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El rey del mambo (I)

27 de enero de 2022

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”Mambo es una palabra cubana. Se usaba cuando la gente quería decir cómo estaba la situación; si el mambo estaba duro era que la cosa iba mal… Me gustó la palabra… Musicalmente no quiere decir nada, para qué le voy a decir una mentira. Es un nombre. Hasta ahí no más”.

Así declaró en una entrevista Dámaso Pérez Prado, conocido en todo el mundo como El Rey del mambo -haya o no haya sido el creador de este género-, sin duda, uno de los más universales de nuestra música, y que andando el siglo XXI despierta todavía -como dice una amiga andaluza- el “meneo de los pies”.

En cuanto a las particularidades del ritmo, Pérez Prado afirmó:

“Es sincopado: los saxofones llevan la sincopa en todos los motivos, dependen de la estructura de la orquesta: si es saxofón o trompeta. La trompeta lleva la melodía y el bajo el acompañamiento, combinando con bongoes y tumbas… de esa combinación de música y ritmo, sale el mambo”.

Todavía se recuerda a Anita Ekberg, en la película “La dulce vida”, del italiano Fellini, moviendo su cuerpo al ritmo de “Patricia”, uno de los más populares mambos, compuesto en apenas 25 minutos y con cinco millones de copias vendidas y cuyo autor fue el talentoso compositor, pianista y director de orquesta, mujeriego y extravagante en el vestir, por demás, al que amigos y enemigos llamaban por igual “cara de foca”.

A decir verdad quien le puso el apodo fue Benny Moré cuando allá en México, en la década del 50, estrenó “Locas por el mambo”, un número suyo que decía: “¿Quién inventó el mambo que me sofoca? / ¿Quién inventó el mambo, / que a las mujeres las vuelve locas? / ¿Quién inventó esa cosa loca? / Un chaparrito con cara de foca”.

Pudiera ser que, a estas alturas, todo o casi todo estuviera dicho sobre la autoría de este novedoso ritmo -que para algunos “ya estaba en el ambiente”- y del que don Alejo Carpentier se declaró partidario en fecha tan temprana como 1951:

“Es la primera vez -dijo- que un género de música bailable se vale de procedimientos armónicos que eran, hasta hace poco, el monopolio de compositores que eran calificados de “modernos”, y que, por lo mismo asustaban a un gran sector del público”.

Mucho ha llovido desde entonces, y, sin embargo, la paternidad del mambo, que para el Bárbaro del ritmo era un suceso incuestionable en sus días, en la actualidad genera controversia, sobre la que, por cierto, no voy a profundizar en este espacio. Eso se lo dejo a los especialistas.

Pero sea una creación de quien sea, no ofrece duda que Dámaso Pérez Prado fue el difusor del nuevo género o modalidad que estremeció a todas las latitudes, quien compuso sus piezas más emblemáticas, esas que hoy tutelan la llamada mambomanía.

“El mambo -al decir de Leonardo Acosta- se impuso por la modernidad y originalidad como orquestador y compositor de Pérez Prado, además de contar con una orquesta integrada por músicos de indudable calidad”.

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