuarían partidos en dos y en la ancianidad, la parte inicial clamaría su potestad.
En estos casos, la enmienda contra el recuerdo presupone un gran esfuerzo de voluntad. Sumirse hasta los tuétanos de nuevas ideas que oscurezcan, al menos por instantes, el color del cielo dejado atrás para siempre.
Si la distancia se mide solo en kilómetros y no en mutaciones de banderas e himnos, los anhelos alcanzarán soluciones.
Por regla general, los cambios de direcciones aparejan regresos a las antiguas zonas de pertenencia. En la actualidad, a la distancia de aviones súper rápidos o a tiro de ferrocarril, se sigue su latir y su contacto en visión y sonido directo gracias a los nuevas tecnologías. O en la propia llegada de los familiares en burujón programado si el cambio no estriba pasaportes.
Aun roto los lazos existe la posibilidad del reencuentro.
Sin embargo, lo saludable en las movidas dentro de la nación, es trasladar en las maletas las ganas de integrarse a la zona tomada.
Si desde los primeros pasos con ojos curiosos y amables se pasea por calles y plazas, se construyen amistades, se intercambian formas de mirar desde ópticas distintas, se respetan hábitos y a la vez, se muestran los propios sin transgresiones forzosas, una mañana cualquiera se despertará admirando el paisaje visto desde el balcón y no volverá tan a menudo, el de la otrora infancia.
Así, en la vejez, estarán entrelazadas las imágenes, mezcladas sin tropiezos culturales, en un toma y daca saludable para todos.
Por supuesto, las de la cuna, siempre abrirán el Álbum.

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