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El pregón

12 de agosto de 2013

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Lizeth Pérez una carismática pregonera que ha ganado admiradores en La Habana Vieja gracias a su bello pregón.

Después de un período en el que el pregón se apagó, este vuelve a las calles habaneras, como el manisero de la calle del Obispo, cuyo peculiar pregón es decir en alta voz: “oye, oye, oyeee”, lo que obliga a todo transeúnte a mirar hacia el lugar.
El pregón quedó en Cuba como elemento de valor folklórico. Ya en el siglo XlX a las plazas acudían negros libres y campesinos con sus productos para ser vendidos, los que colocaban en pequeñas mesas limpias.
Vegetales, frutas y carnes, en sus más disímiles variedades, y la pulcritud de vendedores y tarimas retenían a cualquiera, pero no sólo consumían los que acudían a esos lugares públicos.
Según testimonios de cronistas de la época, como Samuel Hazard, entre otros, eran habituales hombres y mujeres por las calles capitalinas proponiendo, con estilos peculiarísimos, cualquier suerte de mercancías transportadas sobre burros o caballos en muchas ocasiones, otras, con cestas en sus cabezas.
Bien temprano en la mañana alguien voceaba: “leche, leche”, y en cualquier otro momento podía escucharse: “naranja, naranja dulce”.
Así el pregón comenzó a introducirse en la idiosincrasia del habanero poniendo un singular estilo comercial.
La publicidad costaba poco, sólo un esfuerzo mayor de las gargantas, nada importante si la mercancía tenía más compradores. Por otra parte estaban los clientes, quienes escuchaban los pregones ya en sus casas ya en las citas comerciales. Era algo tan habitual como la necesidad del consumo.
Durante la primera mitad del siglo XX el empleo del pregón se acentuó como espectáculo callejero, y resultó en más de una ocasión motivo recurrente para letras de canciones que pasaron a la posteridad. Quizás la que venga a la mente de todos sea El Manisero, de Moisés Simons.
Hoy, es muy posible que el expendedor de maní no cante al pie de la letra “maní, maniserito se va, no te acuestes a dormir sin comer un cucurucho de maní”, pero con cualquier otro estilo su voz nos invita a saborear el delicioso grano.
Todas las mañanas oigo a alguien pregonar: “Flores, vendo flores”, o “el dulce de guayaba aquí”. Es difícil resistirse al llamado del dulcero cuando dice: “tu empanadita caliente aquí”.

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