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El nieto imaginado

23 de marzo de 2013

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Al principio, los motivos de la hija le parecieron vanos y egoístas. Aplaudía que ella y su pareja, eternos consagrados a las investigaciones profesionales, alargaran la decisión de regalarle un nieto, pero estas últimas palabras pronunciadas al garete, la preparaban para una negativa final respecto al nacimiento de un niño en el hogar. Era injusto, malsano, un contra diós. Durante años les había facilitado la vida. Si la hija era quien marchaba al extranjero por una conferencia o para cursar un adiestramiento, lo hacía en la tranquilidad de que la retaguardia estaba segura. El yerno no tendría que ocuparse siquiera de lavar un calzoncillo. Si quien marchaba era el, la hija continuaba el andar diario mas libre aun, pues no dependía del manejo masculino ni de las obligaciones llamadas hogareñas. Si al principio, los calificó de egoístas, bajo el segundo examen les ripostó fieramente. En el insulto menor los situó en el renglón de los inhumanos desnaturalizados. A la pareja, esta exaltación la tomó de sorpresa. Jamás a la serena mujer, recién ingresada en la clasificación de adulta mayor, la recordaban en ese aspecto de fiera agazapada, dispuesta al ataque final. Le agradecían, la cooperación sostenida para que ellos pudieran asumir responsabilidades laborales situadas en puestos de envergadura. Les permitían una recompensa financiera, envidiada por muchos. Los conocimientos acumulados en las materias publicitarias, los concebidos para convencer a las masas de los beneficios de determinado producto, sirven también en las relaciones caóticas interpersonales. No contestaron a la iracunda mujer. Enarbolaron una apacible sonrisa y en serena marcha abandonaron la sala. Retirados en el dormitorio, estudiaron la estrategia a seguir y las acciones tácticas. Lo primero, solidificar una tregua, mientras que, poco a poco, se le sembrara a la ansiosa abuela que los niños no son una mercancía comprada en rebaja de temporada, ni son mascotas adquiridas para cuidar la casa o acompañar a los ancianos. Un bebé debe desearse por el hombre y la mujer dispuestos a concebirlos y que una mujer no se desmerita en la sociedad, cuando entre sus proyectos no entran. Prepararían estos argumentos en el formato preciso y la dosis exacta, teniendo en cuenta que la consumidora sería una mujer de sesenta años, jubilada en una oficina inundada de papeles, de adiestramiento bajo en la computación, de gustos culturales sembrados por la TV y sobre todo por las telenovelas brasileñas, colombianas y del patio, que solo parió una hija porque el marido en rápida decisión la abandonó y renuente a un nuevo intento amoroso, dedicó la juventud a la nena, al trabajo oficial y a ganar extras en tejidos y bordados por su cuenta. Mientras los esposos armaban un tinglado preparado en defensa de sus concepciones individuales nacidas de lógicos razonamientos; solo guiada por los sentimientos, una mujer derrumbada en sollozos, acariciaba pañales bordados por anticipado porque ni siquiera aceptaba que un futuro nieto suyo usara pañales desechables.

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