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El Padre Arocha: de cura a capitán mambí

22 de marzo de 2013

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General Antonio Maceo

El peligrosísimo general Antonio Maceo se movía a las puertas de La Habana dispuesto a penetrar con sus mambises en la provincia de Pinar del Río. Las acciones se extenderían a todo la Isla. España decidió ganar la guerra a cualquier precio y, en febrero de 1896, decidió nombrar como nuevo capitán general de Cuba a Valeriano Weyler. El método puesto en práctica obligó a todos los residentes en las zonas urbanas a concentrarse en los poblados protegidos dejando a tras sus medios de vida.
Para encerrar a Maceo en el extremo occidental de la Isla, Weyler construyó la Trocha de Mariel-Majana: 32 kilómetros con 13 mil soldados, más de 130 piezas de artillería, fuertes, alambradas y fosos. El cuartel general de esta trocha se ubicó en el pueblo de Artemisa, donde el padre Arocha tenía su parroquia.
Desde su llegada a Artemisa, Arocha se ganó la estimación de los vecinos por una laboriosidad impresionante y los trabajos de mejoramiento de la iglesia y el cementerio. En una fecha no determinada, los desastres de la guerra lo capitán general de Cuba lo vinculan a la labor conspirativa que dirigía Magdalena Peñarredonda, nombrada por José Martí delegada del Partido Revolucionario Cubano para Pinar del Río. Para el trabajo de inteligencia el cura mambí tomó los nombres de Virgilio o Favio Rey y mantuvo el control de un grupo de agentes.
Pero mientras lleva a cabo su trabajo secreto, otras acciones lo enfrentaron abiertamente al poder colonial.

El Padre Arocha y los reconcentrados

El general Juan Arolas, comandante de la Trocha, ordenó que convertir la parroquia de Artemisa en cárcel y almacén militar. Arocha se vio obligado a trasladar el culto para su casa.
Junto con la ocupación militar de la parroquia, la reconcentración convirtió a las calles del pueblo en desfile de espectros, que deambulaban desfallecidos por la hambruna y las enfermedades. Los cadáveres se amontonaban y las enfermedades trasmisibles se extendían por toda la localidad.
Con el apoyo de parte de los feligreses, González Arocha levantó cobertizos para albergar a los reconcentrados. Cuando parecía que no le quedaría degradación humana mayor que vivir, escuchó que unos sargentos conducían una carreta con unas adolescentes. No es difícil imaginar el asombro cuando supo que se disponían a subastar a las niñas y adolescentes y que entre las interesadas en su adquisición, se encontraban algunas dueñas de los prostíbulos que la guerra había atraído al pueblo.
Sin otra protección que la que da la dignidad, enfrentó a la bravuconada de la soldadesca. Fue tal el escándalo que armó llamando a las personas decentes y reclamando a los mandos militares, que se decían cristianos, que logró impedir la vil transacción.
Pero ya tenía muchos ojos del integrismo detrás de él.

 

Dos veces se salvó de la muerte el Padre Arocha

Dos veces fue denunciado. La primera vez, la hizo el sacristán encargado de los archivos de la parroquia. Pasó la delación a través un presbítero asturiano, que sentía vieja animadversión por el cubano y que en ese momento ejercía en la parroquia de Pinar del Río. Así llegó la denuncia hasta la mesa del capitán general Weyler, quien no tenía escrúpulos en reparó en mandar a fusilar al curita cubano.
Para eso la Iglesia tendría que retirarle su condición de sacerdote. El obispo de La Habana, Manuel Santander y Frutos tenía una clara filiación política en defensa del estado colonial para Cuba, pero no se dejó envolver en una medida tan drástica. Llamó urgentemente a González Arocha al Obispado. Santander también visitó al capitán general y le argumentó que la denuncia no aportada evidencia y después de largo discurrir, Weyler aceptó que la sanción fuera el destierro.
Quien no aceptó la salida fue Arocha y el obispo terminó sacándolo de la vista pública asignándole funciones en el obispado. Pero seis meses después el cubano regresó a los terrenos de su parroquia que continuaba ocupada por el ejército.
Se ocupó de construir más barracones para acoger a los famélicos reconcentrados. Enterrar a los numerosos muertos, atender enfermos. Con el apoyo de feligreses, alquila una casa que transforma en albergue para niños huérfanos.
Magdalena Peñarredonda, la jefa de la red clandestina a la que respondía González Arocha, fue delatada y encarcelada hasta el fin de la guerra. Todo parece indicar que el sacerdote fue quien la sustituyó en la delegación provincial.
Con la muerte de Antonio Maceo (7 de diciembre de 1896) las acciones en Occidente habían disminuido en su intensidad. Pero a pesar del genocidio cometido, Weyler no había podido ganar la guerra.
La corona se apresura en declarar una autonomía a destiempo, que no es aceptada por las fuerzas cubanas. En La Habana, los elementos más reaccionarios han producido desordenes reclamando el regreso de la política de exterminio. A todas luces, la guerra entre España y Estados Unidos se acerca.
En esos días que cambiaron la historia de Cuba y el Caribe todo, el padre Guillermo González Arocha estuvo a punto de morir otra vez.
(Continuará)

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Comentarios



Euda Luisa Toural / 22 de marzo de 2013

maravilloso artículo