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El quinto correo

4 de mayo de 2019

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Manos-de-viejitos-640x429Los mayores lo afirmaban y todavía a mitad del siglo anterior, los niños que al nombrarlos tampoco se dividían en niños y niñas, aceptaban lo dicho por sus mayores pues siempre los propios tenían una especial validez por encima de los mayores de los otros compañeros. En este caso no provocaba discusiones porque la afirmación pertenecía a todos los adultos vivieran en cuarterías o edificios de apartamentos. “En Cuba hay solo dos estaciones, la de la lluvia y la de la seca”. Los menores sabían la cercanía del invierno cuando la cucharada del aceite de hígado de bacalao se les venía encima descubiertos en cualquier rincón. Y el verano se declaraba en aquellos aguaceros presentes a la salida de la escuela y nunca en la mañana, amanecidas con un sol radiante.
Aparte de los escollos actuales de la naturaleza, los años vividos les enseñaron a esstos adultos, a detectar vestigios de la primavera y el invierno en el país natal. Y sentados en el banco del parque sentían la primavera en ese airecillo cortante de frío en retirada, el escándalo de los gorriones y alguna mariposa encaprichada a vivir en una ciudad encaprichada a la vez en su destierro. No hablaban. No estaban disgustados. Se relamían en la propiedad del silencio propio. El derecho al “yo” y no al “tú y yo” causante de impopsiciones de uno contra el otro. No sabían, ni se atrevían a preguntárselo, si gozaban essa libertad interior porque era una expresión innata de la vejez cuando la existencia adquiere otros significados o porque ese repaso tan natural de los años vividos les demostraba que para sostener un matrimonio duradero como el de ellos, pasaron el tiempo en ese cachumbambé del “hoy tu tienes la razón y mañana la tendré yo”. Los correos enviados al hijo lo demostraban. Desvocados en ideas atrevidas que años antes revestían de palabrerías para no provocar el disgusto o inclusive un mal pensamiento en el otro.
En busca de la paz se guardaron tantas cosas por dentro, salidas a flote en los intercambios actuales. Al redactarlo y en ese punto los dos estuvieron de pleno acuerdo, la velocidad en la adquisición de nuevos conocimientos de toda índole, propiciaba la aceleración de opiniones. La realidad se les venía encima con una fuerza apabullante. Años atrás, nunca afirmarían lo expuesto en el correo que al regreso del paseo, enviarían al hijo ausente. Ni dudaron siquiera en escribirlo. Así decía el correo:
Adoramos y adoraremos a Joan Manuel Serrat cuando nos canta “Las pequeñas cosas” en la versión primera, no en la circulante en que su voz golpeada por los años, nos recuerda que la nuestra también bajó los tonos y los agudos desvían los caminos con la única diferencia que no cantamos en público ni a la hora del baño.
Las pequeñas cosas guardadas en gavetas, en cajas de jabón o de bombones, obtienen el alza suprema en la bolsa personal cuando ya la vejez tocó a la puerta y, sin permiso, entró. De ti guardamos, hijo, unas mediecitas tejidas por tu abuela, tus fotos de los cumpleaños, algunos de tus diplomas. Todavía tu madre tiene pétalos disecados de rosas regaladas, se supone siempre venidas de tu padre, quien atesora los cordones de unos tenis que le sirvieron para ganar una carrera en el antiguo bachillerato. De tus hijos, solo fotos impresas en papel y que al desconocer sus intimidades, poco hablan a nuestra alma. Porque una foto recoge un instante, una circunstancia en que todos se vuelven cómplices. Te ha disgustado saber que los vecinos de la casa contigua se mudan. Y evocas aquel armario decimonónico en que ustedes se escondían allí. Para suplir honestas necesidades, ya lo habían vendido. Tu amigo de la infancia, logró convencer al padre después de numerosas razones. Y para que te disgustes más, nosotros contribuimos a convencerlo. La casa se deterioraba por días y no podían enfrentar la restauración. El familión marcha unido a una casa moderna bien equipada de electrodomésticos y los viejos continuarán con un dormitorio privado y ventilado. Te comprendemos. Aunque uno trate de calzarse las chancletas del otro, todos los dedos meñiques son diferentes.

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