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El pensamiento musical de Alejo Carpentier (II)

19 de septiembre de 2017

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Tal como prometí, continuo hoy refiriéndome a la conferencia de Alejo Carpentier “Nuestro acento a la música contemporánea universal” transmitida por Radio Habana Cuba” en 1966.

Al abordar el tema relacionado con el origen y desarrollo de una tendencia folclórica en la música universal, nuestro intelectual dice: “… esta tendencia vista desde el año 1966, nos aparece ya históricamente como algo muy viejo Recordemos a sus iniciadores. Glinka muere hace más de un siglo, en1857; Mussorgsky, en 1881; Smetana, en 1884; Franz Liszt, en 1886, Dvorack, en 1904; Grieg, en 1907; Albéniz, en 1909. Y los dos sucesores extremos de esa tendencia en Europa, sucesores que se superaron a sí mismos y rebasaron en mucho a los anteriores: Béla Bartok y Manuel de Falla, mueren, respectivamente, en 1945 y 1946. […] Esto nos viene a mostrar que el movimiento nacionalista en América Latina, salvo en lo que se refiere a ciertos precursores a quienes no hemos regateado nuestra devota admiración, nos llegó con mucho retraso.”

Continúa Carpentier su conferencia, refiriéndose a la importante obra nacionalista de Saumell, Cervantes, Villa-Lobos, Roldán, Caturla, Carlos Chávez, Juan José Castro, quienes tuvieron un significado trascendental en su momento. Y al referirse a la obra de los mencionados añade: “En la época de su creación, esas obras tenían todavía una justificación y respondían a una necesidad expresiva, pero, después de haberse colmado ciertas trayectorias, el nacionalismo en manos de continuadores menores se volvió en América Latina, no ya una labor de estilización –término ya retirado del vocabulario estético por lo demás– sino una labor de “arreglismo”, de arreglar, ya ustedes conocen el procedimiento: Se toma una melodía folklórica a la cual se añade un acompañamiento inspirado del original, pero adornado de algunas disonancias desconocidas por el original, para que el arreglista culto no parezca demasiado ignorante de lo que significa lo moderno en música. Disonancias, dicho sea de paso, que el artista auténticamente popular, que conoce y canta la melodía original, la rechace para siempre cuando aparezca bajo el aspecto que le dio el arreglista”. Y aquí me detengo, porque hay términos utilizados hoy en la música, que siempre me han molestado, pues prefiero denominar “versión” a las obras que se han modificado, en lugar de “arreglo” que, para mí, tiene otra connotación, totalmente ajena a lo que se pretende. Pero continúo con Carpentier.

Al referirse a nuestro nacionalismo, dice: “Huérfanos de una tradición técnica propia, buscábamos el acento nacional en la utilización de nuestro folklore. Si nada podíamos inventar todavía en los dominios de la factura, de la evolución tonal, de la instrumentación, buscábamos al menos una música que tuviera un aspecto distinto de la de Europa y acaso, por ese camino, un aspecto propio […] con ritmos, melodías y ritmos americanos. De ahí que, durante veinte años, nuestra música estuviera dominada por lo rapsódico. Hacia el año 1940, sin embargo, nos dimos cuenta de que lo rapsódico nos apartaba de los verdaderos problemas de la composición. Desaparecen los rapsodas, los cuadros típicos, las fiestas aldeanas, los poemas sinfónicos localistas, para dejar espacio libre a composiciones que ahora se llamaban sinfonía, sonata, concierto, serenata, etc. Salimos ganando en seriedad, en conciencia profesional, en conocimiento de las formas, pero en aquel momento precisamente comenzaron los compositores europeos a no considerar la correcta realización de una sinfonía como un problema apremiante. […] En 1950 el nacionalismo estaba en crisis; se admitía así que el compositor tuviera un acento nacional, pero a condición de que se debiera a su propia idiosincrasia”

Y después de otras reflexiones generales, Carpentier se refiere a la revolución musical que se produce entre los años 1940 y 1960, pero este será tema de mi próximo comentario.

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