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El parque de todos

23 de abril de 2016

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82367-0-batran_bancaCuando en una reunión levantaba el brazo, algún burlón decía por lo bajo: “Ya está el viejo con el cuento del parque”. Él no se molestaba, se enorgullecía. Capitaneaba a los ancianos que velaban por el parque contra las hordas incivilizadas de saqueadores. Conseguían que sustituyeran las maderas perdidas de los bancos por aquellas planchas también posibles de volatizar en una noche, que resembraran el césped listo para ser pisoteado al día siguiente. Y a pesar de los dolores de cintura y las respiraciones agitadas, ayudaban en lo que podían.
Aquel parque del barrio era su parque. Le guardaba secretos compartidos con la ausente. Aquella chiquilla con su pañuelo limpió “la gracia” regalada en su hombro por un gorrión. Y en el banco que todavía conserva un tablón original, le anunció el primer embarazo y también, después de dejarlo parlotear sobre el nieto que estudiaba medicina, le dejó caer, como si no viniera al caso, la enfermedad detectada y que no le permitió ver a los framboyanes florecidos ese año.
El último de los nietos trajo en un alboroto la noticia. En el parque instalarían una zona de esas para comunicarse con el mundo. Todavía los gorriones eran los dueños de los árboles, tantas veces podados de mala gana. Y por el césped corrían las lagartijas y alguna mariposa aparecía. En las tardes, niños sin computadoras, jugaban y los viejos bajaban de los edificios a las mascotas que, oliéndose, intercambiaban entre ellas mientras intercambiaban los amos.
Aquel paisaje pacífico lo invadió la tecnología. Mas por el arrebato que por el peso, se desvencijaron los bancos, el césped desvanecido y el cemento aplanado. Los habitantes terráqueos con sus Androides y Aples, así le dijeron los nietos que se nombraban las nuevas varitas mágicas, tomaban al sonido y la imagen por asalto. Niños, adolescentes y jóvenes, los más duchos, enseñaban el manejo a los dinosaurios inexpertos. Él, despojado anciano de su parque, caminaba entristecido. Entre las conversaciones en que las noticias de una familia se confundían con las de otras, escuchó en gritos su nombre. Era uno de los ancianos del grupo. A empujones, logró acercarse y contempló lágrimas de alegría en su rostro. “¡Estoy viendo a mis nietos!”. “¡Estoy hablando con mis nietos!”. A él también se le humedecieron los ojos. Sabía de la soledad del hombre. A él no le faltaban los hijos y los nietos crecidos a su lado. Se le había muerto la compañera de los años, pero los tenía a ellos. Y si el amigo podía acariciar en la pantallita a sus nietos, felicitaciones a los inventores de los aparatitos y a los que colocaban las antenas en los parques, aunque el césped pareciera ya tierra asolada.

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